Regalar o facilitar, ¿qué es mejor?

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20 de junio de 2020
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12:04 am
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Regalar o facilitar, ¿qué es mejor?

Esperanza para los hondureños

Regalar o facilitar, ¿qué es mejor?, Por: Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Regalar el dinero del Estado para “los más necesitados”, es una mala costumbre de los gobiernos de América Latina para mantenerse en el poder y para ganar imagen favorable ante la opinión pública.

Esta práctica institucionalizada de disponer del patrimonio público en función de la “proyección social” sigue siendo un ejercicio obligatorio de cada gobierno. No hay mejor negocio para cualquier partido en la llanura o en el poder, que discursear sobre cómo regalar los recursos a los más pobres. Ese es el tema más preciado cuando comienza la maratón eleccionaria, o cuando el jefe en la silla presidencial tiene el índice de popularidad por los suelos.

Las ayudas -o la asistencia social, si usted lo prefiere para darle un sentido más humanitario a la parodia-, proyectan un halo de paternidad responsable del Estado, y revelan un fulgor de conmiseración hacia los más necesitados, de los que nadie quiere hacerse cargo, según dicen los políticos. De ahí nacen las regalías de toda calaña, los subsidios y otros inventos populistas que, lejos de aliviar las tensiones que produce la pobreza, perpetúan la mendicidad y acentúan la creencia popular de que la obligación del Estado es ofrecer dinero en efectivo cada vez que un sector organizado o una comunidad se encuentra en estado de precariedad económica. Mérito aparte, la capacidad filantrópica de este mecenas hobbesiano no puede ser imitada por nadie más.

Según los “asesores” de imagen política -cuyo manantial de ideas se agotó hace más de una década-, una buena dosis de regalías aumentará la popularidad del líder dependiendo de la cuantía de la ayuda o del bono. Pero todo tiene su precio: una vez que un sector resulta beneficiado, todos los demás quieren parte del pastel. La piñata y los dulces tirados a la “garduña” forman parte de la fiesta; las hormigas caen donde hay olor a comida: los bonos estudiantiles, de transporte, de madres solteras, de buhoneros, y un etcétera bastante extenso, forman parte del paisaje político latinoamericano. Una vez que se otorga la ayuda estatal en cualquiera de sus formas, el “gorronismo” social se institucionaliza. Si el subsidio no se dispensa, entonces comienzan las extorsiones contra el Estado en forma de paros y de huelgas.

Pero los almuerzos no salen gratis, como dicen los gringos, sino, del bolsillo de alguien. La inyección financiera trae como consecuencia que algunos sectores gocen de los fondos del Estado mientras otros se quedan con las manos vacías. Digamos que la escuela que necesitaba ser reparada tendrá que esperar algún tiempo, mientras los transportistas reciben su cheque anual como parte del subsidio que un día les prometió el político irresponsable en campaña.

Toda esta maquinación en torno a los recursos crea una colectividad de pedigüeños y menesterosos organizados que obliga a los gobiernos a pedir prestado a los bancos, o a aumentar los impuestos para satisfacer la sed de los dilapidadores organizados.

Vista a la inversa: la única manera de satisfacer a todos los sectores es cuando existe una mayor inversión extranjera y nacional, cuando el crecimiento económico es sostenible, y los mercados se fortalecen a partir de un mayor consumo que dinamiza a la economía. Porque, no es el Estado el que nos va a sacar de la pobreza repartiendo lo que no tiene. La pobreza se combate facilitando un ambiente donde todos podamos poner a prueba nuestros talentos, sin esperar a que un organismo superior nos regale un bocado para pasar el día a día. La democracia no significa vivir de estipendios para sobrevivir, sino, obtener los medios para desarrollarnos como personas y como sociedad. Eso se llama “libertad”.

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