RELACIONES PERDIDAS

ZV
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8 de agosto de 2020
/
12:52 am
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RELACIONES PERDIDAS

EL CONTAGIO Y LAS ALARMAS

AHORA el debate en los Estados Unidos gira alrededor de la apertura de las escuelas. POTUS urgido por el reinicio de las clases en los centros educativos arguye que los niños son más resistentes al coronavirus y la pandemia “es lo que es” –dijo en una entrevista– “así como otras cosas desaparecen, esto también eventualmente desaparecerá”. Eventualmente. Tarde o temprano, como diría la sabiduría popular, ya que “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. En Israel, sin embargo, ahora admiten que fue un error la reapertura de las escuelas. “El virus se extendió a las casas de los estudiantes y luego a otras escuelas y vecindarios, infectando a cientos de estudiantes, maestros y familiares”. Netanyahu admitió que Israel está en “situación de emergencia” por “un ataque renovado” del coronavirus. El director de servicios de salud pública de Israel, declara que “las insuficientes precauciones de seguridad en las escuelas, así como las grandes reuniones, como las bodas, engrosaron una porción significativa de este nuevo brote”.

Así que aquí –¿a dónde va Vicente?, a donde va toda la gente– ojalá a nadie se le vaya a ocurrir, mientras persista esta calamidad, regresar a la asistencia física en los centros de estudio. Aunque las clases virtuales no equivalgan a las presenciales. Solo el zoom de los diputados ha mejorado el ambiente, del clima tenso de antes en el hemiciclo, porque ahora los revoltosos no pueden tirar cohetes, ni quemar alfombras, ni quebrar campanas por zoom. Lo más que se aventuran es montar directivas paralelas por plataformas digitales, para abrogar el Código Penal. Publicar el decreto in fieri en un periódico de circulación nacional si La Gaceta rechaza publicarlo. Las clases por pantallas digitales no son iguales a las misas de cuerpo presente. Nada sustituye el valor de la convivencia presencial, en un ambiente de correspondencia personal, entre maestros y alumnos, entre los mismos estudiantes. Si bien la tecnología ha creado sistemas virtuales de comunicación, permitiendo que las “chatarras de los chats” manden y reciban vacuos mensajes, de vida o muerte, sin verse las caras; que los adictos de las redes, en sus burbujas de soledad, imploren el cariño y la compañía de otras almas desconsoladas, sin realmente conocerse; y que los zombis de los móviles exijan atención y figuración de sus otros socios del club, igual, sin verse, sin tocarse y sin sentirse; nada de ese gélido, distante y desprendido contacto, reemplaza el trato próximo de personas que se palpan, se ven, se escuchan, se entienden, en cuerpo y alma, teniéndose frente a frente.

Nos referimos al vínculo contiguo de la buena vecindad, al trato familiar entre parientes y amigos, a la relación afín de la presencia inmediata, no de espectros, sino de seres vivos de carne y hueso interactuando unos con otros, viéndose las caras. Del valor de compartir; la gracia de la generosidad, la virtud de ser solidario. La bondad de los valores irremplazables que atan y juntan a la colectividad. Será un difícil reacomodo, ya que el encierro, el aislamiento, el confinamiento ha ido rompiendo las tradicionales formas de relacionarse. Así como la tecnología causó una ruptura a las asociaciones acostumbradas que crearon comunidades y sociedades. Mientras llegue el momento de recuperar el espacio de esas relaciones perdidas, hay que lidiar con las herramientas a la mano, que asemejan lo que de pronto ya no se tiene. Con aptitud de reinventarse pero siempre con la esperanza que, más temprano que tarde, volvamos a la vida. No como la tuvimos AC, antes del coronavirus, sino como será DC, después del coronavirus. Eso sí. Sin desechar los verdaderos valores que formaron la humanidad.

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