¿DESENFRENADO?

MA/16 de April de 2022/12:25 a. m.

A propósito de los groseros racionamientos por la falta de agua en la capital –que nadie que pasa por la alcaldía resuelve–, como siempre hay pretextos para no solucionar los problemas. Ahora la culpa es del calentamiento global. Un amigo lector comenta: “Imaginemos, dos años más para que una nueva presa insuficiente empiece a funcionar”. “Ayer fui a casa de un amigo en San Ignacio”. “En 5 años han construido 5 edificios”. “En donde vivimos no debía haberse autorizado su construcción”. “No digamos todos los edificios modernos que uno ve; todo lo que implica más demanda de agua”. “Detrás de El Trapiche están construyendo dos torres enormes”. “Además desconocemos cuánta gente llega del interior que eleva el consumo de agua”. “Debiéramos tomar decisiones heroicas y parar construcciones al garete en Tegucigalpa mientras no se invierta en soluciones al agua”.

Lo cómodo es imputar las sequías, la falta de agua, la calor insoportable a una fatalidad del calentamiento global. Como si fuese algo exógeno y aquí no hubiese contribución alguna al recrudecimiento de este mundial estropicio. Inconscientes que de no revertirse esa tendencia aniquiladora del planeta va a tener consecuencias apocalípticas. No solo en los países ricos que son los mayores emisores de gases invernadero, sino en ricos, acaudalados, pobres y acabados. Sin embargo, aquí reina el despreocupado convencimiento que nada es culpa de las alcaldías ni de la gente sino del maldito cambio climático. Una desdicha de la que dizque nada tenemos que ver. ¿Y los descombros para robarle tierra al bosque; la tala inmisericorde de árboles para leña; la quema despiadada de pinos encandilada desde que encomendaron su protección a un inútil y burocrático instituto forestal? ¿El desbordado crecimiento del hormiguero devastando todo lo verde que había y echando asfalto y cemento a lo loco? ¿Urbanizaciones sin áreas verdes, ni parques, ni jardines de flores? ¿El desparrame desmedido de la ciudad, extendiéndose sin orden, sin plan, sin límites de contención, sin consideración alguna a las necesidades más básicas de los pobladores? ¿Qué providencia de autoridad supuestamente responsable impide que la ciudad completa sirva de basurero de inescrupulosos? No solo por cuestiones de ornato sino por evidentes razones de salubridad. ¿A qué obedece esa actitud displicente, descuidada, permisible, del lugar que nos alberga, sin una pizca de orgullo de sentirse capitalino?

¿A nadie perturba vivir en colonias enrejadas como bartolinas que vuelven inaccesible la circulación por la hacinada ciudad? Sepa Judas a qué alcalde se le antojó autorizar cárceles, –que fueron multiplicándose a petición de los residentes– en vez de vecindarios. Cerrando vías públicas y colocando postas a media calle, con su despropósito de los “barrios seguros”. Si las vías públicas son de libre circulación. Hasta inconstitucional es impedirla. Una cosa son centros residenciales construidos –desde su origen– como circuitos cerrados y otra que en medio de una calle que conduce a otro lugar corten el acceso atravesando una tranca en medio. Uno de estos días colocan una caseta de peaje. ¿Cuánto derroche de gasolina y congestionamiento vehicular provoca esa serpentina de vueltas que requiere ir de un lugar a otro? Eso y más. Se trata de una conspiración repetida contra toda lógica y un complot persistente contra la naturaleza. Todo para dar rienda suelta al crecimiento desenfrenado de una población sin normas de moderación que ya no cabe en una ciudad sin reglas. (Ni se les ocurra –avisa el Sisimite en un telegrama triple– mudarse allá donde habita, solo y sin estorbo de nadie, contemplando, desde lejos, las maravillas de la creación).