RARAS

ZV
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19 de noviembre de 2021
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12:01 am
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RARAS

CHILE va a elecciones generales el domingo. Raras, para halagarlas con un cumplido. De ser un país de exitoso manejo económico, altos índices de prosperidad y relativa estabilidad institucional pasó, de la noche a la mañana –aquí mejor sería decir de la mañana a la noche– a un clima de violencia, inseguridad, intranquilidad e incertidumbre. Van a elegir presidente y legisladores, en medio de una constituyente montada que discute el texto de una nueva Constitución. Dizque para sustituir la que dejó Pinochet. Aunque la que echan al cesto de la basura fue el resultado del consenso político tras la derrota del dictador en el histórico plebiscito. A raíz de ello no solo tuvo que entregar el poder, sino que a partir de allí el país vivió muchísimos años de respeto a la voluntad popular y alternancia en el ejercicio del poder. Aparte que la Constitución tuvo unas 30 reformas posteriores en los períodos democráticos. Esa fue la que el actual mandatario conservador –con un índice de aceptación por los suelos– dio a cambio de la salida a la crisis.

Aquella molotera –semanas enteras de inconformes en las calles, turbamultas metiéndole fuego a bienes públicos y privados, pillaje y vandalismo desjuiciado– en protesta por un módico incremento a las tarifas del tranvía que a la postre escaló a cuestionamiento de todo el sistema. Allí fue el momento de la revelación. Cuando la nación –que suponía tener un ejemplar modelo económico, normalidad democrática e institucional, asomando a los umbrales del primer mundo– se sintió abrumada por los desequilibrios sociales. Ah, y al fragor de los disturbios concluyeron que el remedio no era cambiar lo que impedía alcanzar la utópica sociedad que aspiraban ser, –conductas, liderazgos, gobiernos, voluntades, actitudes y aptitudes– sino el texto constitucional. Ya, solo con eso, se produciría el milagro. Fueron las corrientes de izquierda las que más provecho sacaron de la crisis. Como los zafarranchos no tuvieron cabeza política al frente, la izquierda capitalizó en la efervescencia de los reclamos. Ganó el plebiscito para cambiar la Constitución vigente y obtuvo, cuando tocó elegir delegados, más escaños en la convención constituyente. Estas elecciones no se decidirán en primera vuelta. Quienes posiblemente avancen al balotaje son los candidatos de la extrema izquierda y de la derecha recalcitrante. Los activos del actual mandatario andan muy depreciados. Los sondeos de opinión pública no le otorgan a su partido ninguna posibilidad.

Ninguno en la primera vuelta supera el 25%. Además, desde que el sufragio es voluntario apenas concurre a las urnas la mitad de los inscritos en el padrón electoral. Si así ocurriese, una reconocida encuestadora proyecta un repechaje apretado, dando una mínima ventaja al candidato de la extrema derecha. Pero de aquí para allá cualquier cosa puede pasar. Todavía entre el 23 al 28% del electorado está indeciso. El centro político e ideológico en Chile se ha desplomado. El centro izquierda que dirigió varios periodos administrativos en la era democrática, se desgastó. Como en otras partes, las redes –que usufructúan el conflicto y la división– han contribuido a la radicalización. A hacer mala palabra todo lo que insinúe acuerdos políticos, entendimientos o moderación. Lo que mueve las pasiones es el populismo de los extremos. El discurso de un lado ofrece la ilusoria gloria social –no la celestial– y del otro extremo la mano dura: imponer orden, estabilidad económica y atajar la inmigración. (¿Y aquí para dónde iremos? Con justa razón –como decíamos ayer– el Sisimite no se ubica ni en la derecha, ni en el centro ni en la izquierda, sino que arriba. Bien arriba, en la empinada montaña).

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