En el 108 aniversario de su nacimiento: “PRISIÓN VERDE” Y AMAYA AMADOR, UNA RUTA SINGULAR (*)

ZV/5 de May de 2024/12:22 a.m.

Juan Ramón Martínez

De repente, “Prisión Verde”, solo se pudo escribir en Olanchito; y, no en otro lugar. Igual que “Cien Años de Soledad”, es imposible imaginarla como obra de un inglés, ruso o estadounidense. O, quitándole el calor engañoso del Caribe. Imaginar La Divina Comedia, firmada por un hondureño o un ucraniano, El Quijote de la Mancha, por un italiano: o un genovés escribiendo “El Viejo y el Mar”, por más que el mar suyo sea más azul que el Caribe con el que Heminguey imaginó, todas sus luchas y proezas para sobrevivir. O el mar, con todos sus desafíos descrito por una persona diferente a Conrad. Quiero decir, de entrada, que una obra literaria no es solo fruto del autor, sino que, de una totalidad, de una realidad, de una sociedad específica, condensada en su escritura. Y en esto, no estamos descubriendo nuevos paraísos. Los cristianos; y, antes los judíos, dijeron para escándalo de impenitentes desorientados, que “la Biblia es palabra de Dios”. Un intento para entender esta relación entre pueblo, sociedad y obra literaria, nos lleva de la mano del concepto que la obra literaria es obra social, y, a aceptar que el escritor y la obra, son expresión de una circunstancia particular, en la que el genio del autor, al asumirse como expresión de todos los autores, en la idea de Borges, hace la obra de las obras que expresa, categóricamente, a todas las obras; y a todos los hombres. Dios, es en la concepción de Spinoza, es el todo, que se expresa en cada una de las partes. Y está, en cada una de ellas. O en la visión de los árabes, nada cambia porque Dios, no es objeto de cambio; e incluso, la lengua en la que se escribió el Corán, no puede cambiar, porque es la lengua de Dios; y este no cambia. En conclusión, una obra –y al margen de su valor que tenga–, es cosa accesoria, reflejo, expresión, manifestación, propiedad en el sentido aristotélico, de la sociedad y la circunstancia en que se produjo. Asumiendo claro, que el escritor, es fruta, expresión de esa sociedad. La expresión de Ortega y Gassett, sobre el hombre y su circunstancia; y, que este es el y su capacidad de cambiar la sociedad, puesto que, al cambiarla, se cambia a sí mismo, viene a cuento en este análisis de “Prisión Verde”. La obra cambió la visión de la realidad; pero, también cambió a su autor. Amaya Amador, al concluirla, no fue el mismo. Fue otro hombre, otros hombres, otros escritores escribieron en su palabra disciplinada y constante, deslizándose por las crestas vacías del blanco papel.

Veamos, la circunstancias en que se produce “Prisión Verde”. Empecemos por el tiempo. Debe haberla escrito a finales de 1944 y principios de 1945. Se publica en entregas semanales, en el semanario “Alerta” que circulaba cada miércoles en Olanchito. Allí está la versión original de la novela que ha sido afectada, por la manipulación de algunos que, creyeron que se podía hacer proselitismo político con la obligatoria lectura de las obras literarias como “Prisión Verde”. O por los profesores que, creen que la novela es trabajo didáctico de sus alumnos, que deben corregir y enmendar.

Olanchito, está al lado del mundo bananero; pero no es parte de ese mundo. Esta dualidad, se ve en el discurso que maneja el autor, y en el que, la ciudad no es escenario o protagonista de la historia. Mientras Macondo es, el personaje central, el cosmos literario en “Cien Años de Soledad”, Olanchito no aparece mencionada siquiera una vez. El escenario es Culuco, el campo bananero desaparecido. Mencionado de paso, lugar fugas, llamado a desaparecer Esta ausencia, es parte del discurso y muestra el distanciamiento de la ciudad, respecto de la agricultura capitalista que, amenaza la agricultura colonial española en donde los ganaderos, tienen la primogenitura y en nombra de Caín, obligan a los agricultores a cercar sus tierras cuando cultivan, porque los hatos ganaderos tienen derecho a la tierra, que es ilimitada, amplia y suya. Por primera vez, en la zona, la agricultura se confronta y vence a la ganadería que, tiene que crear potreros, cercar sus tierras; y controlar la vagancia de sus hatos ganaderos. Triunfo de Abel. Este hecho, hace que, “Prisión Verde”, tenga una naturaleza en que la habilidad de Amaya Amador, logra integrar en el centro del discurso revolucionario, la oposición al imperialismo estadounidense, con la defensa de los intereses ganaderos que dirigen su ciudad de residencia y la redención de los trabajadores.

Oigámoslo. “En Honduras, en donde la bota del imperialismo y el caite, se han afianzado más, y lógicamente, es allí en donde al sucederse esa lucha recrudecía y larga, tienen que aparecer también grandes luchadores revolucionarios. La creación del nuevo partido político (el PDRH) aglutinando en su seno las nuevas fuerzas progresistas, es prueba palpable y concluyente de que grandes luchas se avecinan en el terreno de la cultura y civilidad hondureñas; y, que, de esas luchas, surgirá al final la creación de una distinta república y un nuevo y más humano sistema de vida” (Ramón Amaya Amador, prologo, “Memorias de un Desconocido” de Armando Zelaya, febrero 1948,)

Aquí hay un resumen del tránsito de la protesta ganadera, la defensa del sistema político “feudal y el caite”, a discurso en contra del capitalismo estadounidense que se ha instalado para cultivar bananos. Amaya Amador, liberado de los controles emocionales que la realidad de la ciudad dominada por el Partido Nacional le imponía, destaca los otros elementos de la novela que vale la pena compartir: en primer lugar, obliga a celebrar que el marxismo, haya aportado al análisis de la realidad una base científica, por medio de la lucha de clases y las tesis de las súper estructuras. Y establece una ruta mesiánica en que, la realidad, es confrontada por el capitalismo industrial; y que, desde este, bajo el liderazgo de la clase obrera, convertida en el motor del cambio, puede tomar el poder, controlar los medios de producción e iniciar el camino al socialismo y al comunismo. La dialéctica hegeliana, tiene en “Prisión Verde”, un espejo, muy elemental pero exacto. Además, hay que aceptar, en forma completa que, en el marxismo es inevitable; y, también para Amaya Amador, una obligación del mesianismo hebreo y el mesianismo cristiano, puesto que da la seguridad que al final, la sociedad ingresara al paraíso, conquistando la felicidad y la redención. El mesianismo judío y el cristiano, tienen manifestaciones diferentes: el cambio revolucionario es destructivo; el cristiano es, apocalíptico, simbólico.

El relato de “Prisión Verde” es muy claro: el engaño de los ganaderos que vendieron sus tierras, el realismo violento de los capataces y abogados de la empresa, el sufrimiento de los trabajadores, la desigualdad de la lucha y la oportunidad de la huelga como instrumento en manos de la clase obrera para defenderse contra los capitalistas, se perfila en forma ordenada. Por supuesto, allí también hay, en una forma que hace extraordinario el oficio de un hombre que, pese a su juventud, ha tenido capacidad para desde la obra literaria, construir un mundo concreto, desde el cual, proyectar la ilusión segura de una nueva utopía: el triunfo de la clase obrera, la democracia y una nueva sociedad. La utopía está caracterizada por la claridad de la ruta, anticipación de las dificultades, los riegos de la improvisación o el oportunismo, la conveniencia del partido que acompañe a los trabajadores, la búsqueda de alianzas y la obligación de líderes disciplinados, fieles a sus convicciones. Y detrás el concepto –por lo demás inevitablemente democrático–, que el partido debe estar al servicio de la redención de los trabajadores, de los pobres; y, de todos los pobres, controlado por los pobres. Aunque no lo aborda, pero con el silencio nos obliga a pensarlo, Amaya Amador, se interroga en la trama de “Prisión Verde”, también sobre el papel de los intelectuales en la revolución, en los partidos y en el poder. No podía entonces, resolver estos problemas que, aun ahora, no conocemos fórmulas de control, básico de calidad siquiera. Lo que importa es que Amaya Amador, planteara estos problemas e insinuara sus cualidades justificadoras. La expresión final de la novela, es muy clara: un grito, un partido, la revolución y la practica democrática. Y es aquí, también, donde nos planteamos la realidad de la obra, el discurso de la misma, las rutas y las exigencias de calidad, especialmente la inevitabilidad de la revolución, en su tiempo, impresionado por lo ocurrido en Guatemala, le hace entender que “Cacao” de Jorge Amado, es también el anuncio de las esperanzas y los sueños. No hay que olvidar tampoco que, los dos fenómenos, la redacción de la novela y la revolución guatemalteca, tienen fechas muy coincidentes que, no deben pasarse por alto en un análisis de una obra que no siempre ha tenido buenos críticos. Y aunque su referencia más antigua es la revolución soviética de 1917, es en la revolución de Guatemala, la que le ofrece a Amaya Amador, elementos suficientes para creer que es posible, hacerla y conservarla, dentro de un escuadre democrático. Esto se puede responder de varias maneras. Habrá que esperar otra ocasión para ello. Y hacerle, en forma ordenada, sin que los oportunistas la dirijan, porque fracasaran, como en “Prisión Verde”.

Ahora, veamos el hombre. Cuando escribe Prisión Verde, –en 1944– Amaya Amador tiene 28 años. Ha cursado un año de secundaria en La Ceiba, aprendido el oficio del periodista e impresor con Ángel Moya Posas, descubierto el marxismo como doctrina que resuelve sus problemas existenciales, caído en las orillas del alcoholismo, profesor suplente para cubrir ausencias de los profesores de la escuela Modesto Chacón; y leído “Cacao”, de Jorge Amado que es el modelo de novela que le orienta en su primer ejercicio, –vacilante como todo lo humano–, de su vocación literaria.

Es interesante, el instrumento para vaciar la obra. Primero fue ejercicio poético que Pablo Magín Romero le dijo que no era feliz, “porque, no sos poeta Ramón” –aunque tiene en su andar algunos versos rescatables, por supuesto– y después, una novela, breve, tierna y muy valiosa, como expresión estética, manifiesto literario y compromiso político. Con lo anterior, no debemos correr el riesgo de la imprudencia al establecer aquí qué “Prisión Verde”, la primera novela de Amaya Amador, sea la mejor de toda su obra, tanto por comodidad como por la tentación de apreciar en mejor forma los valores estéticos de “Amanecer”, que, extrañamente, no conozco que se haya reeditado jamás. Y de “Los Brujos de Ilamateque”.

Técnicamente, Prisión Verde es una primera novela, muy bien lograda. Se trata de una historia lineal, narrada desde un solo punto de vista, de un narrador inmanente que, todo lo sabe, lo cuenta o lo anticipa. Los personajes son sobrios, se mueven en la historia, de acuerdo con un guion inevitable, en donde es innegable, la tragedia; o el final infeliz. Maximo Lujan, están muy bien prefigurado. Esto es inevitable y la moraleja inevitable.

Amaya Amador, es hijo de una mujer que hizo teatro en Olanchito. De allí que tenga elementos rítmicos que se pueden observar en “Prisión Verde”, que evidentemente son herederos del teatro popular. Hay un poco de misterio en el subtítulo. En la edición publicada en “Alerta” (1945), Amaya Amador, colocó después del título, una aclaración enigmática: “novela regional”. En la primera edición hecho en México en 1950, retira tal adjetivación que, no vuelve a aparecer.

En términos de estilo, Prisión Verde no trae nada que no se hubiera hecho en Honduras sobre el arte narrativo: la obra, renuncia a cualquier espacio reformista del arte de narrar; y, se entrega a las reglas de la historia, cronológicamente ordenada que, va desde el pasado hasta el ahora y con un final, que insinúa, mesiánicamente los mejores tiempos por venir. Insinuando una discreta moraleja. Lo que es evidente su verosimilitud. No hay nada artificioso o imposible. Es obvio que desde el principio, Amaya Amador, pone la novela dentro del realismo socialista, no conoce otro; y además, se siente bien en el interior del mismo, como hombre, hijo natural de un cura y de una mujer obrera que tiene que enfrentar los retos de la existencia, con un trabajo manual de confeccionar flores en papel manteca, obligado a renunciar la amargura; pero que está igualmente comprometido con la moral cristiana, que cree en la redención, la conquista del paraíso terrenal; y, en la salvación. Por ello, en la novela, fuera del placer estético de algunas descripciones muy elementales, no hay espacio para creer que en la literatura haya sido imaginada para el simple placer estético, “de la literatura por la literatura”. Su opción –que de repente es su mayor sacrificio a la tarea de la revolución y el poder– es por la narración comprometida; y, cierto modo moralizante que, es inevitable palpar en algún momento. Pero este sacrificio literario, le permite moverse en el plano de la moralización cristiana: sus tesis del bien y el mal, la admiración por la conducta apropiada de los buenos líderes, la defensa del honor y el compromiso, y lo más importante, el valor de la democracia y el protagonista de la clase obrera. Muchos años después, en Moscú, descubrirá que la superioridad de la clase obrera fue una ilusión; que la democracia solo un despreciable valor burgués; y que el papel de los intelectuales seria dolorosamente subordinado, porque el caudillo que rechazó en Carías, estaba vivo, en Stalin y sus amigos del Comité Central del Partido Comunista, especialmente en el Secretario General del Partido. Rigoberto Padilla Rush, nos refirió parte de estas desilusiones, cuando bajo los efectos del vodka, Amaya Amador renunciaba a la disciplinada prudencia que le permitió sobrevivir en las brazas del socialismo real; y podía expresar en libertad sus opiniones y desilusiones ante la realidad de la Unión Soviética, que él, afortunadamente, no vería deshacerse, algunos años después. Es aquí, entonces, obligado que nos preguntemos si las tesis del papel de los intelectuales en la revolución y en el poder, tiene alguna significación en “Prisión Verde”. Creemos que lo tiene. Amaya Amador no expresa dudas que, el intelectual es un obrero de la palabra que debe estar, al servicio de la clase obrera; y de la revolución. El papel del intelectual en el partido, solo es insinuado por el carácter instrumental de este. En otras novelas, mas depuradas y alimentado por la experiencia guatemalteca, el peronismo argentino y el liberalismo hondureño, Amaya Amador no deja de reconocer la superioridad del partido político, aunque siempre, como vimos en el final de “Prisión Verde”, creyó en la democracia, la superioridad del bien común; en fin, en la subordinación de los talentos y las instituciones, al servicio de la justicia. Rezagos inevitables del platonismo, posiblemente conocidos por la vía católica de su formación; pero visible, en el cristianismo que le amamanto en sus años formativos, en Olanchito.

Es probable que hasta ahora, algunos lectores frunzan el ceño y me vea raro, porque hablo de una “Prisión Verde” que ustedes nunca han leído. Y tienen razón. De la novela que hablo es de la que escribió y publicó Ramón Amaya Amador: la de Alerta, semanario que dirigió en Olanchito desde 1943 hasta 1947, la editada en México en 1950; y la publicada en Argentina mientras el novelista estuvo exiliado alla. Porque hay otra “Prisión Verde”, maquillada y alterada, en dirección a convertirla en manual de formación política, que publico la Editorial Universitaria de la UNAH y que fue alterada en forma singular por Longino Becerra. Y que, frente a la original tiene el mérito de haber editado más ejemplares y contado con más lectores, muchos de ellos, obligatorios, diferentes que los que leyeron la versión original. La nueva Prisión Verde tiene más palabras, nuevos personajes e incluso un capítulo adicional, que introduce la escena del interrogatorio de los sindicados responsables del atentado que Amaya Amador, conocedor cómo funcionaba el sistema, jamás se habría atrevido a insinuar siquiera, mucho menos introducir. Porque entre las herramientas literarias de Amaya Amador que era un auténtico escritor, el mejor novelista de entonces, había el inteligente uso del silencio. Por ello no abuso en descripción de escenarios; o en reflejos fulgurantes para hacer brillar a los personajes. En algunos momentos, la novela es meritoria por los silencios y por los vacíos. Por ello no creyó oportuno poetizar lo más terrible de la historia: el interrogatorio de los inocentes que fueron capturados para justificar la competencia de la autoridad. Becerra que no era novelista, por ello, no pudo evitar la tentación.

Cuando preparaba “Biografía de un Escritor”, entreviste a Longino Becerra y me refirió un par de anécdotas de Amaya Amador que creo son oportunas: una discusión en La Habana, alrededor de un asado argentino, presidido por el Che Guevara, en que Amaya Amador le opuso al argentino, las tesis de las condiciones objetivas, precondición para hacer la revolución; a las de Guevara que sostenía que si estas condiciones no existían, había que crearlas mediante el foco revolucionario en manos de un pequeño grupo armado, prescindiendo de la existencia y oportunidad de la operación del partido, las decisiones de los líderes civiles; y la otra, sobre los cambios que Becerra planteaba para mejorar la novela. Amaya Amador, me refirió le dijo muy disgustado: ¿quién putas es el novelista?; ¿vos o yo?

Muerto Amaya Amador en 1966, Becerra pudo con el apoyo de la Editorial Universitaria de la UNAH, alterar la novela, trastocando incluso el lenguaje, para ponerlo a la altura de Tegucigalpa –el cambio de “cusul”, por tugurio es un ejemplo que podemos compartir, para indicarles además el cambio del clima primaveral de la novela– con el objetivo de transformarla en un manual elemental, para jóvenes poco alertas; en la búsqueda de reclutas, de consiguiente, cuadros sometidos al “partido” para, hacer la revolución.

No quiero discutir sobre el modelo adecuado de estrategia para formar revolucionarios, sino reflexionar sobre el obligado respeto de la obra de un hombre que se merece todas nuestras consideraciones en lo que es la esencia de su vida: su trabajo de escritor, sus novelas. Su palabra dejada para la posteridad y su dedicación al oficio literario. Pero, además, no resisto la tentación de preguntarme, si cambiaron el medio, no es improbable que también, modificaran el resultado, cambiando los objetivos.

Pocos escritores hondureños, saludaron a Prisión Verde. Solo Víctor Cáceres Lara le escribió desde San Pedro Sula a Amaya Amador, saludando su obra y anticipando su vigencia, como fruto del juicio de los lectores. Los profesores de la Lima, el centro del capitalismo hondureño, la huelen; y no les simpatiza, por ello, responden con un ruidoso silencio. O en los conciliábulos secretos, la menosprecian. En el resto del país, la novela, circula muy poco. Los paquetes que Amaya Amador había enviado a sus amigos, no son distribuidos con la diligencia debida. La diferencia es posiblemente, Siguatepeque y Comayagua. “Prisión Verde”, igual que “Blanca Olmedo”, no son incluidas en el canon de la literatura nacional por los juicios de los literatos, sino por la voluntad popular. Son los lectores los que le hacen lugar especial. Los profesores de literatura, la ven, inicialmente, con indiferencia, le señalan defectos; y tienen envidia que, al pueblo, le guste lo que a ello les parecen obras imperfectas. La llaman, novela testimonial. Por ello, no hay trabajos de investigación sobre la obra; y, tampoco sobre la vida y dedicación de Amaya Amador a la literatura. Sigue en sordina, desgraciadamente, atrapado entre los que sospechan de su falta de destreza en el oficio; o lealtad partidaria por un lado; y por la otra, en el severo circulo de los que creen que su mayor mérito es haber escrito un manual para hacer revolucionarios que llegada la hora, se pongan al servicio de los ganaderos, para detener el desarrollo capitalista que Amaya Amador, había descubierto en Argentina, que era necesario para crear la base, el terreno de donde surgiera la clase social protagónica, la fuerza obrera, llamada a encender los solitarios camino por donde transitaría los trabajadores, construyendo la nueva sociedad. Porque el escritor de Olanchito, había entendido como diferenciar la revolución de los trabajadores, de la revolución de los ganaderos, porque era inteligente y además, porque, perdónenme, era de Olanchito. Tegucigalpa, abril 22 del 2024

(*) Conferencia dictada por el autor en ciudad de Yoro, el 26 de abril del 2024, en la Casa de la Cultura, dentro de la Feria del Libro, organizada por la Asociación de Escritores Locales de Honduras.