¡Los idiomas bajo ataque!

ZV/28 de April de 2024/12:47 a.m.

César Indiano (*)

El idioma es el código comunicante de un país, elegido legalmente por un Estado, para establecer un patrón de interacción común a todos los habitantes pertenecientes a una nación. Una lengua, en cambio, es un remanente lingüístico que se mantiene vivo y activo por razones culturales, históricas o antropológicas. El español es un idioma, el misquito es una lengua.

De modo que, el idioma oficial de España y de los países latinoamericanos, es el español. El castellano es una lengua de los nativos de Castilla. Asimismo, los aborígenes y los grupos étnicos de América han mantenido la vigencia –durante siglos– de aproximadamente 420 lenguas que se utilizan de forma natural en regiones de alta población indígena como México, Bolivia y Guatemala. En Honduras, para el caso, se hablan ocho lenguas reconocidas, de las cuales, únicamente el garífuna es de origen africano.

Se dice que a nivel mundial se hablan más o menos 7,000 lenguas, siendo África el continente de mayor diversidad lingüística. Relativamente, los idiomas son pocos, con relación a la cantidad de lenguas que se mantienen vivas a escala global. El idioma español, por razones históricas es el más utilizado en los países de habla hispana, pero, el inglés, que es el idioma de Norteamérica, ocupa el segundo lugar, sin descartar que el francés tiene suficientes usuarios en Canadá y en la cuenca del Caribe. En países como Haití, el idioma oficial es el francés. Para 217 millones de brasileños, el portugués es el idioma oficial reconocido.

Ahora bien, por qué los idiomas están bajo ataque y quiénes son los encargados de masacrar hasta las reglas más básicas y elementales de la comunicación oral y escrita.

El terrorismo lingüístico que hoy sufren los idiomas más importantes del mundo (como el inglés, el español y el francés) nació en las propias capitales culturales de occidente. Las grandes brutalidades lingüísticas y semánticas que ahora sufre el francés han sido concebidas y programadas en París. Las editoriales son cómplices, las celebridades cooperan. Los más feroces bombardeos contra el funcionamiento correcto del inglés se fraguan, coordinan y promueven en las propias universidades de Londres. Los guionistas y los periodistas británicos nunca habían sido tan serviles hacia una ideología tan inicua.

Y, los daños sintácticos más catastróficos que ha sufrido el idioma español en los recientes 30 años, han sido planeados en la propia capital de España.

Todos los especialistas en la materia idiomática: lingüistas, filólogos, gramáticos, políglotas y semiólogos, han cerrado filas para arruinar los idiomas desde la raíz. Comenzaron por cuestionar las propias concordancias naturales de los adjetivos y acabaron manipulando, de forma grosera, el significado correcto de los sustantivos. De un día para otro se extinguieron las putas, y ahora, sólo existen las sexoservidoras. De pronto desaparecieron los criminales y los presos, y ahora se habla únicamente de “privados de libertad”. Resulta que ya no hay “empleados”, pues ahora todos son “colaboradores” de la puta madre que los parió.

Los nuevos voceros de lo “semánticamente correcto” han trabajado como unos dementes en la destrucción de la gramática original y ya nadie puede construir una oración simple, sin verse interpelado por la Policía Mundial del Idioma que hoy obliga –a todos los usuarios del mundo– a hablar como tontos y a escribir como necios.

Hay tres crímenes enormes que “los terroristas del idioma” han consumado en la mente humana moderna. El primero, aunque pienso que no el más grave, fue transformar el idioma en una bandera política de izquierdas. De súbito, en un abrir y cerrar de ojos, el bello idioma que habíamos amado durante siglos, acabó convertido en un perverso instrumento de manipulación progresista. El segundo crimen, fue aceptar de forma sumisa en todas las cátedras y púlpitos, el uso obligado del lenguaje inclusivo. Y, por último, y, esto sí que es grave, fue dejar los controles semánticos y los comandos lingüísticos, en manos de los seres más envidiosos, fastidiosos y rencorosos que habitan el planeta.

Desde el momento mismo en que el idioma se convierte en propiedad privada de los imbéciles, ya no le sirve a nadie más que a los imbéciles. Ya no les sirve a escritores, a pedagogos, a poetas, a periodistas, a científicos ni a oradores. Entonces, se establece una tiranía mental que siempre irá acompañada de sanción, castigo y desprecio para todo aquel que haga uso de su libertad de conciencia al momento de expresar ideas, emociones y sensaciones.

El imbécil se convierte en autoridad legal de naciones afeminadas, doblegando la voluntad del hombre libre y suprimiendo la autonomía del pensamiento en toda persona de bien.

Así que, dejando de lado las normativas de la gramática y echando a la basura las reglas más básicas del sintagma verbal, todos eligen ser –voluntariamente – retardados. Porque todos necesitan, so carajo, quedar bien ante los delicados sentimientos de los envidiosos, de los fastidiosos y de los rencorosos.

Resulta que ahora todos usan “niños y niñas”, “diputados y diputadas”, “magistrados y magistradas”, “todos y todas”, “ellos y ellas”, “estudiantes y estudiantas” y todos –bola de pervertidos– viven preocupados por la resiliencia, la inclusión y la inserción de todas esas lacras que dominan el mundo con carita de víctimas. Cómo les explico a esta generación de zánganos que el idioma no es en sí mismo, ni inclusivo ni exclusivo, pues la norma objetiva de su funcionamiento gramatical, responde a la voluntad subjetiva del usuario en su deseo de expresar amor, odio, dolor y placer.

Cómo le hago entender a tanta burra con micrófono que las palabras “femicidio” y “feminicidio” no existen, que son conjuros de un maleficio político cuyo único propósito es asignarle género al mal, violentando la balanza de la jerga jurídica para que los hombres seamos –legalmente– los monstruos y los villanos de la vida.

Yo no puedo obligar a nadie a que me quiera o que me acepte usando el ardid el terrorismo inclusivo; lo que sí puedo, es defender la libertad idiomática y política para poder discernir quién me quiere dar un abrazo y quién me quiere cortar la cabeza.

El género de las personas y los animales surgió de forma arbitraria en todas las cosas que fueron creadas, un millón de años antes de que naciera el primer resentido hijo de puta. Por lo tanto, yo no elegí que la tierra fuera femenina y tampoco que el fuego y el océano fueran masculinos. Yo no decidí que las mariposas, las golondrinas y las jirafas contuvieran el sustantivo de su contraparte masculina. Por esa razón –bola de caballos– no existen ni los golondrinos ni los jirafos ni los mariposos.

Cuando decimos “niños” no nos referimos a los chicos que tienen pene, si no, a los seres humanos comprendidos en una edad específica. Cuando decimos “todos”, no nos referimos a los hombres aludidos, nos referimos a todos los seres humanos comprendidos en un adjetivo de cantidad.

Entiendan estúpidos, “todos” no es un sustantivo, es un calificativo de conjunto y por lo tanto no tiene género. Dicho lo anterior, tendrían que pasar por encima de mi cadáver antes de que me vean acatando las reglas fecales de un mundo atemorizado, perdido y confundido. Para ponernos a salvo del terrorismo lingüístico inclusivo de las naciones enfermas, tendríamos que aprender árabe, ruso o mandarín, recorrer los senderos entre juncos, estanques y luciérnagas y nunca más volver a escuchar el ruido nauseabundo de los idiomas reciclados.

(*) Escritor hondureño, reside en Tegucigalpa y en Barcelona, España.