DIVULGADORES DE CIENCIA

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4 de junio de 2023
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12:41 am
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DIVULGADORES DE CIENCIA

ALLÁ por el año 2002 se informó que en todo el planeta solamente existían diez mil divulgadores de conocimiento científico. Habría que indagar cómo anda el estado de cosas en la actualidad. También se dijo que, en uno de los países más desarrollados del hemisferio norte, el 93% de los adultos eran indiferentes al desarrollo de la ciencia. Porcentaje al que habría que añadir la cantidad de jóvenes ignaros. Lo cual es comprensible si consideramos que en los días que corren pareciera que la tecnología de punta ha suplantado a la investigación rigurosa y al conocimiento mismo. Es decir, que una vez que se ha logrado el suficiente basamento científico, millones de técnicos de turno aprovechan al máximo tales saberes, mediante refinadas aplicaciones tecnológicas, en un proceso vertiginoso en el cual suelen olvidar, con una facilidad asombrosa, el trabajo previo, durante muchos siglos y decenas de años, de los científicos de diferentes épocas, como si los avances tecnológicos hubiesen surgido de una burbuja o de la nada. Es como si se tratara del viejo “complejo de Edipo” de alguien que busca destruir a su padre, consciente o inconscientemente.

A pesar de los pesares aún continúan subsistiendo tantísimas personas interesadas en aproximarse a los basamentos de las ciencias puras y duras; y a las teorías especulativas e incluso al conocimiento religioso. Hace aproximadamente un mes se celebró, en España, un encuentro hispanoamericano de profesores de humanidades, donde se informó que en este momento hay centenares de miles de personas conectadas en las redes queriendo conocer la filosofía y otras disciplinas concomitantes. Esto significa que la esperanza en la recuperación de valores humanos trascendentes pervive en el alma de millones de personas que se autoperciben más allá de las simples máquinas velocísimas y repetidoras de aquello que los programadores de carne y hueso, por así decirlo, les han inyectado.

Un prestigioso físico cuántico de la primera mitad del siglo veinte sugirió que la ciencia física debiera ser explicada, en última instancia, mediante el lenguaje sencillo del ciudadano de la calle; o del humilde parroquiano de las cafeterías. De tal sugerencia se derivó el interés de aquellos personajes que allá por 1953 descubrieron la estructura genética del “ADN”, en tanto que expusieron y discutieron sus hipótesis científicas en las cafeterías y en los bares disfrutando las exquisitas tazas de café y las buenas cervezas europeas. Un químico neozelandés que dibujó por primera vez la estructura interna del átomo, evangelizó en el sentido que si acaso un científico era incapaz de transmitirle sus conocimientos a una camarera, significaba que sus teorías “científicas” eran probablemente malas o equivocadas. Un prestigioso médico español, por su parte, exponía sus más interesantes descubrimientos médicos en las cafeterías de la “Plaza del Sol”, en el viejo centro de Madrid.

Toda la información anterior es pertinente si se considera la práctica de divulgar el conocimiento científico, con el fin de indagar cuántos popularizadores de la ciencia existen en el globo terráqueo, y específicamente en Honduras, habida cuenta que las matemáticas y la ciencia física continúan presentándose en las aulas como algo extremadamente misterioso e inalcanzable para los pobres estudiantes “mortales” de los colegios de secundaria y de las universidades. No negamos, por supuesto, que las ciencias poseen sus propios códigos o lenguajes especiales; pero es una obligación ética de los profesores de cualquier parte del mundo (y de los auxiliares de profesores), encontrar las técnicas pedagógicas más adecuadas con el propósito de volver accesible y atractivo lo que pareciera inaccesible. Los buenos profesores desprendidos se sienten orgullosos de la excelencia de sus mejores alumnos.

En Honduras parecieran haber desaparecido del mapa aquellos pedagogos y docentes que sabían transmitir con emoción y sin mezquindad los conocimientos que habían alcanzado en sus propias disciplinas. Algo se torció en el camino que debemos rectificar con prudencia, persistencia y humildad, a fin de colocar a nuestro país “a la altura de los tiempos”.

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