Mario Handal Handal, vendedor ambulante y artista: “Hay gente que lo quiere todo en la boca”.

ZV
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17 de octubre de 2020
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01:00 am
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Mario Handal Handal, vendedor ambulante y artista: “Hay gente que lo quiere todo en la boca”.

A las 3:00 de la mañana, mientras los capitalinos duermen profundamente, Mario Handal Handal prepara sus famosas hamburguesas. Tres horas más tarde, está en su punto de venta de siempre, la esquina de la iglesia La Guadalupe del bulevar Morazán. Al principio, el cura párroco lo corría, pero con el tiempo ha dejado de molestarlo. Para llegar ahí, Mario usa su bicicleta que le termina de machacar una rótula desviada y dos hernias de columna. “Bueno, espero que me compren porque es perro pedalear de gusto”, dice. Al rato, los clientes (peatones, motociclistas, taxistas y conductores en lujosas camionetas) comienzan a llegar. En sus ratos libres, se dedica a las artes plásticas, tomar café con sus amigos y recordar en su infancia, cuando lo tuvo todo, como hijo de uno de los comerciantes árabes más prósperos de la ciudad. “La vida da vueltas, los apellidos engañan”, asiente convertido ahora en un vendedor ambulante, como miles que se ganan la vida por las calles capitalinas, en medio de la pandemia del coronavirus.

–¿Desde cuándo vende aquí?
Desde hace dos años, a partir de las 6:00 de la mañana hasta agotar existencia, casi siempre entre 11 y 12.

–¿Siempre ha vendido hamburguesas?
Antes vendía carros, pero cuando vinieron mis hijos de México, dejé de vender carros y me puse a vender comida para atenderlos mejor.

–¿Por qué en bicicleta?
La pura necesidad. Yo tenía mi camioneta Kia Sportage, pero la choqué. Es usada, no pude reparar el carro y las motos están muy caras…

(Un cliente lo interrumpe, Mario lo atiende con amabilidad. Tiene las hamburguesas en una bolsa plástica, dobles y sencillas, pesan como una libra cada una. Usa pantalón kaki, camisa cuadriculada, mascarillas, lentes y un cuaderno para llevar la contabilidad. Despide al cliente y regresa a la entrevista).

–¿Desde dónde viene en bicicleta?
Vengo desde la colonia La Campaña. Me cuesta mucho, ya no tengo 20 años, tengo 53, dos hernias de columna y la rótula lateralizada.

–¿Cómo han respondido los clientes en esta pandemia?
Muy bien, tengo una clientela encantadora.

–¿Qué valen?
La sencilla 65 lempiras, la hawaina 85, que ya se me acabó, la monster, 90 y la hawain- monster, 110 lempiras por pedido.

–¿Qué apunta en ese cuaderno?
Es un cuaderno de contabilidad muy rústico. Es que tengo sangre árabe, mis papás eran los dueños del bazar Mónica, del Parque Central y ahí aprendí un poco de contabilidad.

–¿Cómo se llaman sus padres?
Ernesto Handal Hasbun y Vilma María Handal Handal.

–¿Siguen operando la tienda?
No. La cerraron y ahora alquilan el local. Fue algo muy triste.

–¿Quebró?
No. Una vez, mi papá me llevó a otra tienda, que no voy a dar su nombre, y me enseñó que la misma cajita de crayolas que él vendía a cuatro lempiras y que la importaba a dos lempiras, ahí costaba 1.50. ¿Cómo se le llama a eso?

–Contrabando
Exacto, contrabando o lavado de dinero y mi papá me dijo: “no puedo competir así”, se enfermó, le dio cáncer, murió; mi mamá continuó con el negocio un tiempo, empezaron los problemas de las maras y salió más barato cerrar y alquilar los locales.

–Un “turco” vendiendo hamburguesas… ¿difícil creerlo?
Es lo que le digo a la gente, que no se equivoquen con los apellidos…

(Un segundo cliente llega y le compra dos dobles. No paran de pasar carros, peatones, entre ellos, vendedores de parabrisas, frutas y vagos. Cuando regresa agrega):

“Es una pregunta muy interesante porque es bien raro que un árabe venda hamburguesa en la calle, pero la vida da vueltas”.

–¿Qué vueltas le dio la vida?
Me fui a estudiar al Instituto Tecnológico de Monterrey y el cheque llegaba retrasado, a veces no tenía qué comer, yo no les pedía más plata a mis papás porque era un montonal de dinero.

–¿Cómo se las ingenió?
Me puse a cuidar una piscina, como becario, me ganaba unos centavos, pero no me ajustaba. En una ocasión, estuve quince días sin comer, comí del basurero. En otra oportunidad, me metí a un supermercado y me comí todo lo que hallaba, me valió chancleta, pensaba pagarles cuando viniera el cheque. Esa es la vuelta de la vida.

–¿Se graduó?
No pude, en eso murió mi padre, me regresé a ayudarle un año a mi madre, traje a mi novia mexicana, nos regresamos a México, nos casamos, tuvimos tres hijos y allá nos separamos.

–¿Ha bajado las ventas por la pandemia?
Sí, cuesta vender 30 hamburguesas, antes vendía fácilmente 50.

–¿Siempre ha estado aquí?
He andado en la zona, porque de aquí me corrió el cura porque decía que la acera de él y la alcaldía me prohibió estar sobre el bulevar hasta que hablé con ellos y me dejaron estar a la orilla de la acera para no estorbar.

–¿Usted hace las hamburguesas?
Yo las hago, la mayonesa, condimento la carne, todo lo hago yo. A la gente le gusta el sabor, tengo más de dos mil comentarios en las redes. Solo una mujer se quejó.

–¿Que decía?
Tenía que ver con el apellido. No creía que un Handal estuviera vendiendo en la calle. Investíguenlo, pedía como dando a entender que es excusa mía para vender drogas y cosas ilícitas.

—¿Le da pena que piensen eso?
No, la biblia dice que el que no trabaja que no coma, con mi apellido no voy a comer. Siempre me van a cobrar como a cualquier pobre.

–¿Y sus “paisanos” qué le dicen?
A veces se paran, me echan porras y me felicitan; otros me compran.

–¿Paga “impuesto de guerra” por vender aquí?
No, para nada, las alcaldías cobran 300 lempiras mensuales por estos puestos, pero a mí no me quieren cobrar, a pesar que les digo que lo hagan.

–¿Cuál es el secreto de sus hamburguesas?
Las recetas no se la puedo dar, lo que sí le puedo decir es que todo lo hago yo. El mejor condimento, el secreto, es que le pongo amor… (Otro cliente se acerca y le lleva dos).

–¿Tiene hermanos?
Cinco. Una es ama de casa, la otra es jubilada de UNAH, el otro consultor de computación y dos murieron.

–¿Con quién vive?
Con mi madre. En esta pandemia, he perdido contacto con ella porque yo vivo en la parte de arriba de la casa y ella abajo y como ando en la calle, tengo miedo contagiarla.

–¿Y usted tiene miedo contagiarse?
No, si yo muero, me voy al cielo, papa. La palabra de Dios dice que la salvación no es por obra, sino por gracia, Efesios 2: 8-9.

–¿Qué hace después de vender?
Me voy a casa, limpio la cocina, veo tv, tutoriales en You tube, me acuesto temprano porque a las 3:00 de la mañana estoy arriba preparando las hamburguesas. En los tiempos libres me dedico a las artes plásticas.

–¿Ha pensado casarse de nuevo?
Me encantaría, si usted conoce a alguien que sea hija de Dios, póngase pilas, póngase vivo, sería bonito tener una esposa.

–¿Importa si sabe cocinar?
No tanto, pero si me sale chambeadora, pues mejor, pero que sea hija de Dios.

–¿Se arrepiente de algo?
Buena pregunta y difícil darle una respuesta, pero le diría que no; tampoco me molesta vender en la calle después de que mi padre tuvo un gran bazar. Hay que ser humilde en la vida. Lo único que le reclamaría a mi padre sería que no me haya enseñado a hablar árabe.

–¿Dónde estudió?
Comencé en el San Francisco, luego en el San José del Carmen y me gradué en el San Miguel.

–Tantos colegios, ¿era tremendo?
Era pedazo de ficha, la cola de Judas. Las primeras cuatro clases las tomaba, el resto de las clases me iba a jugar billar, sobornaba al portero.

–¿Tiene problemas de salud?
Soy disléxico, me cuesta aprender, repetí tres años un grado, y ahora me acaban de diagnosticar bipolaridad, depresión, ansiedad y el medicamento me ha producido parkinsonismo, que, a diferencia del Parkinson, la mano me deja de temblar al terminar el medicamento.

–¿Lo mete en problemas su estado de ánimo?
Miré, cuando estaban mis hijos en casa, pasaba enojado, pero desde que corrí al último, santo remedio, vivo feliz.

–¿Qué recuerdos tiene de su niñez?
Me acuerdo básicamente tres cosas: la tienda, cuando acompañaba a mi padre a descargar los furgones a la 1:00 de la mañana y cuando fui a Disney, un espectáculo…(otro cliente llega).

–¿Era cuña su papá?
No. Con los empleados fue bonachón a pesar de la robadera. Les celebraba el cumpleaños a ellos y a sus hijos. Les regalaba el pastel y 25 dólares.

–¿De dónde son los Handal?
Mis abuelos eran de Palestina. Mi mamá nació en Copán y mi papá, en Bolivia.

–¿Hacía comida árabe en su casa?
Todos los domingos, especialmente, las orejitas de gato, se hace con carne de res y cerdo, como un sombrerito, es una delicia.

–¿Y cabro?
También, pero mi mamá los compraba, perdón la expresión, con los “güevos” pegados, porque la cabra huele a “miados” cuando lo cocina.

–¿Cómo mira la gestión de la pandemia?
No me gusta meterme en política, pero yo quisiera…

(Un niño pepenador pasa y Mario le regala una hamburguesa).

Me gustaría que la gente fuera trabajadora, pero todo mundo solo sabe decir, deme y le echa la culpa al gobierno. Míreme, aquí estoy, a mí no me da de comer el gobierno. Hay gente que todo lo quiere en la boca, todo lo quiere fácil.

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