NADIE SE SALVA

ZV
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22 de marzo de 2021
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12:22 am
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NADIE SE SALVA

QUIENES se dejen acariciar por la inocente percepción que la crisis y, a partir de allí, la ruina del país, es atribuible solo a otros, a los demás, bien podrían beneficiarse de unas gotitas de historia, sobre la tragedia venezolana, bajo la óptica del escritor Enrique Krauze: “Es natural que el proyecto de país imaginado por los firmantes de Punto Fijo –(el pacto del liderazgo político que durante años dio estabilidad democrática al país)– se desdibujara en un mar de ineficiencia, irresponsabilidad y cinismo”. El punto de inflexión fue el Caracazo. “Aún sin líderes visibles ni consignas inflamatorias, ni más propósito que desfogar un descontento colectivo, durante dos décadas de frustración…”. A partir de ese momento –dice Moisés Naim– todas las baterías se enfilaron a atacar no solo al gobierno sino a los políticos a <<la política>> e, imperceptiblemente, también a la democracia”. De la caída de la democracia, todos fueron responsables.

“Las élites fueron responsables de ello –dice Moisés Naim– para empezar, las políticas, pero luego las empresariales, las obreras, las mediáticas y las intelectuales”. “Un caso particularmente penoso llegó a ser el de los medios masivos de comunicación”. “Dos grandes empresas eran predominantes”. Ambas lideraban una guerra a muerte no solo por audiencia sino por el control de otros sectores, y por algo más importante aún, aunque ilusorio, el control final del voto”. “A lo largo de esos años, más allá de la corrupción imperante, en esa fiesta de despilfarro y la irresponsabilidad que fue Venezuela, la democracia siguió funcionando”. “La gente conmovedoramente acudía a votar. Los gobiernos eran malos, muy malos, los políticos eran peores, las élites medraban, pero la democracia persistía, como lo había escrito Juan Nuño, como una fe inscrita en el alma de las mayorías venezolanas, en espera de una renovación desde dentro y de un nuevo liderazgo. Ese nuevo liderazgo y sus renovaciones llegaron finalmente, pero en la persona de un líder carismático de orientación socialista que ninguno de ellos, en teoría, habría deseado”. “El país no debía seguir anclado en los viejos paradigmas del rentismo improductivo”. “Quienes supuestamente debían tener mayor interés en promover la modernización de la economía venezolana –los empresarios– fueron miopes a sus propios intereses de largo plazo y se opusieron a las reformas”. Sin darse cuenta confirmaban el dicho de Lenin: <<Los empresarios ven a corto plazo que harán negocio de vendernos las sogas con las cuales los ahorcaremos>>.

La democracia y los partidos –apunta Carlos Raúl Hernández—“quedaron atrapados en esa pinza, acusados de corruptos y mediocres”. “Acomplejados por una ofensiva –de intelectuales de distintas tendencias– los partidos y los políticos quisieron salir en la foto del lado de <<los BUENOS>> y comenzaron a apoyar el proceso que quería destruirlos…”. “En ese marco, el papel de varios periódicos y columnistas no dejó de ser equívoco en el mismo sentido: aunque ejercían su legítimo y necesario derecho a la crítica, la ferocidad de algunos conspicuos comentaristas (no del todo desinteresados) contribuyó a la quiebra final de la política”. “En suma, la política y los políticos se corroían desde adentro, inseguros de su identidad y su misión, y esa inseguridad se proyectaba al público”. “Ahora, muchos de los antiguos guerrilleros –mayores de sesenta años– recuerdan los hechos con remordimiento”. “Nuestro error –confesaba en el 2001 un legendario organizador clandestino– fue haber creído en el fracaso de la democracia…”. Los delitos de Chávez, autor de un golpe de Estado fallido, fueron amnistiados por Rafael Caldera. “Fue –no hay otra forma de decirlo– una bendición a la vía armada”. Tras la liberación de Chávez y el posterior sobreseimiento de su causa, se perdió la posibilidad de fortalecer las instancias arbitrales en la sociedad venezolana”. (Fin de las citas del libro). (Diríamos –a propósito de la pérdida de las instancias arbitrales– que lo anterior es equivalente al descrédito inmisericorde de que son víctimas las autoridades electorales hondureñas en estos momentos. De parte de perdedores y de quienes ingenuamente creen que ganan atacando el derecho y la institucionalidad, –que pese a las fallas se esfuerza por dar elecciones concurridas y creíbles– cuando lo que consiguen es minar más la confianza de la opinión pública en el proceso electoral. La única salida pacífica y democrática que queda a la crisis. En la medida que crezca la desconfianza hacia la institucionalidad y la insatisfacción a los mecanismos disponibles para levantar esperanzas, pierden todos y, tristemente, pierde Honduras. Nadie sale ileso de un agravamiento de la crisis. No hay acomodo posible. (Y de la ruina de la República, nadie se salva).

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