Doctor Carlos Coello, el médico del pueblo que murió por servir

ZV/12 de June de 2021/05:40 a. m.

Por. Iris Ramírez

Hoy, en “Ángeles de la pandemia”, Diario LA TRIBUNA rinde homenaje al doctor Carlos Alberto Coello Zelaya, un médico del pueblo, un servidor de los más necesitados, que lamentablemente fue presa del monstruo llamado COVID-19.

Este noble hondureño nació el 11 de mayo de 1964, producto de un parto gemelar en el que sólo él sobrevivió; su padres son Santos Estanislao Coello y Cristina de Jesús Zelaya. Vivió una vida plena, amó, hizo el bien, sanó a muchos, jugó fútbol y marcó la vida de otros con su forma de ser sencilla, pero genuina.

Murió el 11 de marzo del 2021, a los 56 años, lleno de ilusiones y con muchos sueños por cumplir. Residió toda su vida en la populosa colonia El Pedregal, donde era muy conocida su bondad hacia los demás.

Amaba la vida y su pasión era ayudar a todo el que necesitaba de sus conocimientos médicos, sin importar su condición social, tuviera o no dinero. “Tenía un corazón bondadoso”, recuerda Ángela Del Carmen Olivera Chavéz, su compañera de vida y su gran amor.

SU SUEÑO: SER MÉDICO

Desde pequeño, Carlos supo que quería ser médico, una profesión que le dio muchas alegrías, pero que también en cuyo ejercicio encontró la muerte. Estudió su primaria en la Escuela República del Perú, en El Pedregal; cursó la secundaria en el Instituto Central Vicente Cáceres y sus estudios de Medicina en la Universidad Nacional Autónoma, donde se graduó de médico general en 1997.

“Fue feliz y lo demostraba en todo lo que hacía”, afirma Ángela. Su primer trabajo fue en la Montaña de La Flor, donde laboró 5 años y confesaba sentirse allí cómodo y útil, atendiendo a sus pacientes de tierra adentro, a los que calificaba como gente noble, leal y agradecida.

Luego fue trasladado al Cliper de la colonia El Sitio, donde realizaba guardias y durante el día laboraba en el centro de salud de la colonia Óscar A. Flores, donde dejó a más que pacientes, amigos, porque en cada jornada se entregaba con el corazón.

“Como médico era muy especial, máxime con los abuelos y los niños, con quienes la atención no terminaba al salir de la clínica, sino que les daba seguimiento y los llamaba cuando los centros asistenciales donde laboraba eran abastecidos de medicamentos”, cuenta Ángela.

Pasaba pendiente de que sus pacientes hipertensos y diabéticos tuvieran los medicamentos.

El galeno, junto a sus hijos Carlos David Coello Escoto y Ana Gabriela Coello Escoto.

UN EXCELENTE PADRE

El doctor Coello tenía dos hijos: Ana Gabriela y Carlos David Coello Escoto, ambos residen en los Estados Unidos, hasta donde les alcanzó el dolor de la pérdida repentina de su padre.

“Fue un excelente papá siempre estaba pendiente de llamarles y ayudarles en todo lo que fuera posible. Ellos viajaron a Honduras al enterarse que él se había contagiado de Covid”, comenta su esposa.

Los sábados siempre se encontraba en el campo de fútbol de la colonia El Pedregal, participó en esa liga toda su vida, obteniendo muchos trofeos y medallas. Era fanático del Motagua y del Barca. Ahí compartía con los vecinos de esa colonia, quienes hoy lamentan su partida y recuerdan sus hazañas en el campo de juego, su bondad y su profesionalismo en la medicina. Compartía la pasión por el balompié con sus hermanos, Leonel, Mario, Franklin y Mario.

Aunque pudo montar una clínica en otro lugar, nunca quiso alejarse de El Pedregal, porque decía que ahí estaba su gente y que para servir de verdad no se necesitaba una lujosa sala de atenciones, sino sentir de cerca el corazón de sus pacientes, sufría con sus dolores y se alegraba con sus sanidades.

¿CÓMO SE CONTAGIÓ?

Vivía un buen momento, se sentía feliz, pero en un abrir y cerrar de ojos, el coronavirus esperó el más mínimo descuido y con sigilo y sin ser invitado entró a su vida.

“Estaba trabajando y contaba que atendía a muchos pacientes con COVID-19”, cuenta su dolida compañera de hogar, quien aún no asimila que se haya ido tan pronto.

No se sabe a ciencia cierta cómo se contagió, pero un segundo bastó para que su vida cambiara y en cuestión de días estuviera recluido en la sala COVID-19 del Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS).

“Creemos que fue en el Clíper de El Sitio, porque ahí recibió a muchos pacientes con coronavirus”, considera Ángela, quien dice aún no poder recuperarse de su gran pérdida.

“Nunca se quitó la mascarilla, llegaba a la casa, se bañaba, se cambiaba; nos insistía mucho en el lavado de las manos, la distancia social y todas esas cosas”, revela su compañera de hogar, aún sin entender lo que pasó.

Carlos Coello obtuvo su título en Medicina General y Cirugía en la UNAH en 1997.

DIABÉTICO E HIPERTENSO

El 4 de febrero el galeno comenzó a sentir síntomas, los que gracias a su experiencia, rápido identificó. “Fuimos a hacernos la prueba de covid y dimos positivo ambos. Se estuvo tratando en casa, pero el 10 de ese mismo mes tuvimos que ingresarlo al IHSS con complicaciones”.

Era diabético e hipertenso, dos afecciones que predispusieron su cuerpo y lo debilitaron ante el embate del mortal virus.

“Nos comunicábamos por mensajitos y comenzamos cadenas de oración, un clamor que traspasó fronteras y se unieron amigos de España, Argentina, Estados Unidos, Nicaragua y Costa Ricas”, recuerda la viuda.

Sin embargo, las malas noticias no paraban y el virus estaba extendiendo sus tentáculos a órganos vitales del cuerpo de Carlos, quien el 14 de febrero tuvo que ser ingresado a la Unidad de Cuidados Intensivos.

Ángela recibió entonces el regalo menos esperado el Día de San Valentín, pues todo apuntaba a que el cuerpo del doctor Coello estaba colapsando y el amor de su vida comenzaba entonces su viaje sin retorno.

TRISTE VIDEOLLAMADA

El 13 de febrero realizó una video llamada con Ángela, para informarle que lo pasarían a UCI. “Me dijo que me amaba, pero que no estuviera yendo al Seguro Social, pero eso fue imposible de cumplir; también ese día habló con los hijos que habían venido de Estados Unidos y también les dijo que no los quería ver en los hospitales, que nos cuidáramos y que nos amaba”, cuenta ahogando sus lágrimas la dolida mujer.

El día menos esperado llegó y la mañana del 14 de marzo Ángela recibió la llamada que no quería contestar, pues su corazón se anticipó a las palabras de aquel médico que le informaba que ese día, a las 5:30 de la mañana su amado doctor Coello había partido de este mundo.

“Esa es la llamada más triste que he recibido, la que nunca esperé recibir”, asevera la entrevistada, quien asegura que desde ese día la vida no es la misma para ella.

El dolor se apoderó de la familia, que tenía entonces que prepararse para despedir al más alegre y servicial doctor.

Ángela, junto a los hijos de Carlos, sus suegros y cuñados, no estaban dispuestos a realizar un entierro a la carrera, con sólo 10 personas y apresurado, como quien tiene prisa de decir adiós.

Así que tomaron la decisión de cremar el cuerpo del galeno para poder oficiar un velatorio como el médico se merecía y al que pudieran acudir todos sus familiares, amigos y los vecinos, a quienes muchas veces atendió incluso en su casa en horas inhábiles, porque el doctor Coello, no podía decir no ante una persona enferma. Fue acompañado a su última morada entre aplausos y globos blancos.

Aquí junto al amor de su vida: Ángela del Carmen Olivera Chávez.

Nos amábamos tanto…
Angela aún no entiende por qué se fue tan pronto, cuando tenían tantos sueños por cumplir. “Nos amábamos tanto. Su sueño era, al jubilarse, poder viajar, comprar una casa grande donde sembrar muchos árboles frutales. Nos quedó pendiente un viaje a Cancún, todo estaba ya listo para irnos en julio”, un mes que ahora ella tiene que recibir sin su presencia, sola y añorando sus días juntos, extrañando las atenciones y los cariños de su amado.

Es demasiado duro
La ausencia de Carlos se siente tanto en su casa que Ángela confiesa que quisiera verlo y decirle muchas cosas. “Le diría que cada día que pasa siento más su ausencia, que ahora puedo ver tantas huellas que dejó, que ha sido difícil aceptar que no está con nosotros, pero que me queda el recuerdo de su amor y de su bondad y eso me hace seguir adelante, Le pido a Dios que me ayude, porque sola no puedo, esto es demasiado duro”, reconoce la mujer que compartió con el doctor Coello 13 años de vida.

 

Esta sección es un homenaje a aquellos hondureños que, aunque no tienen alas, se han convertido en “ángeles” para los más necesitados, desde que comenzó la pandemia de COVID-19.

Unos ya gozan de la paz del Señor, al haber perdido la batalla contra el mortal virus; pero otros siguen luchando a diario por la vida, la salud y los derechos de los más vulnerables.

Si usted es familiar de algunos de estos “catrachos” solidarios y desea que su historia sea publicada, escríbanos al correo electrónico tribuna@latribuna.hn

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