LETRAS Y LETRAS

ZV/30 de January de 2022/12:59 a. m.

Juan Ramón Martínez

I
El tema del poder domina la casi totalidad del espacio de las relaciones entre los humanos. Abocados en Honduras a un proceso de transición del poder entre las indóciles élites políticas, que provoca esperanzas, ansiedades y temores, me he visto animado a releer “El general en laberinto”, de Gabriel García Márquez. Aunque lo había leído, hace cerca de cuarenta años, un poco después de su publicación; el que leo ahora, tiene otra perspectiva y mayor viveza, probablemente porque soy, un hombre diferente. Al fin y al cabo, ha pasado mucho tiempo desde la primera lectura. El libro narra, en forma novelada -en mejor forma que los tediosos libros de historia- los últimos días de vida de Simón Bolívar que, después de una carrera fulgurante y un sueño de crear una gran y sola nación en el continente, es desbaratado por las realidades impuestas por los pragmáticos, mientras sufre las puñaladas de los desengaños, las heridas de las traiciones y los dolores de los desacuerdos. Es, en pocas palabras, una crónica de la amargura de los desengañados que dejan el poder. Y que, el único camino cómodo, es el de la muerte. Los nuevos gobernantes, tienen que leer este libro para entender que, el poder se empieza a perder, desde el primer día que inician el desempeño de su ejercicio. Que nada es eterno. Y que los desacuerdos, las formas de ejercerlas, -de frente o bajo la luz de las maledicencias, las conspiraciones y los asesinatos- no siempre abandonan los escabrosos terrenos de la traición. Más que una lección de historia, escrita por García Márquez en 1989, es una clase de ejercicio preparatorio para las ingratitudes del poder, en sociedades en donde este es, visto como un premio que corresponde a los más osados y que, en consecuencia, se disputa entre todos los que tienen menos escrúpulos. Y con los puñales apretados entre los dientes.

II
Pocos buenos cronistas hay de las realidades de América Latina que superen a Jon Lee Anderson (California, EUA, 1957). Habla muy bien español y otros idiomas. Pero lo más importante conoce muy bien América Latina -incluso vivió en Honduras donde trabajó como peón, probablemente en las compañías bananeras- y maneja una metodología periodística, basada en la cercanía de los hechos, constancia de las realidades narradas y objetividad absoluta con la descripción de los hechos. “El dictador, los demonios y otras crónicas” -la mayoría publicadas en Nueva Yorker que se edita en la llamada capital del mundo- y que va desde la exploración de la tumba donde reposan los restos de García Lorca, hasta la descripción de la vida, si se puede llamar así, en la favelas de Río Janeiro, en donde no entra la policía, pasando por “Los años de la peste en Cuba”, la andanzas del Rey de España y sus negocios, el poder de García Márquez y su amistad con Castro, las luchas por el poder en Panamá, después de la invasión de los Estados Unidos, el perfil revolucionario de Chávez y otras más. Bien escritas, sin divagaciones y adjetivos, no solo muestran estas crónicas la maestría del escritor, sino que el maestro de la crónica, que no escribe sino lo que le consta y que, cuando da opiniones, recurre a los hechos para que las respalden. Anderson, tiene también, una “Biografía del Che Guevara” que, es modelo de objetividad y distancia de un personaje icónico de nuestros tiempos. Al terminar de leer su libro, me pregunto por qué no incluyó una crónica sobre Honduras. ¿Somos tan invisibles que Anderson, perspicaz observador, no logró identificarnos e individualizarnos? ¿Acaso es que, ni siquiera existimos?

III
Leonardo Padura, novelista cubano, es posiblemente uno de los mejores escritores de lo que podríamos llamar post boom. Le conocimos en “El Hombre que Amaba a los Perros” -narración de la vida y muerte de Trotsky y su asesino Ramón Mercader- en “La Transparencia del Tiempo”, nos ofrece otro ejemplo de su vivo talento. Esta novela es un thriller en que nuevamente el expolicía xx Conde, se enfrenta a la resolución de un caso, en esta oportunidad el robo de una virgen negra, que se confunde con la de Regla; pero que ha sido traída desde Cataluña y que tiene su fuerza milagrosa, originada en el siglo XV pero confirmada en la Cuba contemporánea, de guerra e inseguridades en una región convulsa en que los hombres viven luchando a muerte, muchas veces sin saber por qué y que es objeto, en la década de los 2000, de un robo que lleva a un crimen y que el expolicía es contratado por un amigo de su infancia, homosexual declarado y ejercitante que, le contrata para resolver el misterio de su desaparición. Padura tiene el mérito que, en el fondo de la trama policial, coloca a La Habana que es una muestra del deterioro de la realidad, del fin de las ilusiones y la persistencia de los que, pese a todo, no pueden vivir, sin el salitre del mar Caribe, sin los lamentos de los que se quejan de la dureza de la vida o los esfuerzos de los que se quieren ir para Miami. Pero es, además, muestra de la capacidad del cubano para mantener la alegría en una dura realidad en donde casi no hay espacio para la queja; y mucho menos, para la crítica en contra del gobierno revolucionario, al extremo que, a Castro, tan omnipresente en la vida política de la isla, nunca se le menciona. “La Transparencia del Tiempo”, es posiblemente, una de las mejores novelas de quien creemos que pronto recibirá como consagración, el Premio Nobel de Literatura.