MALESTARES…

ZV/18 de October de 2020/12:03 a. m.

EN la vorágine de una situación histórica, demográfica y económica, es preciso identificar con cierto grado de certidumbre, aquellos malestares que se fraguan en las entrañas de la sociedad. Para eso se necesita un buen ojo, un buen olfato y los talentos cerebrales de la gente con más experiencia. Esto significa, entre muchas otras cosas, que requerimos de un esfuerzo mental que vaya más allá de la egolatría y de lo común, con un sentido de orientación que evite de antemano el extravío en medio de la jungla de acontecimientos que hemos mencionado en otro momento.

Porque el hondureño promedio actual, sitiado por un fenómeno que vino desde lejanas tierras, se autopercibe sumergido en la confusión de algo que pareciera no comprender para nada. De hecho, varios de nuestros problemas nacionales, viejos y nuevos, fueron fraguados en otras latitudes y longitudes, allende de las fronteras, para luego introducirse en el organismo interno de nuestra sociedad catracha, y después echarnos la culpa a los hondureños como si aquí fuéramos los causantes originarios de tales desgracias globales. Dos ejemplos claros que vienen a colación: El narcotráfico continental se organizó en dos o tres países de América del Sur, y el crimen organizado internacional que se mueve detrás, o a la par, del narcotráfico, ha utilizado nuestro suelo y a algunos malos hondureños que se han prestado a ejercer ese peligroso juego.

El segundo caso es el desmontaje de algunas instituciones básicas del Estado, que vinieron a debilitar al país y a crear una atmósfera propicia para el crecimiento exponencial de la delincuencia común. Esa política encaminada a desbaratar las instituciones estatales también fue elaborada a finales de los años ochenta y comienzos de los noventa, en países metropolitanos del hemisferio norte, que al final les ha afectado a ellos mismos. No digamos a sociedades tan vulnerables como la nuestra. Encima de los dos ejemplos anteriores nos ha caído, como de la nada, la pandemia del Lejano Oriente.

La desilusión rampante es una de las constantes del hondureño promedio desde mucho antes de la pandemia y de la crisis financiera mundial del año 2008. A ello se debe el fenómeno de un éxodo al revés, creciente cada año, de los paisanos que arriesgan sus pellejos buscando nuevos horizontes, una vida mejor y el deseo ferviente de ayudar a los familiares que se quedan, aquí, esperando las remesas en las barriadas y en los pueblos rurales del territorio nacional. El problema es que las desilusiones o desencantos se han acumulado y han dejado de ser rampantes para convertirse en una corriente subterránea de quejas y maldiciones furibundas, que suelen ser aprovechadas por demagogos oportunistas que llevan una vida muelle y disipada, pero que son expertos en olfatear resentimientos abiertos y ocultos, para lanzar a los cuatro vientos toda clase de groserías.

De casi todos es sabido que las famosas caravanas hacia el norte son apoyadas y financiadas por individuos que viven lejos de Honduras. O por manipuladores que coexisten cómodamente dentro del país. Ese dinero debieran invertirlo en crear pequeñas empresas para los posibles micronegociantes por todos los rumbos de nuestra rosa geográfica. De tal modo que comenzara a articularse un verdadero aparato productivo nacional. Es cierto que las remesas ayudan a financiar cualquier déficit. Pero las personas cerebrales saben que se necesita de otra arquitectura productiva si es que acaso pensáramos en el futuro de todos los hondureños. No sólo de algunos segmentos.

A veces pareciera que no hay ninguna salida. De ahí la incomodidad subterránea de no pocos hondureños, la cual debiera ser detectada y analizada con frialdad en la cabeza y con patriotismo en el corazón. La opción inmediata es trabajar sistemáticamente, y sin hacer ruidos innecesarios, en la reforma y reconstrucción de un país en el cual podamos vivir con dignidad, armonía y empleo para casi todos.