EL VAIVÉN

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28 de mayo de 2022
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12:00 am
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EL VAIVÉN

A propósito de la diputada colombiana a quien, en su viaje de regreso, pescaron con un cuantioso fajo de dólares que no había declarado. Este fin de semana los colombianos van a elecciones. Encabeza las encuestas, con un 40% de intención de voto, el candidato de la izquierda. Este sería el primer político de izquierda que tiene opciones de ganar. El país no ha tenido gobiernos revolucionarios como en México o Venezuela, ni clanes reformistas como el peronismo argentino, ni socialistas como los chilenos. Ocurrió, además, que en el pasado los izquierdistas de arrastre popular –como el insigne orador Jorge Eliécer Gaitán y Carlos Galán– que estuvieron a un paso de obtener el poder fueron asesinados. En algunas de estas etapas a la izquierda se le asoció a frentes guerrilleros y a grupos terroristas. Los partidos tradicionales –oscilando entre líderes conservadores, centristas y progresistas– se han turnado el poder. Nunca pareció que le llegaría el turno a la izquierda. Hasta ahora. Lejos, con un 24%, va el candidato de la derecha y más abajo aún, el otro con un 18%.

Los demás no tienen chance. Sin embargo, a no ser que ocurra una sorpresa, el candidato que va adelante no superaría los votos necesarios para ganar en la primera vuelta. Así que iría al repechaje con quien quede en segundo lugar. La Constitución colombiana establece que “el Presidente de la República será elegido para un período de cuatro años, por la mitad más uno de los votos que, de manera secreta y directa, depositen los ciudadanos en la fecha y con las formalidades que determine la ley”. Como es improbable que alguno de ellos obtenga la mayoría simple del total de votos depositados, la norma manda que “se celebrará una nueva votación que tendrá lugar tres semanas más tarde, en la que solo participarán los dos candidatos que hubieren obtenido las más altas votaciones”. La segunda vuelta sería, entonces, el domingo 19 de junio. Allí quien obtenga mayoría de votos sería el presidente. En Colombia, sin embargo, sucede parecido a lo que acaba de pasarle a los partidos tradicionales chilenos. Acumulan años de malestar popular y el desgaste de los gobiernos. Este último período ha sido catastrófico. Carga con el disgusto de dos estallidos sociales y el desencanto de la gente por los estragos de la pandemia. El actual gobierno de derecha sufre de altísimos índices desfavorables entre la opinión pública. Lo incierto de momento, en caso que lleguen a la segunda vuelta, es si las fuerzas políticas de derecha o los sectores que temen a la izquierda llegarán a converger en torno a la candidatura de quien dispute con Petro el repechaje.

El vaivén del péndulo político en América Latina –salvo contadas excepciones– ha resultado favorable a opciones de izquierda o a desconocidos opositores al oficialismo. Se cruza por un auge populista como de un duelo entre los extremos. Las expectativas sobre estos gobiernos son gigantescas. Asumen el poder –no en condiciones tan cómodas como en otras ocasiones– sino con la responsabilidad de lidiar con las malas economías que reciben, agravadas por los demoledores estragos de la pandemia, frente a la exigencia de soluciones rápidas de pueblos empobrecidos. Como lo han comprobado varios de ellos que llevan varios meses gobernando –uno que otro ya a mitad de su gestión– que no es lo mismo gobernar cuando hay gavetas suficientes y dinero abundante para repartir que en momentos como estos cuando las exigencias son colosales y los recursos escasos. (Del poder a no poder –reflexiona el Sisimite– solo hay un paso).

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