¿QUÉ HACEMOS ENTONCES?

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18 de febrero de 2022
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12:57 am
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¿QUÉ HACEMOS ENTONCES?

INSISTIMOS, aún a sabiendas que no haya interés de detener, mucho menos revertir, la propagación del germen que infecta a la sociedad. Ni de la autoridad, de la academia, ni de los centros educativos, incluso, ni de una buena parte de padres de familia. En artículos anteriores repasamos lo dañino de esta invasiva robotización de la mente humana operada por los gigantes tecnológicos con sus algoritmos, desde sus plataformas. Redes virtuales que nacieron como inocentes herramientas de socialización. Sin embargo, en menos de lo que canta un gallo, mutaron para convertirse en manipuladoras de personas, de sistemas, de elecciones y –como fue obvio en la toma violenta del Capitolio– en promotores de inestabilidad política. ¿Qué tan poderosos son esos megaconglomerados tecnológicos? Hoy por hoy –una vez perfeccionaron la forma de atracar la ingenuidad de usuarios babosos en todos lados– son, con sus sedes en Silicon Valley, los verdaderos centros de poder que gobiernan el mundo.

Ese inmenso control ejercido sobre la necesidad de adictos conectados les ha permitido amasar inmensas fortunas. Ningún negocio, durante la crisis de la pandemia, multiplicó sus insaciables ganancias como ellos. Su elaborada telaraña es una estructurada urdimbre mundial montada sobre la conectividad online, las redes inalámbricas del Wifi y el Internet. Operan como instrumentos de extracción de la información privada. Son refinados mecanismos sincronizados para hackear la mente. Consiguen influir en el comportamiento humano creando hábitos de control psicológico sobre millones de usuarios. Cuentan con un ejército de zombis enchufados a su red, adictos a la frivolidad, instigadores de conflicto a cambio de los “likes”, en procura voraz de entretenimiento. No solo eso. Se las han ingeniado para explotar los mercados locales en todas partes del mundo, –sin ley o restricción que los limite o los regule– sin pagar un centavo por el fabuloso negocio que realizan. En grosera y descarada competencia desleal con los medios convencionales de comunicación que –pagando la excesiva carga impositiva fiscal y municipal que les encaraman encima– ofrecen, en desventaja, servicios publicitarios a los mercados domésticos. “¿Qué hacemos entonces, –continúa exponiendo el conferencista argentino– abandonamos los celulares y damos de baja las redes sociales? “No, no hace falta llegar a tanto”. “Las ventajas de la vida conectada son demasiado grandes como para renunciar a ellas”.

“Pero estamos en una lucha desigual entre compañías muy sofisticadas y usuarios que actúan con ingenuidad”. “Firmamos un contrato, escrito por la otra parte, sin siquiera poder leer ni saber qué diablos estamos firmando”. “Para nivelar la cancha necesitamos entender cómo funcionan estos mecanismos y poder defendernos de la manipulación”. “Los dispositivos y las redes nos mantienen ensimismados, distraídos, impacientes y enfocados en el consumo pasivo”. “Pero no tiene por qué ser así”. “Es momento de abandonar la ingenuidad y lanzar la contraofensiva”. “Podemos recuperar el control de nuestra vida para aprovechar los beneficios de la tecnología sin quedar atrapados en ella”. “Aprovechar la supercomputadora que llevamos con nosotros para crear, no solo para consumir”. “Usarla para vivir experiencias compartidas en vez de quedar cada uno encerrado en su propia pantalla”. “En definitiva, el desafío es poner las plataformas y dispositivos al servicio de la vida que queremos vivir no de la vida que otros necesitan que vivamos”. (Fin de citas). La fregada es que para vencer un vicio hay que admitir que se es adicto. Ir a terapia y con no poca disciplina, poner enorme fuerza de voluntad para sanarse. Aquí la inmensa mayoría de la gente ni siquiera se ha percatado del maleficio que se ha apoderado de su ser. (Sencillo –resuella el Sisimite–solo es cosa de asumir ser los dueños de los dispositivos no los dispositivos los dueños de nosotros).

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