La transformación y lo absurdo

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3 de diciembre de 2020
/
12:06 am
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La transformación y lo absurdo

Por: Segisfredo Infante

De los investigadores del “Club de Roma” (expertos en disturbios planetarios y demográficos), aprendí hace varias décadas que ante los desastres naturales, las enfermedades y las hambrunas registradas en varias regiones y subregiones del globo terráqueo, lo más inmediato es el “salvamento” de las personas desamparadas, especialmente de los niños y ancianos de ambos sexos. Los autores expresaron en varios libros e informes, que es absurdo llegar con lenguajes ideológicos, políticos, doctrinarios y estatutarios, frente a una persona que se está muriendo de hambre. O de necesidad de lo fraterno. Lo primero que se debe hacer es conseguirle alimentos básicos, agua potable, medicamentos y algún refugio para guarecerse de la lluvia, del frío y del sol. Después podemos, con tal persona, hablar de política, de educación y de cultura en general.

Hay que aterrizar sobre pistas más o menos seguras. Primero es la vida del ser humano y sus urgencias económicas básicas de corto plazo, sin olvidar la necesidad de lanzar una mirada estratégica en derredor, sobre el conjunto de “la cosa misma”, como les gusta decir a los filósofos. Por este abandono de la esencialidad de la persona humana, es que colapsaron los sistemas sanitarios de las naciones más poderosas del “trasmundo”. Olvidaron al ser humano, y colocaron los intereses presentistas de los pocos archimillonarios por encima de todo otro interés vital. No digamos de países de término medio que fluctúan en torno de la pobreza y otras desgracias, como es el caso de Honduras y de varias sociedades “tercer” y “cuartomundistas”.

Vale la pena traer a colación algunos ejemplos históricos concretos. Pocos días después de la “Segunda Guerra Mundial”, los estadounidenses, que en aquellos días exhibían mirada estratégica, concibieron el llamado “Plan Marshall” para reconstruir Europa que se encontraba destruida, casi en las cenizas, especialmente Alemania, que bajo las órdenes del “Führer” había seguido la política del “harakiri” nacional. Los alemanes sobrevivientes, hambrientos y friolentos, comenzaron a quitar las piedras y las paredes derrumbadas de las casas y edificios en donde habían vivido. Los judeo-germanos (también sobrevivientes de la Shoa) determinaron regresar masivamente a “Tierra Santa”, a fin de continuar con las construcciones en los pantanos y en las colinas áridas.

El programa llamado “Plan Marshall” fue concreto y eficaz en dirección a renovar el macromodelo capitalista desde una óptica estatal keynesiana. No se trataba de políticas de gobiernos nacionales transitorios. Sino de una política de Estado, respetando las peculiaridades de cada uno de los países directamente afectados por aquella hecatombe mundial. Todos sabemos que en diferentes países europeos había monarquías constitucionales, y eso se respetó, hasta el día de hoy. El ejemplo clásico más cercano, en términos históricos, es el de Alemania Oriental, en donde una extrema izquierda (apoyada por Joseph Stalin y subsiguientes) se hizo con el poder durante cuarenta y cuatro años. Los alemanes con inclinaciones democráticas fueron pacientes: sobrevivieron a la policía secreta terrorífica conocida como “Stasi”, y al final se reunificaron pacíficamente.

Un segundo gran ejemplo es el de Japón. Recuerdo hace muchos años haber asistido a una conferencia en donde se subrayaba que varios dirigentes occidentales opinaban que los japoneses y los chinos exhibían los mismos defectos que hoy en día se les achaca a los hondureños. Aquí deseo destacar que los “daimios” (o señores feudales) eran un verdadero obstáculo estructural para la modernización de Japón. Hasta que llegó Douglas MacArthur a ejecutar la reforma agraria a fin de que los japoneses salieran de la pobreza. No hablemos en Honduras de reordenamiento territorial con unos terratenientes y ganaderos tradicionales que no ceden ni un solo centímetro para el desarrollo de las comunidades rurales y del capitalismo democrático.

En cuanto a la “reconstrucción” nacional en Honduras, soy de la opinión que este concepto, además de necesario, se vuelve aceptable si a la par se habla de una verdadera transformación nacional, incluyendo la faceta cultural, en donde los profesores, intelectuales, periodistas y “políticos” principalmente (incluyendo algunos sacerdotes aislados), en vez de pasar lanzando maledicencias contra sus adversarios, se pongan a leer y estudiar en serio, aunque sólo sea una vez en el curso de sus existencias. Las verdaderas civilizaciones se han construido con manuscritos, libros impresos y con discursos sobrios, sin borracheras ideológicas. Para empezar, en el caso nuestro, hay que sembrar maíz y frijoles ahora mismo, para las cosechas del mes de enero. También hay que repotenciar sobre la marcha la caficultura y la maquila, fuentes de empleo y de captación de divisas directas e indirectas. Como nadie vendrá a implementar un “Plan Marshall” –a menos que queramos ser intervenidos–, lo correcto es que nos pongamos de acuerdo. (Dedico este artículo a la comunidad de “La Reina”, en Santa Bárbara, que según informaciones ha sufrido un derrumbe total, cerca de la parroquia de “San Roque”).

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