Un sepelio excepcional

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27 de septiembre de 2021
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12:01 am
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Un sepelio excepcional

Guillermo Fiallos A.
Mercadólogo, abogado, pedagogo, periodista, teólogo y escritor.

Mediante un reportaje aparecido en Diario LA TRIBUNA, hace unos días, nos enteramos de un sepelio nada común que sucedió tierra adentro de nuestro país. También, ha circulado por las redes sociales un video acerca del mismo.

Tuvo lugar en las comunidades de Duyure y Morolica, en el departamento de Choluteca. Un señor, llamado Gerardo, con muchas décadas vividas, falleció de muerte natural en la comunidad de El Recodo, Duyure. Según parece, era una persona muy querida y admirada por sus vecinos.

Hasta acá, la historia no tiene nada de excepcional, sin embargo, los familiares y amigos decidieron darle sepultura en el municipio de Morolica, para lo cual debían trasladarlo hasta ese lugar. Desconocemos si hay una vía más segura y aunque sea más tardada, para realizar el recorrido que llevaron a cabo los dolientes, con el fin de conducir el cuerpo hasta el otro poblado.

Utilizando el ingenio, construyeron una improvisada embarcación con llantas de autos las que amarraron unas a otras y sobre las cuales colocaron el ataúd que contenía los restos de don Gerardo. Determinados, quizá, a cumplir la voluntad del adulto mayor, procedieron a desplazar la curiosa canoa fúnebre a través de las turbulentas aguas del río Choluteca.

Seis valientes hombres y una dama, asidos al extraño medio de transporte comenzaron a nadar procurando, en todo momento, que el ataúd continuara bien sujetado de las cuerdas que lo circundaban. La noticia ha causado asombro general y hasta estupor por lo arriesgado e insólito que significó esa travesía.

En el video se puede ver a los dolientes muy determinados a cruzar de un extremo a otro el ruidoso caudal. Cuando llegaron a la otra orilla ya estaban en los linderos de Morolica y los esperaban amigos y familiares, quienes procedieron a culminar el entierro.

Seguramente, diferentes calificativos se podrían asignar a esta hazaña, dependiendo del punto de vista de cada quien. Así, muchos la nombrarían como imprudencia temeraria; otros, para enviar la noticia al programa “Aunque usted no lo crea” de Ripley y, quizá, también sirvió -para algunos-, de meditación profunda acerca del respeto que se mostró hacia una persona que había dejado este mundo terrenal.

En este último aspecto, deseo enfatizar mi reflexión pues sumado a todos los peligros y la aventura que significó ese recorrido fluvial, es importante destacar cómo estas personas quisieron que su pariente descansara en la tierra de sus ancestros.

Los dolientes de don Gerardo, nos han brindado varias enseñanzas llenas de sorpresas que parecen salidas de una novela escrita un siglo atrás. No obstante, lo insólito de este suceso, hay que rescatar el respeto inmenso que le brindaron al fallecido, al punto de arriesgar la integridad de los siete nadadores para llevarlo a su morada final.

Esta lección debe servirnos a todos pues, así como esas personas valoraron un cuerpo sin vida, debemos valorar a nuestros semejantes que están con vida. Sin embargo, en Honduras se ha ido perdiendo la consideración hacia el ser humano.

En muchas de nuestras ciudades y en alguna de nuestra campiña, se ha dejado de ver al prójimo como un sujeto, y lo hemos equiparado a un objeto; irrespetando sus derechos y su vida misma. Varios, no miran al otro como un ser pensante con plenas razones para existir.

El desamor hacia nuestros semejantes es notorio por los rincones de la patria; conducta esta que no existía unas décadas atrás cuando la gente se honraba y ayudaba sin esperar algo a cambio.

Causa mucho dolor lo que acontece en la nación donde el derecho a la vida, casi no es tomado en cuenta entre los valores esenciales para la sobrevivencia de una sociedad.

Los caballeros y la dama de Duyure -sin ellos pensarlo, a lo mejor- han enviado un mensaje claro, pues demostraron honrar la memoria de un muerto llevándolo hasta su destino postrero y, por deducción, debemos concluir, que ellos sí saben estimar la vida de sus congéneres.

Es tiempo que todos regresemos a los lazos de confraternidad que caracterizaron a nuestros abuelos. ¡Es tiempo que miremos a cada hondureño como una imagen de Dios!

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