LA CAPITAL Y LA EMERGENCIA

OM
/
14 de enero de 2020
/
12:12 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
LA CAPITAL Y LA EMERGENCIA

ACCIONES AUDACES

NO es necedad. Es que los capitalinos ya no aguantan estos groseros racionamientos de agua. Esto es problema viejo. Uno que año con año se ha venido agravando. Y como suele suceder, nada se prevé, nada se anticipa, nada se planifica; los problemas llaman la atención hasta que hacen crisis. Cuando se cae en la etapa de las emergencias. Cuando soca el calor y arrecia la carestía todos los años –funcionarios mentirosos haciendo castillos en el aire para engañar incautos– salen con el mismo cuento. De lugares que han localizado para captar agua, de donde, concluyen al final que no pueden traer. De inventos tecnológicos para captar y mejor distribuir lo escaso que funcionan en otras sociedades menos aquí. De represas imaginarias que nunca hacen, de pozos que no escavan, de nacientes que no nacen, de espejismos en el desierto. Desde que llegaron están hablando de trasladar el SANAA a la alcaldía –como si eso milagrosamente fuera a resolver el problema del agua– y están en el mismo punto donde empezaron. ¿A saber cuánta agua se fuga por tuberías oxidadas llenas de hoyos, o cuánto abastecen las mismas represas secas de siempre que el invierno ya no llena?

La realidad es que nunca hay agua. Apenas la echan unas horas, a lo más una o dos veces por semana. Como si ello no fuera calamidad, la mitad de los vecinos no cuentan con servicio de pegue al agua potable. Dependen de los carros cisterna. De cargar cubetas a tuto por largas distancias. De chorritos que sacan de alguna llave prestada o agua lodosa que raspan de algún charco contaminado, para humedecer el fondo del balde. Aparte de lo anterior –si hace unas décadas atrás esto era un lugar pintoresco, bonito y agradable– hoy es una ciudad sofocante y sucia. Los cochinos la han vuelto basurero público tirando desperdicios donde se les antoja. Van comiendo frutas y tirando las cáscaras a la calle por las ventanas de los carros. Arrojando afuera el envoltorio de la burra que mastican agarrada con una mano, mientras conducen agarrando el timón con la otra. Botando las botellas y las latas vacías del fresco que se han bebido. Por más despojos que recojan nunca terminan de limpiar el chiquero. La vía pública es un laberinto enmarañado e intransitable. Tragando y derrochando gasolina. Sin autoridad que regule el tránsito de peatones –cruzando despavoridos de un lado al otro de la carretera desafiando un accidente– ni la circulación de automóviles. Buses y taxis se paran a recoger pasajeros en cualquier lado. Tránsito pachorrudo –más despilfarro de gasolina– ya que da lo mismo conducir por cualquiera de los carriles –el derecho o el izquierdo– sin adecuado señalamiento vial. Un marasmo de copiosos embotellamientos. El crecimiento de la ciudad ha sido desmedido y desordenado, sin plan municipal que regule el desarrollo.

Lo que interesa del plan de arbitrios es cuánto van a cobrarle al contribuyente. Aunque por tanta carga y tanto impuesto el letargo, el desempleo, la ralentización de la actividad económica cada vez sea mayor. Este año pasado con el atraco de subir los valores catastrales engordaron las arcas municipales cobrando doble a los propietarios de bienes inmuebles. Antes habían subido la tasa vehicular. Por el momento, el público, tragando gordo, ha tolerado los porrazos, en consideración a que el alcalde actual ha sido de los pocos productivos. (Lo que todavía no se ha espulgado es la forma como un gerente de infraestructura que tuvieron repartía esos contratos de construcción a los pocos afortunados). Las construcciones –tanto en las anteriores gestiones como en la actual– se han acomodado a gusto del cliente. El anillo periférico que debió servir como una vía rápida de descongestionamiento no funcionó ya que la misma autoridad municipal dio permisos para montar negocios, comercios, gasolineras, viviendas, almacenes, centros comerciales, con acceso directo a la autopista, convirtiéndola en una calle cualquiera. La ciudad se pobló de edificios públicos y privados sin la exigencia de los debidos estacionamientos. No hay lugar donde aparcar vehículos y el congestionamiento es tal que en una via estrecha –sin autoridad presente– los carros se estacionan a ambos lados de la calle impidiendo la fluida circulación. O bien montan su vehículo encima de las aceras. El endemoniado tráfico vehicular es un verdadero hormiguero. Un brutal embotellamiento en todos lados –pese a la abundante obra de infraestructura del actual alcalde– porque la hacinación no se resuelve solo tirando asfalto, sino, además, no impidiendo el libre acceso de vehículos por la vía pública donde la alcaldía ha dado permiso a los vecinos para colocar trancas y casetas, como remedo de circuitos cerrados, cortando el paso por calles con salida a otros sectores, en perjuicio de la colectividad. La vía pública es de todos no de exclusivo usufructo de algunos. Dicho lo anterior, se agradece toda esa obra física. Pero la falta de agua es quizás una urgencia mucho más imperiosa para el humano –que cualquier obra material por linda y útil que sea– porque se trata de algo necesario para la vida. Hay que comenzar por lo básico atendiendo lo esencial.

Más de Editorial
Lo Más Visto