¿Está agonizando el valor de la integridad en la sociedad?

ZV
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27 de noviembre de 2022
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12:40 am
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¿Está agonizando el valor de la integridad en la sociedad?

Arq. Óscar Cárcamo Vindel
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En interés de este comentario procuraremos definir a la integridad con el siguiente alcance; es un valor supremo en el comportamiento cotidiano, reflejado en hábitos esenciales de conducta de un individuo, que se arraigan en una firme convicción interior por favorecer una meticulosa entereza moral, rectitud y honradez, que originan a personas de una firme condición y carácter, en las que se les puede confiar con absoluta seguridad; la observancia de la ley, la defensa de la justicia, la custodia de caudales, y gestiones administrativas genuinas.

La prerrogativa de afincar en las profundas entrañas de la conciencia, esta noble convicción de una elevada raíz espiritual, que origina la enérgica fortaleza interior de menospreciar la codicia del dinero mal habido, al amañado beneficio personal, y que de oponerse decididamente al abuso e injusticia de cualquier índole, evidencia que la integridad es un valor en franca vía de extinción, y en cierto sentido, los escasos individuos que practican esta notable virtud, a buena parte de la colectividad, les puede parecer en cierto modo, como personas bizarras de una usanza postergada para tiempos fuera del contexto contemporáneo.

Por tal razón, concluimos que las repulsivas secuelas de desproporcional corrupción, la desmedida criminalidad y el dramático despropósito que nos acorralan en la presente realidad, vienen a ser esencialmente la ausencias de este superior valor de la integridad en nuestra nación, y es en verdad el resultado de la incorporación de sujetos con apetitosa avaricia en la política, en el entramado de los entes operadores de justicia, y favorece el florecimiento de desalmados capitalistas de una animosa inclinación por burlar la ley con una actitud de indolente codicia.

Como resultado de la privación generalizada de este ilustre valor, no es de sorprenderse al observar el degradante horizonte de un estrecho nivel cultural que nos acorrala, y nos hemos acostumbrado a transitar en un desgobierno en donde reina el desorden, el irrespeto y el abuso, como característica perceptible de la conducta de las grades mayorías.

Por lo tanto, al poder observar con frívola naturalidad en el día a día; el arrojar con apática solicitud basura en las calles, ver con desberguenza a sujetos orinar en vía pública, o atropellar con hostilidad al que transita al frente, cuando ademas aceptamos con normalidad, que es de rigor cumplimiento la impuntulidad, que la norma común para solventar una infracción vial, es el soborno a un agente de Tránsito, el hurto en los lugares de trabajo como de un universal ingenio y que, la práctica de la mentira para cubrir una falta es una razonable salida.

Como orientación al respecto, nos hemos acostumbrado en admitir y aplaudir, a políticos de agreste raíz doméstica, florecer en agitada estampida de bullicioso rebaño, reflejando que sus airadas palabras de abundante grandilocuencia, no coinciden en ninguna manera con el desempeño de las censurables acciones, porque en la práctica sencillamente reflejan el empeño de un ambisioso proyecto personalista, y en el peor de los casos, sucumben al pernicioso cohecho de ser apadrinados por oscuros patrocinadores, desestimando con indeferente indolencia las palpables necesidades de las grandes mayorías.

De igual forma, toleramos con insensibilidad el común proceso, en donde los operadores de justicia evidencien con encubierta sutileza un furtivo desempeño, y observamos que la justicia, dejó de ser ciega, y rinde la conciencia de la fiel neutralidad al mejor postor de abultada billetera, y sin remilgos con osadía clava el afilado aguijón de la ley en contra del menesteroso, en franco perjuicio de las causas justas.

Alabamos como una soberbia conquista social, que los muy ilustres educadores, incineren llantas con delirante arrebato de furia, y como forajidos con el rostro cubierto manchen paredes y en convulsa embestida obstaculizen la cirulación de calles, aleccionando a sus estudiantes con un pervertido mal ejemplo de reprochable anarquía y de omisión de la más elemental cultura; que en consecuencia formarán generaciones de jóvenes desfigurados en su carácter y atiborraodos de un sin número de antivalores.

Adulamos con ciego fervor, el culto a la personalidad de religiosos, que no predican con el ejemplo, que por el contrario, el fruto de su vocación es la arrogancia, el amor al dinero, la fama y la opulencia. Dignificamos como notables y auténticas personalidades, a censurables comunicadores sociales de un vocablo cargado de obscenidad, y de un referido sesgo, que evidencia un claro desfavor por la verdad, la justicia y el respeto de la ley.

En fin: el valor de la integridad se postergó al abandono y, en consecuencia el panorama que se vislumbra hacia el futuro de nuestra amada nación es de un sombrío desenlace.

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