Los nuevos iconoclastas

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4 de agosto de 2020
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12:19 am
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Los nuevos iconoclastas

Ricardo-Alonso Flores

La palabra iconoclasta no fue entendida como hoy la usamos con mayor amplitud. Inicialmente se utilizó para los que destruían imágenes religiosas, después referirse a quien destruyen estatuas. Sobre eso es que quiero tratar en este artículo, porque no he encontrado palabra específica para quienes practican esa costumbre.
El tema no es nada nuevo, porque desde tiempos inmemoriales se utiliza como una forma de mostrar aversión, odio, hacia los monumentos que se erigieron para honrar a una persona, cuya memoria después no gozaba de la misma simpatía que tuvo cuando se le honró por servilismo o por agradecimiento.

En el mundo hay ejemplos para todos los gustos. Recuerdo que en Managua había una estatua ecuestre del general Anastasio Somoza García frente a un estadio de béisbol y ya no está. En Bagdad, después de algún tiempo de la presencia de los Estados Unidos de América, se derriba con gran entusiasmo la estatua de Saddam Husein en la Plaza Firdos. El dictador, mal o bien tenía a ese país en paz. Lo que vino después, es realmente deplorable.

En la Ciudad Universitaria de México había una estatua del presidente Miguel Alemán, en cuyo período se comenzó a construir el afamado centro académico en los años cincuenta.

Un ágil periodista, cuenta que mientras se terminaba de hacer la imponente edificación, al tiempo que se estaban terminando los diferentes edificios, se erigió la famosa estatua que era de bloques y el presidente se sentía orgulloso de mostrarla, pero a sus invitados les costaba trabajo identificar de quién era la efigie y uno llegó a decir: “¿y por qué le están haciendo ese homenaje a Stalin?” La confusión venía por el bigote que cada uno tenía.
Lo sorprendente fue que cuando en un terremoto de los frecuentes que ha habido en la capital mexicana, en el ya no llamado Distrito Federal, ahora solamente Ciudad de México, la estatua se resquebrajó y con motivo de los sucesos de Tlatelolco en 1968, la terminaron de botar.

En España, hubo muchas estatuas del general Francisco Franco, quien gobernó de 1939 a 1975, recuerdo que en Madrid había una ecuestre en la Plaza de San Juan de la Cruz, frente a los todavía llamados Nuevos Ministerios, pero fue quitada de ese sitio sin especial estruendo.

Está en mi memoria que en 1969 cuando la guerra con El Salvador, un grupo de exaltados arrancó de su pedestal el sencillo busto del exalcalde Luis Alonso Baraona, sin h, quien había muerto muchos años atrás, pero como había nacido en el vecino país, había que quitarlo. Siempre condeno ese criterio aberrante. El señor en cuestión no tenía nada que ver con Fidel Sánchez Hernández ni con el “Chele” Medrano, pero la mente obtusa de sus detractores llevó a ese triste episodio.

Todavía en el Bulevar Morazán, a una cuadra del estadio del mismo nombre, está un pedestal sin estatua. Era la de Pedro de Alvarado, arrancada según cuentan por estudiantes que no querían saber nada del “Adelantado”.
Aquel 12 de octubre, no recuerdo de qué año, pero es reciente, un dirigente indígena con sus seguidores derribó la estatua de Cristóbal Colón de la capital hondureña, ante la indiferencia de la comunidad que debió haber reaccionado de otra forma. Su pecado, fue haber descubierto, sin saberlo, el continente americano.
Todo este largo exordio viene a cuento porque me ha sorprendido esa fiebre que ha llegado a los Estados Unidos de América, donde les ha dado por derribar estatuas, tanto de Colón, como de Fray Junípero Serra y de otros personajes que vivieron en otra época. No sé cuánto habrá de razón con los norteamericanos, pero en esa ira antiespañola no tiene ni pies ni cabeza.

Por eso admiro a los franceses, que siendo profundamente republicanos, no reniegan de su pasado monárquico y antes bien, lo muestran con orgullo. Por eso se dice que los pueblos que no conocen su historia, están condenados a repetirla.

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