QUE NO AVERGÜENCE

MA
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16 de agosto de 2021
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12:25 am
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QUE NO AVERGÜENCE

NO que el tema del cambio climático –que a raíz de un escalofriante informe de la ONU enciende una alarma roja que debiese inquietar ya que se trata del lugar donde vivimos y del único planeta que tenemos– vaya a ser motivo atractivo al debate político. Como tampoco importa mucho ninguno de los otros asuntos sobre los cuales debería versar la discusión de los que aspiran gobernar el país. Digamos la urgente reforma educativa, a fondo y radical, que hemos planteado ya que “se educa para un mundo que ya no existe”. O la revisión somera del aparato obsoleto, tanto público como privado, que no funciona. Por demasiados años este fracasado modelo de desarrollo solo ha servido para dar vueltas de dundo al círculo vicioso del atraso y de la pobreza. ¿Qué piensan del obligado espíritu de adaptación para poder encajar en la volátil nueva realidad? El AC, antes del coronavirus, es normalidad que se fue y no va a regresar. La peste puso todo patas arriba. Hoy se trata de convivir con el DC, después del coronavirus. La política debiese estar enfocada a la visión de este incierto futuro.

Si dentro de pocos años, dado el vertiginoso avance de la inteligencia artificial, de la vida controlada por algoritmos, la exploración en los misteriosos campos de la genética, quién sabe a qué más remota distancia de letargo quedarán de la civilización estos pintorescos paisajes acabados. ¿Si habrá cabida –en este mundo raro como nunca antes– a pueblos y países que apenas hayan logrado desarrollar capacidades primarias y habilidades básicas de subsistencia? ¿Alguno de los tópicos anteriores se tocan en los foros de opinión o son tema de deliberación de la campaña política? Sigamos. Tal vez estos otros. ¿Cómo será el mercado laboral de los próximos 15 años? Si los flujos migratorios hoy en día son imparables por la sencilla razón que la necesidad obliga. Los migrantes que abandonan el país no encuentran trabajos corrientes ni oportunidades. Y la ironía –como muestra del insuficiente esfuerzo interno– que sea el trabajo de los que se fueron, las remesas de los compatriotas que viven en el exterior, que mantienen a flote la economía nacional. A los jóvenes que estudian debería preocuparles si cuando salgan del colegio o de la universidad sus títulos valdrán de algo o sean cartones inservibles para colgar como adorno en la pared. Si lo que estudiaron sea útil para los trabajos disponibles. O si el aprendizaje o el adiestramiento obtenido durante toda un vida ya no se ocupa. ¿Qué capacidad y potencial hay, en el gobierno y en la iniciativa privada, para una reingeniería de los sistemas obsoletos y para reentrenar en la medida que los trabajos que se tengan caigan en desuso?

Estos son apenas algunos de los inmensos desafíos. Sin embargo. La política aquí es otra cosa que nada tiene que ver con soluciones a los problemas. Se trata de satanizar a los enemigos y crecer en la opinión pública, no por mérito, capacidad o talento propio, sino acorde al rechazo del contendiente. Si políticos presumiblemente de mediana formación académica carecen de educación dialógica como de habilidad dialéctica. No es con argumentos ni con ideas que entran a la confrontación, sino recurriendo al ataque bajo, salido del pozo fétido de los complejos. Además, figúrense que los políticos dispusiesen sorprender –por algún milagro repentino– involucrándose en una discusión sesuda de los problemas nacionales. ¿Será que la generalidad de electores vaya a interesarse en escuchar un debate de propuestas? ¿Cuántos tendrían la virtuosa paciencia de atender algo distinto a lo muy superficial? Muestra de ello. ¿Esos mensajes frívolos –mal escritos y de pocas palabras para darse a entender, ya que les resulta largo leer una oración completa– transmitidos por sus aparatos digitales? ¿O cuántos disponen de la concentración necesaria de escuchar algo serio que no sea material de entretenimiento? ¿Si es la guasa, en su feo hábito de maleficencia, lo que se propaga en forma vírica por redes sociales? Todavía es tiempo que la campaña ascienda. A horizontes de esperanza. (Mucho sería aspirar que alcanzase los picos de la escarpada empinada que alberga al Sisimite. Pero quizás elevarla a una altura de respeto que no avergüence).

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