CRUZAR EL PUENTE

ZV
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27 de noviembre de 2021
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12:44 am
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CRUZAR EL PUENTE

NADA más que decir que ya no se haya dicho. Únicamente esperar elecciones pacíficas sin molotes al día siguiente. Ni lo quiera la Virgen, repetición de la vez pasada, que arruinaron la Navidad. Más inquietante todavía que la prueba comicial es lo que toca. Ello es, de lograrse cruzar el puente sin mayores sobresaltos, lidiar –con un mínimo de habilidad, preparación y eficiencia– con lo que hay del otro lado del barranco. Con lo que viene una vez que concluya la consulta. Que no va ser nada parecido a la mejor situación que se entregó el país después de haber superado la otra histórica calamidad. Si bien el bíblico diluvio rompió la geografía nacional en cientos de pedazos, el liderazgo nacional, la unidad, el inmenso esfuerzo propio y la solidaridad internacional, permitieron que saliésemos de los apuros con un país recuperado. Pero algo más valioso, con horizontes despejados. El duro golpe abrió un abanico de oportunidades cuyo beneficio trascendió aquella gestión gubernamental.

Algunos ejemplos entre muchos otros: El TPS y la moratoria a las deportaciones multiplicaron las remesas familiares de montos insignificantes a los $7,500 millones de ahora. (Representa más del 22% del PIB). Los beneficios ampliados de la Iniciativa de la Cuenca del Caribe abrieron las puertas del gran mercado norteamericano a las exportaciones hondureñas. Generaron cientos de miles de empleos y los ingresos recibidos representan aproximadamente un 35% del PIB. El perdón de la deuda externa liberó al país de pagar, solo en servicio de la deuda, el equivalente de un 25% de sus ingresos fiscales. Esos montos debieron ser destinados a la inversión social de la Estrategia de Reducción de la Pobreza. Pero además, el borrón y cuenta nueva habilitó que todos los gobiernos posteriores volvieran a endeudarse. Tener acceso a recursos frescos de préstamos concesionales de los bancos internacionales de crédito. Los recursos que el país recibe, solo en concepto de esos tres logros citados, es lo que aún, al día de hoy, mantiene a flote la economía y la relativa estabilidad de la moneda. Dicho lo anterior, esto de hoy es cosa distinta. Los estragos de la pandemia sumados a la crisis que ya se arrastraba antes que golpeara la peste, vislumbran un futuro preocupante. La infraestructura productiva colapsada, las empresas grandes, medianas y pequeñas –salvo contadas excepciones– maltratadas. Algunas de ellas cerraron del todo. Las oportunidades de empleo inexistentes generando un éxodo migratorio indetenible.

Peor todavía. Los sistemas educativos, sanitarios y administrativos disfuncionales. El rezago inveterado que se sufría se transforma en abismal. Sin que haya siquiera iniciativas planteadas de urgentes reformas a esos sistemas obsoletos. No hubo nada en la campaña –del debate inexistente, porque no hubo ninguno– que diese una idea que los liderazgos políticos se percatan de la gravedad que se padece. Ni esbozo de soluciones a estos gigantescos desafíos aparte de las recetas tradicionales –a un pasado nada parecido al mundo actual– que ni por cerca son suficientes. Nada hay que indique posibilidades de contar con la ciencia y la tecnología vital que la época demanda. Siquiera como indicio que haya ánimo, voluntad y conocimiento de adaptación a esa volátil y cambiante nueva realidad. Aún cuando no hay escapatoria a la encrucijada en que nos encontramos, no hay que concluir con notas discordantes. Siempre, la esperanza y la fe mueven montañas. Es lo que no debe perderse. (Montañas –escuchó decir el Sisimite– y desde una de esas empinadas cimas envía al pueblo hondureño sus mejores deseos. Que elijan con inteligencia).

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