El Tratado de Bogotá

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28 de abril de 2020
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12:18 am
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El Tratado de Bogotá

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Por Juan Ramón Martínez

Todo está relacionado. Siempre lo ha estado. Todas las partes, en consecuencia, son importantes. Mucho más ahora, en estos tiempos de globalizacion. Un hábito alimentario de una parte de la población china, –en un lugar no precisado– aficionada a comer murciélagos, una sola persona, el llamado “paciente cero”, desencadenó un virus que, expandido, tiene al mundo occidental, al borde del miedo y el pánico. Hace muchos años, nos enseñaron que “el aleteo de una mariposa en Australia, podía activar la falla de San Andrés”. Y provocar un terremoto en San Francisco, para reeditar la tragedia de 1906. Pero la previsión no es una virtud humana; es más propia de las hormigas y las abejas. Por ello, me ha impresionado mucho la historia de un paciente recuperado del coronavirus que, al momento de cancelar la cuenta, le indicaron que tenía que pagar 500 euros por el oxígeno que le aplicaron para facilitar su respiración. Reaccionó inmediatamente diciendo: tengo 75 años, he respirado gratis durante estos años, sin valorar el oxígeno, ¡lo que me cobran es un regalo! Con lo que confirma que siempre, valoramos las cosas, hasta que las perdemos.

Recién, en los últimos días de febrero, pasó por Centroamérica y el Caribe, el director de la Real Academia Española de la Lengua, (RAE) Santiago Muñoz Machado. Entrevistado por El País, de Madrid, España, dijo que la región la había visto como la más frágil del mapa español. La afirmación, la sustentó en la influencia cultural que ejerce el inglés sobre el español, y en la falta de cumplimiento del Tratado de Bogotá que, todos los gobiernos hispánicos, suscribieron en 1962 en Colombia y en el que se comprometieron a dotar de sedes a las Academias de la Lengua –son 23, una en África, otra en Asia, 20 en nuestro continente, incluidos los Estados Unidos, que tiene la segunda población hispanohablante, solo superada por México– y contribuir con su sostenimiento para que se dedicaran al cuidado y salud del idioma, principal seña de identidad cultural de un pueblo. En su resumen, Machado dice que fuera de Panamá –que ha sido casi colonia de USA– y Cuba, en donde el idioma y la cultura son la base que cohesiona al régimen con su pueblo, el resto de los países no tienen un recto cumplimiento de los términos del tratado que, sabemos es ley de la República. En El Salvador, tienen una sede que por las fallas estructurales amenaza con caerles encima; en Nicaragua, apenas tiene la academia un terreno polvoriento en un barrio perdido de Managua y en Honduras, aunque contamos con sede –entregada en tiempos de Carlos Flores— y con una pequeña dotación de dinero, cuatro veces menor que la que reciben los que promueven el garífuna, que no es lengua oficial. Y que para que la AHL reciba tales recursos, tiene que someterse a un procedimiento diseñado para controlar a las ONGs, creadas por los diputados, desde tiempos de Azcona y consideradas delitos por la MACCIH en su oportunidad, dentro del llamado “Caso Pandora”. Aunque creada en 1948, en la última semana del gobierno de Carías, anualmente tenemos que hacer prueba de confesión y obtener de Finanzas, constancia de idoneidad, cuyos indicadores cambian, de conformidad al humor del funcionario encargado. Hace un año exigieron el recibo de la luz de los directivos. Pruebas que existimos. El año pasado, un auditor visitó la sede en la calle La Fuente, para constatar que existe. Él vive en El Bosque. No es mala fe de Rocío Tábora, sino miedo a la MACCIH e ignorancia. Ignora, –es psicóloga– que un tratado, es una ley de la República y que su departamento, tiene que cumplir lo que le ordena el Congreso. Caso contrario, incurre en delito y ejecuta una actividad que, deshonra a Honduras, cuyo prestigio lo determina el cumplimiento de sus compromisos internacionales.

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Qué tiene que ver con el coronavirus? Ayer se reunió la RAE, –mientras consulta a todas las academias– para definir la palabra “coronavirus” e incorporarla al diccionario. La AHL está participando. Hasta ahora, nos han retenido los fondos. No podemos pagar la luz y el Internet. De repente, cuando todos hablemos inglés, entonces, valoraremos el español.

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