Una lectura de las remesas

MA/18 de May de 2021/12:49 a. m.

Rafael Delgado Elvir

Las remesas se han convertido en un ingreso fundamental para la economía hondureña. Nada menos que 5,384 millones de dólares entraron al país en el 2019 y durante el año 2020 en plena pandemia de la COVID-19, un total de 5,573 millones de dólares entraron por este concepto. Contra todo pronóstico no cayeron y se manifestó con ello una tendencia de crecimiento permanente. Ningún producto de exportación en Honduras llega a alcanzar este monto de dólares; tampoco hay un rubro productivo en el país que lo iguale por su valor; la inversión extranjera anual ni se acerca a ese monto; mucho menos las transferencias del gobierno para aliviar la pobreza. Son tan importantes que los ingresos por remesas han llegado a representar en estos últimos años la mitad de las remuneraciones totales que perciben los trabajadores en todo el país.

Indudablemente que estamos ante el resultado del esfuerzo individual de los hondureños en el extranjero que envían sumas moderadas y recurrentes de dinero, que agregadas representan montos multimillonarios para el país. Son montos que suman en el ingreso básico de millones de hogares receptores. Estimaciones indican que pueden constituir hasta el 41% de los ingresos en los hogares rurales receptores. Pero además es dinero que mueve sectores económicos del país, ya que se gasta en el consumo de bienes de diversa naturaleza incluyendo servicios como gastos médicos y educación. Más allá de eso, es importante destacar su notable contribución a la liquidez en el mercado de las divisas que termina alimentado de esos ingresos resilientes a las crisis y al ciclo económico. A su vez estos recursos son los que hacen posible que el país importe de sus socios comerciales una gran variedad de productos.

Estamos entonces ante uno de las mayores contribuyentes a la economía nacional. Sin embargo, lo importante es conocer los límites de esta condición de país que expulsa a los hondureños por miles cada año y que se alegra al recibir millonarias cantidades de dinero a cambio. Las historias de cada emigrante no son testimonios de una decisión basada en certidumbres y en un cálculo meditado. Al contrario, se trata en la gran mayoría de los casos de una huida precedida de un desesperado análisis donde las desventajas quedan subvaluadas ante la posibilidad de lograr lo que quizás algún familiar o amigo logró meses o años atrás.

Atrás en su aldea, barrio o ciudad queda un contexto familiar y social roto que se percibe como duro pero necesario para salir de la pobreza, de la violencia y la desesperanza. En el país quedan localidades con grandes carencias de mano de obra; comunidades que, si antes de emigración ya se percibía como difícil su recuperación, ahora con la ausencia de los jóvenes se resquebrajan aún más las condiciones para al menos pensar en un tímido proceso de desarrollo que genere negocios prósperos. Pero bueno, dirán otros después de eso vienen las remesas que ya arreglarán las cosas en el país. En definitiva, se cierra el ciclo completo del subdesarrollo.

Ese es el esquema que ha permitido mantenerse justo sobre la línea de la pobreza a muchos y que ha generado una falsa estabilidad en algunos sectores del país. Las autoridades del actual gobierno a su vez entran en el cinismo presentando el éxito de la estabilidad cambiaria y lo peor lo presentan como de su autoría. Lo fatal es que este modelo se sigue enraizando tomando dimensiones aún mayores. La emigración violenta e irregular de miles de hondureños que ya no aguantan, seguirá debilitando las bases para crear un país próspero y democrático. Pero no es su culpa. El país se encuentra sin rumbo, tropezando con las lacras diarias de la corrupción y la negligencia, de los poderes económicos y políticos que todo lo quieren para ellos dejando quizás las migajas para los demás.