La peor selección

ZV
/
9 de enero de 2021
/
12:05 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
La peor selección

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Aunque el debate acerca de cuál debería ser el nivel educativo de los políticos procede de la Antigua Grecia, en la opinión pública de hoy se da por sentado que, para merecer un puesto en las cámaras y en los poderes del Estado, se requiere algo más que un título universitario: se necesita vocación política, entendimiento de los asuntos públicos y un pensamiento estratégico que solo se adquiere en las aulas universitarias; todo esto sumado a una probada trayectoria política del individuo. Y eso, mis amigos, no es fácil de alcanzar.

Debemos admitirlo: el proceso de selección de candidatos para ocupar cargos en las cámaras de representantes se ha enviciado por completo, no solo en Honduras, sino en toda América Latina, pero, en el caso nuestro, toma matices bastante peculiares dependiendo de las circunstancias y los tiempos. Ese envilecimiento tiene sus raíces en la manera en que nuestros políticos -tradicionales y de oposición-, han distorsionado la teoría y la práctica de la democracia representativa, en la forma de echar a andar la maquinaria electoral, y en el pobre papel de los diputados, una vez instalados en el hemiciclo del Legislativo.

Pero así funciona el poder en nuestro país. Se entiende el poder como la alianza estratégica forjada entre un sector político tradicional y cierto sector empresarial que busca mantener las condiciones de dominio en el tiempo, para gozar de ciertos privilegios tales como: negocios familiares, concesiones privadas, otorgamiento de subsidios, exenciones y otros beneficios en general. Para mantener ese “estatus quo” es importante que, en cada juego electoral, la victoria quede asegurada con los candidatos que compartan el ideal de conservación del poder, de modo que su selección ya no se alimente del ideal doctrinario -como antaño-, sino en el acuerdo previo entre el objetivo político primordial y las motivaciones personales del aspirante. Desde ese momento, el partido se convierte en el mecanismo único de selección, y las primarias se convierten en un ejercicio de apariencia democrática, pero nada más que eso. El criterio popular queda excluido en las nominaciones.

La partidocracia asegura que la individualidad se diluya en el mandato de la cúpula, y que la disensión se reduzca a su mínima expresión para aparentar unidad en la contienda. Por ello, no es extraño ver a futbolistas, modelos de belleza, “influencers” y cantantes en las nóminas partidistas, muchos de ellos sin una formación académica adecuada, y con una personalidad más bien apocada, que es uno de los requisitos partidistas que prevalece en la escogencia de candidatos al Congreso. Las habilidades profesionales que deberían ostentar los candidatos han sido sustituidas por la obediencia pasiva y la inacción reflexiva a la hora de tomar las mejores decisiones parlamentarias.

La crisis se agudiza con estas formas corrompidas de selección, porque se quiebra el ideal democrático de la expresión popular, y se fracturan los nexos que vinculan las necesidades sociales con la verdadera representatividad de los diputados en los que la ciudadanía ha depositado la confianza con su voto. De hecho, se ha perdido tanto esa conjunción, que los legisladores se han convertido -eso incluye a la oposición-, en meros instrumentos para que el Ejecutivo acreciente sus dominios, ya sea por la vía de decretos antojadizos, o con el otorgamiento de beneplácitos para complacer los intereses de pequeños grupos en el poder.

Los votantes se comportan como si estuvieran en un centro comercial: son compradores impulsivos que adquieren lo que el mercadeo político les asegura que está de moda, de tal forma que no queda más alternativa que escoger entre el menor de los males. Leonard E. Read dice que cuando la gente carece de criterio propio durante las elecciones, los charlatanes, los “buscadores de poder”, los “artistas del engaño” salen de la oscuridad y los incapaces llegan a los sitiales más altos de la política.

[email protected]

Más de Columnistas
Lo Más Visto