Patria y poesía en Martí, Molina y Miguel Hernández

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29 de octubre de 2021
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12:06 am
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Patria y poesía en Martí, Molina y Miguel Hernández

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

Por: Óscar Armando Valladares

Muchos han sido los escritores -sobre todo poetas- que entre loas y penas a Cupido han pulsado sus odas a la patria y llevado su sombra, su bandera, al ostracismo, ese sitio cualquiera adonde suelen conducir los trastornos políticos o la necesidad de buscar un pábulo con qué entretener la golpeada existencia. Víctor Hugo, exiliado en Bruselas, Jersey y Guernesey, no relegó a Francia, a su admirada Francia en 19 años de ausencia, ni olvidó que, en el vientre parisino, común era observar niños descalzos, hombres sin alfabeto, sobre lo cual inquirió en “Los Miserables”: -Que andan con los pies descalzos, que no saben leer, ¿los abandonarías por eso? ¿Harías de su desgracia una maldición? ¿Acaso la luz no puede penetrar en esas masas? La multitud puede llegar a ser sublime. Mirad a través del pueblo y descubrid la verdad-.

Con la ardicia del trópico, nuestro primer aedo Juan Ramón Molina, en tránsito al destierro exudó su patriótico coraje al pensar en la triste suerte de Honduras, víctima eterna de la ley del sable: -Como ese cóndor del crestón bravío el noble pueblo mío movió a la libertad las grandes alas, y al remontarse a coronar su anhelo un audaz tiranuelo se las ha cercenado con las balas. Así cual de la flor, rica en esencia, manchan con su excrecencia el purísimo cáliz los insectos, han deshonrado el hondureño solio -con torpe monopolio- mandatarios estúpidos y abyectos. ¡Oh, pobre patria!, el que de veras te ame, en indolencia infame no mirará el ridículo sainete, sin que encamine trágico y austero el paso al extranjero o a los histriones con las armas rete… vi humillada en el polvo la bandera, extinguida la hoguera del patriotismo, alzados los protervos, hundido el pueblo en vergonzosas cuitas, las águilas proscritas por una banda de voraces cuervos… cuando enaltece al déspota triunfante la poesía vibrante, es triste objeto de irrisión y mofa. ¡Para el infame que a su pueblo abruma con terror, la pluma puñal se vuelve y bofetón la estrofa… a los malvados que a su pueblo oprimen con el crimen, el crimen ha de poner a sus infamias coto, o volarán, odiados y vencidos, del solio conmovidos por un social y breve terremoto!-.

Sí, en todos los países al menos una voz ha proclamado su entusiasmado afecto por el lugar en el cual se ha nacido. Servirlo con palabras y servirlo con hechos, como en fácil latín decía Cayo Crispo Salustio. Pero sufrir acosos por la patria y entregar por ella la vida, conmueve con extremo al hombre honrado y acobarda con extremo a quien la ofrece y subasta. Dos casos, entre otros, de ínclita heroicidad, en que patria, poesía y sacrificio se interpolan, lo ofrecen José Martí y Miguel Hernández. Del primero es esta cita: “Yo estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber de impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos… cuanto hice hasta hoy y haré es para eso”.

En sus “Versos sencillos” rimó cuartetas como estas: “Gocé una vez, de tal suerte que gocé cual nunca, cuando -la sentencia de mi muerte- leyó el alcaide llorando”. “Estimo a quien de un revés echa por tierra a un tirano; lo estimo, si es un cubano; lo estimo, si aragonés”. “Yo quiero, cuando me muera, sin patria, pero sin amor, tener en mi losa un ramo de flores, ¡y una bandera!”. Murió peleando por Cuba el 19 de mayo de 1895.

47 años después, en el penal de Alicante, fallecía Miguel Hernández, víctima de los rigores sufridos en la Guerra Civil española, de pobrezas compartidas con Josefina Manresa y de ese mal -muy del tiempo, muy de poetas-, que invade los pulmones. “¿Qué hice para que pusieran en mi vida tanta cárcel?”, exclama. “Lucho contra la muerte, me debato contra tanto zarpazo y tanta pena, y cada cuerpo que tropiezo y trato es otro borbotón de sangre, otra cadena”.

La guerra -el pueblo en armas-, escribe Juan Marinello, será para Miguel una vía de liberación. A ella se entrega y vibra con cuerpo y alma: “Acércate a mi clamor, pueblo de mi misma leche; árbol que con tus raíces encarcelado me tienes, que aquí estoy para amarte y estoy para defenderte con la sangre y con la boca como dos fusiles fieles. Si yo nací de la tierra. Si yo he nacido de un vientre desdichado y con pobreza, no fue sino para hacerme ruiseñor de las desdichadas, eco de la mala suerte, y cantar y repetir a quien escucharme debe cuanto a penas, cuanto a pobres, cuanto a tierra se refiere”. Confió antes de expirar: ¿Adiós hermanos, camaradas, amigos; despedidme del sol y de los trigos?

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