Clave de SOL: Fratricidio por un solo “Dios”

ZV/14 de April de 2024/12:04 a.m.

Por: Segisfredo Infante

La idea, la revelación o la inspiración de la existencia de un solo “Dios” creador en los comienzos del mundo, frente a toda clase de sociedades politeístas, tuvo que abrirse paso, primero en el silencio de las caminatas desérticas, y muy posteriormente en medio de las multitudes civilizadas. Una evidencia arqueológica al respecto, la encontramos en Egipto de los tiempos antiquísimos de Akhenatón, un extraño rey de la decimoctava dinastía que gobernó en el “País de las Dos Tierras” entre los años de 1380 y 1350 antes de Jesucristo, y quien determinó, vía práctica y decreto, que los egipcios milenarios adoraran a “Atón” (el dios solar) como la única entidad divina del Antiguo Egipto.

Hay debates sutiles que parecieran interminables en torno a la idea de monoteísmo o, por el contrario, de “monolatrismo” de Akhenatón. Dentro del grupo de autores que han debatido el tema, hay los que sugieren, con sendos libros y escritos, que por el lado materno el faraón monolátrico había recibido influencias monoteístas previas oriundas del mundo cananeo. En cualquier caso se ha demostrado, también en forma arqueológica contundente, que hubo intensas relaciones epistolares y comerciales entre los egipcios de los tiempos de Akhenatón, y los pequeños reinos de Canaán, tan brumosos y orilleros desde el punto de vista geográfico.

Akhenatón y su esposa Nefertiti, una vez en sus tronos, determinaron dar un giro de timón de ciento ochenta grados, y declararon que a partir de aquel momento los dioses egipcios anteriores quedarían abolidos y solamente se exhibirían adoraciones y ritualismos al dios Atón, especialmente en la ciudad de Tell-Amarna, construida en la margen derecha desértica del río Nilo, con el propósito exclusivo que se convirtiera en la capital del nuevo imperio y del novísimo culto espiritual.

Fue un paso decisivo, revolucionario y peligroso en la historia de las ideas y de las religiones, en tanto que las tradiciones populares continuaban apegadas, en un alto porcentaje, a sus antiguos ritos politeístas y totémicos, especialmente de los poderosos sacerdotes de Tebas, adoradores del dios “Amón-Ra” y de otros dioses del inframundo egipcio. El desafío fue descomunal, y los enfrentamientos entre ambas teogonías se fueron desatando poco a poco hasta convertirse en una guerra fratricida de proporciones inimaginables, llevando las ventajas los belicosos sacerdotes tebanos, frente al pacifismo originario del mismo rey Akhenatón y de sus monjes seguidores, que habían quedado reducidos a las instalaciones de la ciudad luminosa de Tell-Amarna, misma que después fue destruida hasta sus cimientos.

Uno de los errores crasos de Akhenatón fue el de lanzar la ordenanza que se borraran las inscripciones pétreas de los dioses anteriores, hecho que marcó el punto de inflexión entre los dos bandos. Una cosa era borrar el nombre de un faraón o de un personaje “equis”, y algo muy diferente pretender eliminar todo un panteón de dioses y mitologías de un solo plumazo. Y es que faltaban treinta siglos aproximados para arribar a la modernidad occidental y comprender que jamás las tradiciones populares, sobre todo religiosas, han sido borradas por decreto ni mucho menos persiguiendo a los practicantes, tal como aconteció en las guerras intolerantes entre católicos y protestantes, que fueron superadas hasta que se introdujo el principio universal de tolerancia o, en términos más contemporáneos, de “coexistencia pacífica”. Siempre queda un substrato fértil que a la larga reaparece o se convierte en un nuevo florecer primaveral, tal como ha ocurrido tantas veces en la “Historia”. Pocas personas han comprendido que lo correcto, en el mayor número de circunstancias, es adoptar el camino de la persuasión gradual, con razonamientos más o menos coherentes y convincentes.

Entre aquel espantoso fratricidio terminaron triunfando los seguidores de los sacerdotes tebanos y, como contrapartida, fueron borrados y soterrados, “para siempre”, los nombres de Akhenatón, la bella Nefertiti y el resto de sus familiares; exceptuando a Tutankamón que cambió de nombre y de bando. Los posteriores faraones como “Ay” y “Horemheb”, establecieron un periodo de transición y olvido. Seti Primero y Ramsés Segundo, sin embargo, intentaron borrar definitivamente los nombres de aquella realeza monoteísta o monolátrica. El monoteísmo siguió avanzando en otros momentos y otros predios, en tanto que las sociedades humanas, especialmente mediterráneas, tuvieron que esperar a que las culturas y civilizaciones maduraran, reconcibieran y aceptaran la existencia de un solo Dios. Es más, algunos de los filósofos preplatónicos insinuaron la pervivencia intuitiva de una sola razón universal, incorpórea e intangible.

Desde hace varios años me he venido ocupando del caso de Akhenatón desde el ángulo de la historia, la arqueología y la literatura lírica. Hoy lo hago desde el tinglado de la historia de las ideas en general, y de las religiones en particular.