“NUNCA es seguro mirar hacia el futuro con ojos de temor”. (Edward H. Harriman). Coincidiendo con esta frase que un amigo manda para el repertorio de Winston y el Sisimite, recibimos el siguiente mensaje, de un buen amigo de la academia, acompañado del hiperenlace del documento electrónico: “Una joya de uno de mis columnistas favoritos, –expresa– acerca del tema del momento, la Inteligencia Artificial”. El autor narra una experiencia “muy notable pero inquietante”, que tuvo con el exdirector de Investigación y Estrategia de Microsoft. Una demostración –dice– del “GPT-4”, versión avanzada del “chatbot” de inteligencia artificial “ChatGPT”, desarrollado por “OpenAI”. “Tienes que entender” –cuenta que le dijo el amigo antes de hacerle la demostración– “esto va a cambiar todo acerca de cómo hacemos todo”. “Creo que representa el mayor invento de la humanidad hasta la fecha”. “Es cualitativamente diferente, y será transformador”.
“Los grandes módulos de idiomas, como “ChatGPT” aumentarán constantemente sus capacidades, hacia una forma de inteligencia artificial general, brindando eficiencias en operaciones, ideas, descubrimientos y conocimientos que nunca antes habían sido alcanzables en todos los dominios”. Ya en marcha la demostración, pidieron que, en 400 palabras, diera el resumen y la misión de un proyecto recién lanzado al público. Apenas tardó unos pocos segundos en producir el documento. Luego le pidieron que hiciese lo mismo en 200 palabras, e igual, lo hizo en apenas unos segundos. “La traducción en árabe, igual, casi instantáneo, luego en mandarín, dos segundos más”. Le pidieron que lo hiciese en inglés, pero en forma de un soneto shakesperiano. Y luego en verso abecedario, donde la primera línea comience en A, la segunda en B, y así sucesivamente. Narra –y ofrece una muestra de los versos entregados por GPT-4– que quedó “perplejo de la creatividad asombrosa” a tal grado que “apenas pudo dormir esa noche”. “El sistema (su software, microchips y conectividad) produce ese nivel de originalidad en varios idiomas en solo segundos cada vez, bueno, –continúa diciendo– lo primero que me vino a la mente fue la observación que hiciese el escritor de ciencia ficción Arthur C. Clarke de que “cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. “Lo segundo que me vino a la mente fue un momento al comienzo de “El mago de Oz”, la escena del tornado en la que todo y todos se elevan en un remolino, incluidos Dorothy y Toto, y luego se alejan de lo mundano, de la Kansas en blanco y negro a la reluciente y futurista Tierra de Oz, donde todo es color”. “Estamos a punto de ser golpeados por tal tornado”.
“Este es un momento prometeico en el que hemos entrado: uno de esos momentos en la historia en los que se introducen ciertas herramientas nuevas, formas de pensar o fuentes de energía que son un punto de partida y un avance tan grande con respecto a lo que existía antes que no puedes simplemente cambiar una cosa, tienes que cambiar todo”. “Es decir, cómo creas, cómo compites, cómo colaboras, cómo trabajas, cómo aprendes, cómo gobiernas y, sí, cómo engañas, cometes crímenes y peleas guerras”. “Conocemos las eras prometeicas clave de los últimos 600 años: la invención de la imprenta, la revolución científica, la revolución agrícola combinada con la revolución industrial, la revolución de la energía nuclear, la informática personal e Internet y… ahora este momento”. “Solo que este momento prometeico no está impulsado por un solo invento, como una imprenta o una máquina de vapor, sino por un superciclo tecnológico”. “Es nuestra capacidad de sentir, digitalizar, procesar, aprender, compartir y actuar, todo ello cada vez más con la ayuda de la IA”. (Ni pensar, le dice el Sisimite a Winston, que allá van de regreso al futuro y aquí a cuántos años luz de atraso estamos en calidad educativa. Sí, le responde Winston, pero todo eso cambia cuando les encaramen las gabachas a los cipotes”).
