TIEMPO DE BALDE

MA
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14 de mayo de 2020
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12:39 am
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TIEMPO DE BALDE

LEEMOS otro artículo publicado en un portal empresarial español. “Desinformación y “fake news” durante la COVID-19: cómo cortar la red de contagio”. Ayer en esta misma columna de opinión citamos la preocupación de la OMS sobre otra amenaza que acompaña a la pandemia: “la infodemia –sobreabundancia de información– de rumores, bulos y datos falsos que propaga la desinformación entre la sociedad”. “La información falsa y poco fiable se dispersa de forma vírica hasta el punto de estar poniendo en riesgo muchas vidas”. Bastante de esta información mentirosa, distorsionada, manipulada, dañina, proviene de transmisiones por las redes sociales. Dirigida a una multitud de ingenuos boca abiertas, que no distinguen entre lo veraz y lo ficticio, entre la realidad y la fantasía.

La fregada, es que no hacer lo médicamente aconsejado o tomar las medidas preventivas en el momento preciso –mal orientado, influido por la basura transmitida por las chatarras de los “chats”, los zombis hipnotizados en sus pantallas digitales, y los sonámbulos adictos a sus aparatos inteligentes, mucho más inteligentes que sus dueños– puede ser de vida o muerte. “El aislamiento –explica la nota– parece favorecer la propagación de bulos y desinformaciones debido a que las personas pasan mucho tiempo ocioso dedicado a leer y difundir cualquier información que le llega”. “Además, si se suma la preocupación constante por el virus, provoca que las personas compartan “cualquier información que reciben y consideren de interés, antes de verificar si es verdad”. “En general, los bulos pretenden aumentar el caos y el miedo de la población con intereses delictivos, o conseguir likes, retuits y fama por parte de las personas que los difunden para ser virales”. (Ese también es el oficio de algunos políticos. De los que dedican horas enteras a una guerra de guerrillas, de tracateo imparable, contra molinos de viento). Aunque no necesariamente la proliferación de sandeces obedece a ímpetus delictivos. Hay quienes lo hacen porque durante un buen tiempo de su vida inútil, compartiendo frivolidades, llegaron a escalar niveles de ofuscación irreversible. Alcanzaron estados emocionales de perturbación incorregible. No hay peor pena que permanecer ignorado. ¿Cómo harían muchos para sentirse dignos de algún valor o acreedores de algún afecto, en un limbo que alberga piadosamente a toda alma desconocida?

¿Qué de la autoestima? Dónde acudir en busca de consuelo, de no ser por ese escape a la frustración que encuentran en las redes sociales; que les permite aparentar lo que no son, darse un lugar inmerecido en la sociedad, pasar de ser solo otro número cualquiera, abrogarse importancia que de otra manera no tendrían, entre sus compañeros de celda en las burbujas digitales. Sin ese medio de compartir frivolidades, de sentirse ser parte querida de un grupo, de distinguirse cruzando mensajes irrelevantes donde para hacerlo no se requiere de mucho talento, no habría forma de llenar semejantes vacíos. Así que alguna función presta la tecnología. Aunque lo más grande que sucedió en el mundo de las comunicaciones, la posibilidad de acceder al Internet, no sea aprovechado como acceso a la ilimitada fuente de lectura apropiada que contiene. Los especialistas, en este encierro, recomiendan como bálsamo al tiempo de balde, leer un libro. Sin embargo, como decíamos ayer. Leer un libro, para algunos sería peor que contraer el coronavirus. No cuadra con la mentalidad de los holgazanes de la sociedad líquida moderna; sin apetito por alimentar su conocimiento con lectura provechosa. La cultura general de hoy en día no exige nada del intelecto. Basta con el manejo veleidoso de superficialidades.

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