“AH… YA SÉ”

MA
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29 de marzo de 2023
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12:25 am
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“AH… YA SÉ”

EL comentario: “Qué buena descripción hiciste de todos los ‘Emojis’”. “Pero si de ahorrar espacio se trata en esta era de digitalizados”. Bueno, si solo de ahorrar espacio se tratara –responde Winston– pero lo que se achica es la mente; la inteligencia se apoca; el espíritu de la convivencia saludable, amable y duradera se pierde; el alma de la socialización –de platicar como seres humanos viéndose las caras, no con chunches inanimados– se apaga; la naturaleza que separa a la persona de otras especies se deforma, en la medida que se abandonan las palabras, se asesina el idioma, y se mata la sensación de estar vivos. Dicho lo anterior, quedan otras inquietudes. Sin duda que el hábito del ahorro es una virtud. Sin embargo, en esto, ¿qué es lo que se está economizando? ¿Espacio, tiempo, energías? En realidad, no sería espacio lo que se ahorra, si para escribir cualquier cosa que quiera decirse, el espacio disponible en la comunicación digital, es prácticamente ilimitado. Puede escribirse, si así se place –incluso con todo y la ilustración de los tales pichingos– hasta el agotamiento; hay forma de enviar libros enteros en PDF (el formato de documentos portátiles, una herramienta pública destinada a la distribución e intercambio fiable de documentos electrónicos).

¿Economizar tiempo, entonces, sería? Tampoco. ¿En qué carajo es que pasan tan ocupados? Si más de la mitad del día no es a trabajar que lo dedican, y una buena parte de la noche tampoco la ocupan para dormir, sino al incesante trastear del portátil o de cualquier otro chunche digital. Socializando con dizque amigos inseparables de la burbuja. Enviando y recibiendo mensajes urgentes de vida o muerte que, si no se atienden instantáneamente, nada específico se desarregla, ni nada en particular se compone, ni se cae la aparente amistad. ¿Y cuántas de esas estrechas amistades (el club de contactos de conocidos desconocidos) –que pasan dando “likes”, transmitiendo y retransmitiendo burradas, intercambiando frivolidades, cruzando chistes, TikTok, poses en Instagram, y enlaces a la changoneta, como alimento a un apetito insaciable de entretenimiento desenfrenado– creen que van a ir al velorio, al entierro o a las misas de fin de novenario cuando les toque despedirse de este mundo? ¿Y cómo fue que hubo mundo en un pasado menos tecnológico? Si las cartas llegaban días, semanas o meses después, y abrirlas era impensable emoción. Y pese a la distancia, a lo tardado de enviar y recibir la carta con palabras y oraciones bien escritas, no con “Emojis” ni balbuceo plagado de errores ortográficos, la relación perdurable no se acababa ni el amor sincero se apagaba. “Andá allá a la esquina a la pulpería que te presten el teléfono –me decía mi papá– para que hagás esta llamada, y le preguntás tal o cual cosa a fulano o a zutano, si es que está en su trabajo o en la casa, y si no, con quien conteste, dejale recado que quiero verlo”.

La vida era más sosegada, nadie andaba todo estresado y malhumorado, ni hundido en depresiones, y siempre las cosas se hacían, de una u otra manera. “Te espero en tal o cual lado –se citaban dos empresarios– para que veamos el proyecto, y nos tomemos una taza de café, a ver si cerramos el negocio”. Y no era la desesperación apurada, lo que consumaba la transacción. Más bien el trato personal, de compartir, de platicar mirándose –sin la informalidad inerte de comunicarse por aparatos– de palpar la sinceridad en el rostro, en los gestos y ademanes durante la conversación, era esencial para cerrar el arreglo. Solo queda el ahorro de energía, que igual a lo otro, más energía tendrían para lo productivo, lo importante y trascendente, si los zombis adictos no pasaran todo el día, sometidos al poder hipnótico de su aparatito controlador. (La reacción de una acuciosa abogada dio pie a la siguiente conversación: “Todo lo verdaderamente malvado –recuerda el Sisimite que escuchó decir a Ernest Hemingway– empieza por algo inocente”. Winston: ¿Y cómo termina? El Sisimite: Termina mal. ¿Y cómo se evita o se previene? Reconstruyendo lo valioso. ¿Y qué es lo valioso? Restaurar los valores perdidos. ¿Cuáles? Ah –ya sé, solloza Winston– el buen hábito de la lectura, el respeto, la responsabilidad, la ética, la moral con que los padres deben formar a sus hijos; el cimiento para la vida forjado en el hogar, los pilares en las escuelas, para construir no destruir, como aporte a la sociedad; la socialización como humanos no como robots; la vocación al servicio; priorizar los activos intangible, el ejemplo, los sentimientos, las emociones, la autoestima, sobre lo pedestre y lo material; el hacer bien al prójimo no el odio que se propaga por redes sociales; la virtud de la tolerancia, la armonía, la unidad, la solidaridad, no lo que provoca conflicto; la aptitud de enseñar y de educar y el deseo de aprender, y actualizarse. La pasión por la cultura. El cultivo de uno mismo como de la esperanza; la fe en Dios por sobre todas las cosas, entre otros).

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