El rey destronado

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2 de enero de 2022
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12:03 am
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El rey destronado

Por: Carlos A. Carrasco

Ninguna figura de la realeza contemporánea exhibe una personalidad tan controvertida como el que fuera monarca español por cuatro décadas, Juan Carlos I. Nacido en 1938, acompañó desde pequeño a su padre don Juan de Borbón en su exilio en Portugal, donde a sus 18 años tuvo la desgracia de matar por accidente a su hermano menor Alfonso. Desde allí, Francisco Franco lo rescató para ser formado como futuro rey, designándolo legítimo sucesor, en 1969, un episodio que cuando menos fue calificado de deslealtad hacia su progenitor, también pretendiente al trono. Estos antecedentes y su camino hacia la corona hasta la caída y exilio son relatados por la más autorizada de sus biógrafos Laurence Debray, hija de Regis, quien purgó cinco años en la cárcel de Camiri por su implicación en la guerrilla del Che. En efecto, ya en 2013 escribió Juan Carlos de España en base a su tesis de grado en historia defendida en la Sorbona y ahora su obra Mon roi déchu (Mi rey destronado, Ed. Stock, 270 páginas), aparecida recientemente, es un retrato del rey destronado menos por su propio hijo Felipe VI que por las circunstancias de las desventuras creadas por él mismo. Su biógrafa, que lo siguió hasta su ostracismo en Abu Dabi, evoca sus observaciones y conversaciones con aquel, confesando la admiración que desde siempre sintió por quien fuera en su juventud un hombre bello, deportista y apuesto monarca. Siguiendo todos sus escritos, la Debray condimenta sus reflexiones con datos de su propia vida como hija de revolucionarios que admiraban al presidente galo François Mitterrand, mientras ella colaba en su dormitorio la efigie de Juan Carlos, un vínculo platónico que devela ella misma y que se detecta en sus opiniones edulcoradas sobre la disipada vida de Juan Carlos I. “Su vida es una novela”, dice y añade “Juan Carlos ha devenido mi novela”. Su héroe vivió una singular existencia, marcada como cazador de elefantes, catador de mujeres, permisivo, cultor del vino y de la buena mesa. Todo lo cual no impidió que salvara la democracia amenazada por el golpe acaecido en 1981 o sea el forjador de la Constitución que brindó a España la seguridad de sólidas instituciones republicanas. Lamentablemente, puesto que “poderoso caballero es don dinero”, aceptó -en 2008- aquel regalo del rey de Arabia Saudita, de sus 100 millones de dólares que fueron depositados sigilosamente en Suiza y que se sospecha provienen de comisiones ilegales. Ese dolo y otros tropiezos provocaron la erosión de su imagen y la suave abdicación en favor de Felipe VI. Ahora pasa sus días en aquella isla artificial en el archipiélago de los Emiratos Árabes Unidos, donde habita una villa con comodidad, pero sin lustre palaciego. Cuidan su seguridad cuatro guardias españoles y la pareja filipina que se ocupa de la intendencia doméstica. Antiguo militar, a sus 84 años, se levanta a las siete de la mañana, lee la prensa española en su inefable tableta, dialoga telefónicamente con sus abogados, acude a la piscina para reeducar sus piernas averiadas que lo obligan a usar muletas y cuida de su salud, deteriorada por 20 operaciones y un triple baipás. A su conocido buen humor, algo disipado por la amargura que su hijo Felipe VI haya rechazado su parte de herencia y, además, le hubiese cortado su pensión vitalicia de 192,000 euros anuales, se añade la decepción que su antigua amante, la aristócrata alemana Corinna Larsen, se hubiese convertido en colaboradora eficaz en los juicios que lo persiguen por reproches fiscales. Entretanto, Juan Carlos I, el bon vivant, declara que lo que más extraña de su país es la comida y que añora servirse un buen jamón serrano.

Carlos A. Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia. La Paz, Bolivia.

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