¿QUÉ MÁS QUEDA?

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13 de abril de 2021
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12:24 am
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¿QUÉ MÁS QUEDA?

ACCIONES AUDACES

AQUÍ la clase política no asimila el rechazo que despierta en el desencantado auditorio de nuevos votantes, independientes e indecisos que ahora deciden las elecciones. (Si la ignorancia doliera, muchos andarían dando gritos por las calles. Y no sería extraño que cuando ocurra el fenómeno que se nutre de ese hartazgo –como ha sucedido en otras partes– tarde van a dar alaridos de arrepentimiento). Si el ambiente de dudas y de sospechas, antes de la pandemia era bastante cargado, ahora con el fardo de problemas agravados por la peste, la atmósfera se ha vuelto tóxica. Para empezar, no había en muchos sectores de la sociedad, mayor confianza que la salida a la crisis lo sería el proceso electoral. Una lástima, ya que de no existir ruta pacífica y democrática que supere dificultades, entonces, ¿qué más queda? Sin camino de la crisis se pasa a la debacle. Y del colapso del endeble sistema se cae a la total ruina del país.

Hubo remiendos preliminares. Pasaron algunas reformas constitucionales permitiendo cambiar las cúpulas de los organismos electorales. Pero no les dieron ni los recursos, ni una ley completa y definitiva ni el respaldo necesario para desmontar la heredada estructura carcomida de abajo. Aún así, los mortales que pusieron, han hecho titánicos esfuerzos –con una pandemia encima– por dar comicios aceptables. Y fueron cívicos y concurridos. Pero al día siguiente la satanización. (Como los resabios políticos son más dañinos y resistentes que ese virus contagioso que ha hincado al mundo entero, no escarmientan. Hay aspirantes y uno que otro diputado que si no salió mejor ubicado dentro de las planillas –y ni lo quiera la virgen abrir alguna urna destapando lo feo– amenaza al consejero de su partido en el CNE con interpelación. Para quitarlo y meter de relevo a algún prospecto de los que se promociona pero que haga mejor los mandados. Poco importa la ley que garantiza un período fijo e inamovible al elegido. Cuando de la mediana independencia del organismo depende restaurar algo de la confianza perdida). Por supuesto que corregir andamiajes pandos inveterados, no es algo que vaya a suceder de la noche a la mañana. El Congreso Nacional no dotó de poderes milagrosos a la autoridad electoral que colocó en esos cargos. Y el proceso electoral, por más mejoría que intenten meterle, no va a ser de complacencia de todos. Más bien, este es un público contumerioso y exigente que no se alegra ni se contenta con nada. Pero lo que hay es lo que se tiene. Claro que debe continuarse con el afán de corregir, de limpiar, de mejorar y ojalá haya Ley Electoral definitiva.

Pero ningún bien hace al país alimentar más desconfianza a la opinión pública. Ello solo deteriora la frágil posibilidad con que cuenta Honduras para medio levantar cabeza. Esa campañita insidiosa de descrédito a la autoridad electoral como al proceso eleccionario que han montado no luce como crítica constructiva para que se arregle nada. No trasluce causa patriótica detrás de ese interés. Más pareciera desquite contra el sistema de los que en las primarias sufrieron un revés. Tanto de perdedores renuentes a aceptar el veredicto popular y quizás de quienes apostaban a ciertas candidaturas y se les achompiparon las expectativas en las primeras de cambio. Como bien podría suceder más adelante –la política es un albur, no es una ciencia exacta– a las reencauchadas llantas de repuesto. Un clavito inesperado y se desinfla el neumático. Coincidente a la narrativa destructiva al sistema democrático de los perdedores y sus bocinas en las elecciones norteamericanas. Alegatos de fraude inexistente –abultando el tamaño de irregularidades que ocurren– para empañar y deslegitimar la única esperanza de futuro. De momento los tres que tuvieron primarias demostraron que aún cuentan con moderado arrastre. Pero el voto duro solo es una parte del entarimado. Las elecciones las decide el voto volátil y flotante. Los que no acumulan años de membresía en los partidos tradicionales y sus afluentes. Ellos, los partidos, deberían ser los primeros interesados de cuidar la integridad como lo salvable de la vilipendiada imagen electoral. No es de gente lista darse con la piedra en los dientes. O prestarse a ensuciar lo que otros sí tienen interés marcado de enlodar. Más que ingenuidad ronda con el masoquismo.

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