LAS DOS CARAS

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24 de septiembre de 2020
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12:53 am
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LAS DOS CARAS

CAPITALINOS Y EL AEROPUERTOLO DOMÉSTICO Y LA SOLIDARIDAD

COMO decíamos ayer, el tema ausente en los debates de esta Asamblea General de la ONU fue la autocrítica de la misma organización. El reconocimiento reflexivo del fracaso. Cómo el sistema multilateral ha fallado en dar una respuesta urgente, efectiva, suficiente y creativa a la crisis. Los entes sanitarios a nivel mundial y regional. Las instituciones financieras internacionales. Incluyendo la organización mundial anfitriona del cónclave, cuando pocas son las acciones tangibles que puedan acreditársele y demasiados los titubeos. Ya aburren con todas esas expresiones de preocupación y los vaticinios apocalípticos sobre la tragedia repetidas, como loros en guayabal, por esos figurones de la burocracia internacional. A falta de medidas concretas, como si sus preocupaciones fueran bálsamo al dolor o remedio a la enfermedad. Sin embargo, siempre hay otra cara de la moneda.

“La Asamblea General de las Naciones Unidas –expresa una influyente publicación– abre en torno a la pandemia más mortal de la centuria, los peores desastres inducidos por el cambio climático del milenio, y cientos de millones de las personas más vulnerables del planeta cayendo a los niveles más bajos de pobreza. Algo es innegable. La ONU, como la concibieron sus fundadores, ha fracasado”. “Pero en vez de culpar la organización y las otras instituciones internacionales, la culpa debe recaer donde corresponde, en los estados miembros de la organización”. “La defensa por décadas de las soberanías nacionales, a costa del bien común”. “Y si no encontramos forma de abordar colectivamente los desafíos globales –desde pandemias hasta el cambio climático, la destrucción de los ecosistemas, la pobreza sistémica y la proliferación de inequidades, las armas de destrucción masiva– nuestra especie no solo estará en riesgo sino que hasta en proceso de extinción”. El artículo continúa con recomendaciones para detener esa ruta destructiva, camino hacia el despeñadero. Atribuye mayor responsabilidad de la tarea a las grandes economías mundiales enfrascadas en una nueva guerra fría. La obligación de la conducción, el ejercicio del liderazgo, recae fundamentalmente en las grandes potencias. En los países más ricos del mundo, congregados en los bloques del G-7 y del G-20. (Hasta aquí la síntesis de la publicación).

A propósito, fueron precisamente esos bloques los que, a solicitud del FMI y del Banco Mundial, no pudieron poner en marcha un plan de rescate integral capaz de lidiar con el gigantesco tamaño de la emergencia. La reunión que sostuvieron, a pocas semana de desatada la catástrofe, para hacer un diagnóstico de los daños y tomar medidas oportunas, fue un fiasco. Se enredaron en sus vanidades nacionales. Así que los países menos desarrollados del planeta, nunca vieron y siguen esperando resultados. No llegaron ni los paquetes de financiamiento suficiente, ni los planes de alivio de deuda, ni las moratorias. Lo que nos lleva a lo otro que dijimos en artículo anterior. Cuando más imprescindible ejercitar las bondades de la cooperación, la correspondencia y la solidaridad, mayor ha sido la tentación al encierro, al aislamiento y al sálvese quien pueda. La escasa colaboración, acentuada por el decepcionante manejo del multilateralismo de la tragedia. Allí tienen las dos caras de la tortilla. Las organizaciones son –aparte de sus burocracias– lo que son los miembros que las integran. La influencia que ejercen sus socios más poderosos.

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