LA NECEDAD COMO VIRTUD

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24 de abril de 2020
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12:28 am
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LA NECEDAD COMO VIRTUD

DOS tópicos ya abordados en esta columna de opinión, sobre los cuales tuvimos el agrado de exponer sucintamente a un grupo de amigos que participaron en una videoconferencia. La asistencia oportuna a la población contagiada –no cuando la persona entra en un estado de extrema gravedad– como la denominada apertura escalonada e inteligente de la economía y de las actividades rutinarias, dependen de realizar masivamente las pruebas clínicas aconsejadas. El salvadoreño, harina de otro costal, agradeció que “el gobierno de los Estados Unidos le autorizó 110 mil pruebas para el COVID-19 de la mejor calidad”. “Pocos países –agrega en su despacho digital– han tenido el trato que hemos recibido nosotros”. Ajá, con todo y que alegra cualquier beneficio a los vecinos, ¿qué corona tienen los salvadoreños? ¿En qué queda Honduras, entonces? Cuando de allá anunciaron el descongelamiento del modesto monto de ayuda retenido –como recompensa a la buena conducta de los gobiernos del Triángulo Norte en el tema migratorio– a alguien se le ocurrió que un buen cambalache sería que donaran siquiera unos 250 mil kits completos para iniciar la operación masiva de pruebas.

Sumado a ello se puede obtener otra cantidad equivalente donada por instituciones o gobiernos generosos o comprada a precio cómodo de negociantes que acaparan en la necesidad para vender caro. La segunda sugerencia fue en aras de lograr un esfuerzo colegiado del empresariado nacional para presionar que las aves agoreras abran ventanas de asistencia directa al sector privado. Por supuesto que cuesta tratar con la pachorruda burocracia internacional en instituciones que no tienen reflejos ante la gravedad de una crisis mayúscula como esta, ni minúsculo sentido de urgencia. El Banco Mundial no ha hecho más que anunciar una supuesta moratoria provisional de la deuda bilateral con los socios miembros del G-20. Ni pío han dicho el BM ni el BID sobre la moratoria a la deuda multilateral. Nada sobre los bonos soberanos. De aquí a que llegue el neumático que le tiran al moribundo, después de semanas de bracear desesperado en alta mar, tostado del sol y deshidratado, ya va a estar en sus últimos suspiros. Aquí lo que se está cayendo es la estructura empresarial que ha sostenido la economía y a la fuerza laboral. Sería bueno saber si la Corporación Financiera Internacional –una de las tías zanatas del Banco Mundial– creada exclusivamente para servir al sector privado en los países en desarrollo, va a innovar algún esquema que permita asistir directamente al sector privado.

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O, por el contrario, como el avestruz con la cabeza en la tierra, carente de ingenio, va a continuar con sus protocolos convencionales como si esta catástrofe fuese un menudo desequilibrio pasajero. Cuando expusimos esto en otro editorial nos avisaron que a la CCIC –por medio de Pedrito el de los twitters– le dijeron que no. Que solo trabajan por conducto oficial. Ya estuvo, pues. ¿Resignados se cruzaron de brazos? Sin ánimo de contrastar –ya dijimos que aquello y esto son dos cosas muy diferentes– asumimos que la invitación al conversatorio suponía aportar alguna gota de experiencia. Ello hicimos. Enfatizar en la virtud de la perseverancia. Después del bíblico huracán, Honduras todavía, con todo y la terrible destrucción, no calificaba para ser incluido en la Iniciativa de Países Altamente Endeudados.

Estábamos amolados, pero la burocracia internacional –con sus cifras gélidas y sus números enredados– creía que no habíamos tocado fondo. Nadie pudo convencernos de quedarnos callados aceptando de buena gana lo que advertían era improbable. Insistimos. No hubo cónclave donde no repitiésemos –martillando en el orgullo de los donantes–que Honduras, frente a lo mal que le había ido a la comunidad internacional con otras desgracias, podía ser el ejemplo de “una historia de éxito”. No hubo minuto de sosiego. No soltamos ninguna figura internacional sin necearle sobre el mismo tema. Invitamos al presidente de Francia a Tegucigalpa. Cuando en francés, por medio de un traductor, solicitó saber ¿en qué más podía ser de utilidad?, no vacilamos. Lo convencimos que se convirtiera él en abanderado del caso de Honduras en el Club de París. No nos cansamos de machacar y repetir. Hasta que modificaron los parámetros de calificación. Honduras ingresó a la HIPIC y con titánicos esfuerzos y después de cientos de gestiones –el mar y sus conchas– obtuvo el borrón y cuenta nueva.

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