PRONÓSTICO RESERVADO

ZV
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31 de julio de 2021
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PRONÓSTICO RESERVADO

EL CONTAGIO Y LAS ALARMAS

¿SERÁN las elecciones la salida a la grave crisis que se padece? Es la esperanza. No hay vía democrática alterna, ello es, si se aspira mantener, contrario a traumas violentos, la relativa paz social que de momento se goza. Que a veces –debido a las travesuras de los políticos y al manoseo inmisericorde a la Constitución– ha estado a punto de romperse. Pese a que la élite política del país debiese ser la más interesada, por instinto de supervivencia propia, de cuidar el proceso electoral, se comporta como horda irreverente con fines de estropearlo. Así que, por más que quisiésemos apostar al éxito electoral como ruta esperanzadora, el pronóstico es reservado. No hay forma que depongan nocivas actitudes. Como si no se percatasen que ha sido ese lesivo comportamiento que les ha ido arrojando más y más rechazo del imaginario popular que ahora decide una elección. Ello es, entre los jóvenes, los indecisos, los indignados, los apáticos, que perciben la política como algo sucio.

Un cenagal donde no quieren embadurnarse. Esa es la falta de apoyo ciudadano hacia los débiles gobiernos que llegan. Muchos electores mejor se abstienen de concurrir a comicios. Y no es que el país no les importa, lo que no les importa es seguir tolerando el modus vivendi de los políticos, sin que nada cambie o dé plusvalía a sus vidas. Tal es el rasero de desencanto que en el momento menos esperado cualquier peor desgracia podría ocurrir. Pero, ni modo, así es la política vernácula, reincidente en su reprobable comportamiento. Una lástima que así sea ya que instituciones políticas débiles no producen gobiernos efectivos ni le abonan al sistema democrático. Los diputados no sacaron nueva Ley Electoral antes de las primarias. Se fiaron que la autoridad electoral podía montar un proceso –que milagrosamente resultó exitoso no por ellos sino a pesar de ellos– con decretos parches y remiendos. Cuando San Juan dispuso bajar el dedo, unas horas antes de la convocatoria a elecciones generales, promulgaron la nueva Ley Electoral. Llena de “bonitos” tecnológicos dizque en aras de la transparencia. Meten listado de la mercancía en la ley, pero –con la mayor frescura del mundo– no asignan presupuesto para pagar la factura. Se enojan que las mujeres consejeras defiendan su honorabilidad de ataques injuriosos de que son víctimas. Se molestan que el CNE pida los fondos urgentes –que debieron dar semanas atrás– para la adquisición de los insumos exigidos. Una comisión dictaminadora –pateando la lata– deja agotar plazos fatales sin mosquearse por llegar a acuerdos.

Obstruyendo el proceso, dilatando, poniendo en precario el calendario electoral, –dejando que pase, una, dos, tres o más semanas de incertidumbre– jugando a las manitas calientes, divagando sobre la cuadratura del círculo y queriendo manejar allá en el Legislativo aspectos técnicos privativos del organismo electoral. (Cuando eso salga patas arriba y se armen los zafarranchos, ya sabe el amable público quienes tienen la culpa. De algo bueno que pudieron conseguir si a tiempo hubiesen aprobado el presupuesto, obligaron a contrataciones a la carrera y a que se instale algo mediocre). Metiendo –en decretos de naturaleza exclusiva, para la sola asignación de fondos presupuestarios, y del procedimiento especial de las compras– agregados ridículos que vienen a reformar normas de una Ley Electoral recién aprobada. Disputándole facultades al CNE que es –según dispone la ley, porque así lo ha sido desde siempre solo que esta vez se toparon con mujeres que no se dejan jetear– “el órgano especial, autónomo e independiente, sin relaciones de subordinación a los poderes del Estado, creado en la Constitución de la República, con competencia exclusiva para efectuar los actos y procedimientos administrativos y técnicos de las elecciones…”. La autoridad electoral luchando por que haya elecciones distintas a las bochornosas prácticas del pasado. Pero quien está acostumbrado a ordenar a capricho no se resigna a que ese poder absoluto se le escurra por los dedos de las manos. Que ahora haya fuerzas que opinan con criterio y se plantan, comprometidas a elecciones diferentes. Cuando la lata esté bien apachurrada, van a salir ufanados que finalmente alcanzaron consenso. Gracias a la servicial colaboración de los otros partidos –a los que se echaron a la bolsa–complacidos de sudar calenturas ajenas. ¿Consenso de qué y para qué? Si solo era cosa de aprobar recursos de un presupuesto y punto. Nada más. Esa debió ser la postura firme de los copartícipes. ¿Cuáles negociaciones debe celebrar la opinión pública? ¿El rosario de remiendos improcedentes que piensan meterle a la Ley Electoral recién sacada –culto a la improvisación–? Hoy, pese a los desfases irreversibles –que ponen en jaque no que no vaya a haber elecciones sino a saber qué tipo de elecciones quieren tener– y a la falta de tiempo para adquirir sistemas útiles y confiables, ¿van a regodearse de los consensos? Por favor. Más creíble y entretenido el cuento del Sisimite.

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