ENAMORARSE DE HONDURAS

MA
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15 de noviembre de 2020
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12:25 am
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ENAMORARSE DE HONDURAS

LOS verdaderos amores personales nunca surgen por decreto. Por regla general son espontáneos, como el fluir de un río cristalino. Aunque muchas veces esos amores reciben contrariedades, y nunca son correspondidos. Pero hay un tipo de amor que sobrepasa los límites de la “química”. Y ese es el amor al prójimo y a la patria que a uno le vio nacer. Estos dos últimos tipos de amores coaligados entre sí, no son tan espontáneos. Pues crecen en la medida en que cada persona humana crece.

En el caso de la nación, o la patria, el amor por ésta se desarrolla cuando cada niño y adolescente aprende a empoderarse, emocionalmente, del entorno geográfico, de sus olores y sabores, lo mismo que de la faceta positiva de sus paisanos, en distintos momentos de la vida. También contribuyen las buenas enseñanzas de los mejores profesores de los distintos niveles escolares. Pero en caso que los profesores se dediquen a inyectar odios ideológicos y políticos en el alma de sus alumnos, entonces el sentido de pertenencia nacional comienza a desaparecer gradual o vertiginosamente, tal como lo hemos observado en estas últimas décadas en Honduras. Ocurre entonces que las viejas generaciones (de padres de familia y profesores) se dedican a heredar esos mismos rencores, con nuevas sobredosis, a las nuevas generaciones.

Por otro lado, amar al prójimo es quizás lo más difícil y complicado. Porque esto requiere de una recia formación espiritual en materia de desprendimientos y, sobre todo, de anti-mezquindad, ya sea por la vía de la buena herencia familiar, religiosa o por intensas lecturas en los órdenes morales y éticos. Amar al prójimo, al grado de perdonar a los “enemigos” sin que éstos hayan pedido perdón, es como la cúspide de la misericordia en relación con los demás seres humanos. Se aprende a perdonar así como Dios perdona las atrocidades ocasionales de cada individuo. No juzgando a diestro y siniestro, a veces sin tener ninguna prueba concreta, en contra de todo aquel que se ponga por delante.
Estas tres clases de amores son las que se necesitan para amar a un país pobre, vulnerable, orillero y vilipendiado como Honduras, cuyo nombre durante muchas décadas ha sido motivo de escarnio reiterado en algunos medios de prensa internacional. No digamos ahora en las redes sociales en donde superabunda la maledicencia, la distorsión de los hechos e imágenes, por parte de un segmento de hondureños que jamás les pasa por la cabeza el enorme daño que le hacen a su propio país, especialmente en épocas trágicas como las que hemos padecido durante todo este año, agravándose la circunstancia con las espantosas secuelas dejadas por la depresión tropical Eta, con predominancia en el valle de Sula, el más productivo en la zona norte de nuestro país.

A pesar de todos los pesares, en el curso de los sucesos recientes hemos visto, con satisfacción, reaparecer las mejores virtudes del lado positivo del hondureño. La capacidad de sacrificio, el desprendimiento, la preocupación por el prójimo y la entrega total a los demás, sin puntualizar diferencias ideológicas y políticas. Han aparecido, como de la nada, centros de acopio de diversos segmentos sociales y económicos, incluyendo las iglesias, las universidades y asociaciones de exbecarios.

Sin embargo, también hemos detectado, en medio de la crisis, las actitudes de aquellos que sin ningún sentimiento humanitario escenifican discursos salidos de las vísceras de algunos que prefieren alzar las banderas de sus rencores personales o grupales, en contra de sus adversarios, sean reales o ficticios. No aman a Honduras. No les importa el dolor del prójimo. Lo único que desean, los demagogos, es la búsqueda del poder a como dé lugar. Sin pretender forzar las analogías esto se parece un poco a las acciones de los pandilleros y mareros que se han dedicado a robar lanchas y cayucos para extorsionar a los desamparados en las proximidades del municipio de La Lima. Hay que enamorarse de nuestra Honduras, por encima de todas las diferencias.

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