Joaquín Portillo: Gloria eterna

MA
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16 de mayo de 2020
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03:32 am
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Joaquín Portillo: Gloria eterna

Víctor Manuel Ramos

Luego de egresar del Instituto Departamental de Occidente, en La Esperanza, en donde me gradué de maestro de educación primaria, fui a La Lima, ahí me sometí a un examen para trabajar en la Escuela Esteban Guardiola de la United Fruit Co.

En La Esperanza, a raíz del golpe de Estado en contra del gobierno de Ramón Villeda Morales, yo condené, mocoso en ese entonces, el golpe, mucho más cuando, llevado por la curiosidad juvenil, fui a la sede de la Guardia Civil y vía los indígenas guardias asesinados sin que pudieran ofrecer resistencia porque fueron desarmados con anterioridad por órdenes del mismo presidente que sabía del golpe y lo había pactado para impedir el ascenso de Modesto Rodas Alvarado. El comandante militar que llegó, a sustituir el de academia, pronto reconoció nuestro pensar y matriculó soldados en todos los cursos del colegio para que actuaran como orejas. En una ocasión me tocó hablar sobre Reforma Agraria. Yo dije lo que había leído sobre la Reforma Agraria en un periódico franquista que me había enviado, desde Madrid, Óscar Acosta. El comandante me llamó casi de inmediato para advertirme de que no siguiera ideas comunistas, que me portara bien y que no me metiera en líos. Yo le contesté, vaya mocoso atrevido, que yo era libre para pensar lo que se me viniera en gana, que él no era quién para decir lo que debía hacer y que no se metiera conmigo porque era menor de edad, que si quería algo llamara a mi madre. El resultado es que el director del colegio, Marco Martínez, me hostigó y casi impide mi graduación si no es por el respaldo que me dio la población porque era un alumno aventajado del colegio. Hasta entonces no sabía absolutamente nada de comunismo ni de cosa parecida.

El asunto es que cuando me emplee en la Escuela Guardiola, el profesor Ibrahim Gamero era el director general del sistema educativo de la Compañía, ya escribía en el semanario El Heraldo de la Sociedad Cívica y Unionista la Juventud -entonces el periódico más antiguo de Honduras, en la Revista Ariel de Medardo Mejía, ocasionalmente en diario El Día, y en esos artículos expresaba mi descontento en contra de la tiranía militar. Además, me había hecho de un buen grupo de lectores que enviaban cartas a El Heraldo comentando mis trabajos.

Un joven maestro del Instituto Patria me husmeó casi de inmediato: se llamaba Joaquín Portillo. Comenzó a visitarme y a platicar extensamente conmigo. Hablábamos de la realidad nacional y nos identificábamos porque ambos éramos furibundos opositores del régimen dictatorial militar que dirigía Oswaldo López Arellano. No hablamos de comunismo porque supongo que no quería asustarme, pero él y yo éramos buenos lectores y en no pocas ocasiones fuimos juntos a la Librería Atenea, de Julio Andrade Yacamán, en San Pedro Sula, y ahí comprábamos los libros marxistas de la Editorial Grijalbo y de otras editoriales mexicanas, que se vendían clandestinamente y que comenzaron a darme una formación ideológica.

Joaquín era comunista y militaba en una célula en La Lima e informó al Comité Municipal de San Pedro Sula que, en la Escuela Guardiola, había un muchacho que pensaba como marxista. La comunicación con la dirigencia del Partido no tardó. Me dijeron que Dionisio Ramos Bejarano, Mario Sosa y Rigoberto Padilla, miembros del Secretariado y de la Comisión Política del Partido Comunista de Honduras, querían hablar conmigo. Joaquín me llevaría y debíamos observar algunas reglas necesarias con motivos de la clandestinidad. La cita era para las 8 de la noche, pero a las 6, la Policía represiva y asesina llamada DIN había asaltado la casa en que estaban los dirigentes nacionales del Partido. Ellos lograron escapar porque se saltaron la tapia de atrás del solar de la casa de seguridad en que estaban. El aparato del Partido nos puso en alerta y regresamos a La Lima sin que se realizara la entrevista. Ahora sospecho que uno de los miembros del grupo fue el soplón. Este individuo era extremadamente extremista como para justificar que era un revolucionario auténtico. Más tarde fue descubierto y expulsado.

Joaquín era una persona adorable. Nos reuníamos con mucha frecuencia. Es seguro que la Policía nos vigilaba, porque Joaquín era conocido como comunista, trabajaba en El Patria, a pesar de que el Instituto había sufrido una intervención militar para expulsar a los profesores progresistas entre quienes estaba Longino Becerra. El asunto es que, sin que la entrevista con la dirigencia del PCH fuera posible, me incorporaron en la misma célula con Joaquín, y más tarde con Herminio Deras. Joaquín no era capaz de guardar un centavo de su salario. Lo invertía todo en materiales para las actividades del partido o para subsanar las necesidades de cualquier camarada. Una vez le vi quitarse la camisa para dársela a un indigente que andaba con el torso desnudo. En otra ocasión tomó su máquina de escribir y se la regaló a una chica que necesitaba aprender a mecanografiar para conseguir un trabajo. Él sabía que contaban con la mía en donde se picaban los esténciles.

En esas andadas estábamos cuando el régimen tiránico militar decretó el impuesto sobre ventas de un 3%. Los empresarios sampedranos y la dirigencia sindical, apoyados por el pueblo en general se opuso a la medida que golpeaba drásticamente la bolsa de los trabajadores, campesinos y pobladores. En esa ocasión los empresarios sampedranos, liderados por Camilo Rivera Girón, Jaime Rosenthal Oliva, Edmond Bográn, Emilio Larach y otros, se unieron a los sindicatos influidos por el partido y decretaron la huelga general. El periódico La Prensa, propiedad de esa élite empresarial, apoyó la huelga porque fue fundado para impulsar reformas que condujeran a la modernización de la economía nacional; esas ideas eran contrastantes las de los feudalistas que dirigían al gobierno en Tegucigalpa. La represión no se hizo esperar. Los militares apresaron a los dirigentes sindicales y empresariales, reprimieron al pueblo, golpearon, asesinaron, encarcelaron. En la Lima se tomaron de inmediato el Colegio Patria y lo cerraron porque lo consideraban un nido comunista. Joaquín, con una audacia, que ahora da grima, se metió en el colegio ocupado por los militares y extrajo el mimeógrafo que era grande y pesado. Lo escondió en casa de Diógenes Mejía, según me cuenta Armando García, que vivía detrás del Colegio. Los miembros de la célula llevamos el aparato a una finca bananera y en medio de las matas imprimimos los manifiestos y los mensajes de apoyo a la huelga que fue disuelta rápidamente con el uso de la fuerza bruta, haciendo girar, con una manivela, el mecanismo del aparato. Hermino salía con los paquetes de pronunciamientos para la distribución.

Yo me vine a Tegucigalpa para estudiar medicina y en la capital me recibieron Ramos Bejarano –El Viejo-, Rigoberto Padilla y Mario Sosa. Joaquín fue enviado a la Unión Soviética, a Moscú, para estudiar Filosofía e Historia. En Moscú me lo encontré. Fue de gran alegría verlo. Me mostró la ciudad y el metro y hay algunas fotos nuestras -con chapka, abrigo, bufanda y humo por la boca- tomadas en los parques y las calles llenas de nieve y con las bóvedas de San Basilio y las torres y muros del Kremlin como fondo, a menos 30 grados centígrados. Me regaló muchos libros de las editoriales Mir y Progreso, que terminaron en las hogueras del DIN. En otra ocasión en que me decomisaron libros, el soldado tuvo la gentileza de devolverme uno que consideró no era subversivo: La sagrada familia de Marx y Engels.

Cuando Joaquín regresó se empleó en la Universidad, en el campus de San Pedro Sula. Ahí realizó una extraordinaria labor concientizadora con sus jóvenes alumnos que le recuerdan con cariño y admiración. Le consideran un hombre extraordinario, lleno de bondad, solidaridad y firmeza ideológica. Joaquín estuvo en primer plano para combatir el régimen oprobioso de Álvarez Martínez, de la APROH de Ramos Soto y del mequetrefe Roberto Suazo Córdoba. Sufrió persecución. En ese período el gobierno asesinó a Herminio Deras, un héroe de este golpeado pueblo.

Después le vi en la lucha en contra del golpe de Estado militar en contra de ‘Mel’ Zelaya. Salió a las calles durante las grandes manifestaciones que conmovieron al país. Volvió a sufrir persecución y tragó gas en “puta”, como decían nuestros compatriotas obreros, campesinos y pobladores. Vino aquí a Tegucigalpa, con Julio Escoto, cuando Julio formó parte de la Comisión de la verdad del Partido Libre. Joaquín era de Libre, consecuentemente. En otra ocasión vico con Julio y Helen. En esa ocasión se elegiría la Directiva de la Academia Hondureña de la Lengua. Helen no quiso asistir a la sesión y yo, el candidato a director, perdí por un voto la elección.

En San Pedro, Joaquín, Julio Escoto, Armando “el Negro” querido, y otros más, formaron y dirigieron un grupo cultural que tenía como director espiritual a don Ibrahim Gamero Idiáquez, un hombre de una solvencia moral que es y será ejemplo para los hondureños. Joaquín es de los que nacen y mueren en la lucha. Ha fallecido. Deja un hueco en las filas que combaten en contra del usurpador que ha violado la constitución y ha convertido al país en un en un guiñapo de corrupción y narcotráfico. Los ideales de Joaquín serán realidad más temprano que tarde.

Tegucigalpa, 22 de abril de 2020, día del Nacimiento de Vladimir Ilich Lenin.

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