Recuperar la autoestima nacional

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3 de junio de 2021
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12:02 am
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Recuperar la autoestima nacional

Por: Segisfredo Infante

No es nada fácil. Es como escalar una pendiente escabrosa o desértica durante años, con avances, descensos y pequeñas caídas dolorosas. Recibiendo polvaredas y avalanchas según sea cada caso. Pero siempre levantándose y curándose las heridas inesperadas unos a otros, en el largo recorrido hacia la meta. Un día se llega a la cima de la montaña empinada que se busca. O a la ciudad sagrada de los grandes enigmas milenarios. No de las egolatrías. Sino de la dignidad colectiva y del bienestar nacional o regional. Una vez instalados en el lugar imaginario que se anda buscando, se recupera la autoestima total de una nación. De cada uno de los individuos que la integran.

Bajo la consideración que se ha lastimado profundamente nuestro tejido social, y que se han dislocado los brazos para abrazar espontáneamente al prójimo, tanto por causas internas como externas, es menester aguzar la mirada hacia el horizonte, olfatear las corrientes de los tiempos, y encontrar los pensamientos adecuados en la búsqueda del consenso indispensable, sin perder las mejores tradiciones y los valores positivos de nuestra cultura. En tanto que, en el caso de sociedades criollo-mestizas como la nuestra, se trata de identificar la civilización madre o predominante, la cual ha emergido de la placenta de la cultura occidental. Decir lo contrario significaría desconocer la identidad interiorizada de cada persona humana y de cada colectividad. O sería como rechazar la idea que se posee una identidad íntima, centenaria y milenaria. Lógicamente este es uno de los problemas ligados a los vacíos relacionados con el sentido de pertenencia de algunas naciones históricamente jóvenes.

La búsqueda constante del sentido de pertenencia, de dignidad y de autoestima, incluye el pensamiento crítico, ocasional o reiterativo. Pero, desde tiempos antiguos se sabe que una cosa es el discernimiento juicioso de las cosas hasta alcanzar “la justa medida”, y otra cosa muy contraria es la práctica de la censura contra todo lo que se ponga en el camino. La censura es “infraterna”, y está emparentada, en cualquier época de la “Historia”, con los instintos inquisitoriales de cualquier bando que se trate. Todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos encontrado con personas poseídas del llamado “espíritu de contradicción”, es decir, la actitud de aquellos hombres y mujeres que le llevan la contraria a todo, inclusive a las buenas ideas que fugazmente iluminan sobre sus propias molleras. Son tan contradictorias y anárquicas tales personas, que chocan contra ellas mismas. Aquí entra, de cierta manera, el “principio de contradicción” o del “tercer excluido” de Aristóteles.

Solo se recupera la autoestima de una nación con ideas más o menos claras; o más o menos coherentes, en una relación dinámica entre el pensamiento ordenado y la cosa concreta, y a veces escurridiza, que se piensa o intenta pensar. Ninguna nación virtuosa, que yo sepa, ha salido del anonimato histórico y cultural con gritos, blasfemias, groserías extremas y censuras. Las verdaderas civilizaciones se construyen con ideas, proyectos factibles y el trabajo paciente de cada día. De cada semana. Canalizar un río, volver la tierra productiva, salvaguardar los alimentos y educar a las nuevas generaciones, requiere de racionalidad sosegada de muchas décadas (y a veces siglos) de constante trabajo cooperativo y esperanzador. No digamos construir represas modernas con reforestación sistemática en la cabecera de los ríos, a fin de conservar el agua dulce, producir energía eléctrica limpia, crear sistemas de riego para todos y neutralizar las inundaciones, especialmente en una época de trastornos climatológicos por causa de una industrialización mundial “necesaria” pero excesiva. Y si es excesiva y causa estragos en las demografías y economías del planeta, entonces podría, al final de la jornada, resultar una industrialización innecesaria. En consecuencia, se trata de encontrar y practicar la “justa medida”, o la línea del “justo medio”, que sugirieron Platón y otros pensadores, como el hondureño regional y continental José Cecilio del Valle.

Recuerdo que en un programa televisivo tuve de invitado a Marvin López (QEPD) y a un candidato a diputado que luego se convirtió en presidente del Congreso Nacional y más tarde en presidente de la República. Marvin López, un hondureño que a la sazón vivía en Bélgica o Dinamarca, sugirió que nunca se aprobaran leyes que carecieran de respaldo financiero. Y aunque parecía demasiado pragmática aquella sugerencia, desde los tiempos en que José del Valle se desempeñó como alcalde de la ciudad de Guatemala y más tarde como triunviro del “Supremo Poder Ejecutivo” de la República Federal, sabemos que cualquier proyecto político, educativo, infraestructural o cultural, se cae por los suelos, si el mismo carece de un respaldo económico básico que lo sustente.

No es con vociferaciones groseras, ni tampoco con consignas bonitas o feas, como recuperaremos nuestra autonomía; o la autoestima nacional. Sino con pensamientos profundos, y el trabajo tesonero de cada día. Lo demás es puro ruido.

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