El día en que cualquiera pudo comprarse un avión

ZV/7 de April de 2024/12:02 a.m.

Por: Tomás Monge*

En una tierra muy lejana, un día los aviones dejaron de ser vendidos solamente de primera mano por las grandes concesionarias lujosas, porque comenzaron a ser importados en forma de chatarra; y quienes los importaban, solamente les hacían un par de remiendos superficiales y los reconstruían con masilla; haciendo creer a cualquier bobo que estaban “nítidos” y “solo de subirse”, por lo bien que los mecánicos habían aprendido a maquillarlos.

En este sentido, la bajísima calidad bajó los precios; y todos comenzaron a volverse locos por tener su propio avión; creyendo que era una “ganga” adquirir una chatarra mediocremente reconstruida e insegura; con plazos de hasta 120 meses de crédito, pagando hasta el triple o cuádruple del precio original, por algo que no les generaba ingresos (activo) ni ganaba valor con el tiempo; sino que les generaba multiplicidad de gastos (pasivo), depreciándose diariamente y perdiendo hasta más de la mitad de su valor original cuando decidían venderlos.

ue así, que muchos terminaron por exterminar su ya deteriorada economía; solo porque se les había metido en la cabeza que comprarse un avión era “un sueño”, un “sinónimo de éxito”, y/o algo para “pintear”. Eran tan cortos de entendimiento, que ni siquiera se daban cuenta de que no lo necesitaban, porque en sus colonias tenían vuelos públicos que todo el mundo utilizaba desde hace décadas; y porque tampoco tenían espacio en su hogar para guardarlos por las noches, ni había hangares públicos en donde colocarlos.

No obstante, en una clara y absurda necedad, se esclavizaban con los bancos, acumulaban enormes deudas de impuestos anuales que nunca pagaban, se debatían entre comprar comida o gasolina todas las semanas; vivían presos del círculo vicioso de tener que costear reparaciones carísimas por “ahorrarse” el mantenimiento periódico, botaban dinero en estacionamientos nocturnos, en el trabajo, en centros comerciales y dondequiera que fueran; e incluso eran tan botarates, que derrochaban lo poco que les quedaba en “modificaciones” estúpidas, como hacer su avión más ruidoso, comprarle alerones, faldones, calcomanías ridículas y/o cambiarle las luces reglamentarias por luces blancas o amarillas pirujas, que ni siquiera eran certificadas para transitar por el espacio aéreo porque lastimaban la vista de los demás pilotos en el aire.

Por otro lado, muchos compraban helicópteros sencillos y baratos, diseñados solamente para el piloto y un pasajero; pero era muy común verlos arriesgando la vida de hasta tres niños amontonados en ellos. Además, estos pilotos eran comúnmente muy insensatos y se les atravesaban como zancudos a los aviones a altas velocidades, volaban en sentido contrario, violaban espacios aéreos prohibidos y era muy común verlos destartalar sus helicópteros por todos lados, dejando múltiples pilotos y pasajeros muertos o malheridos a toda hora del día.

En consecuencia, hasta los barrios más humildes se volvieron un infierno, porque sus calles estaban llenas de aviones y helicópteros en fila para despegar y aterrizar todo el día. Además, nunca faltaban los pilotos peleando a puño limpio, la gente atravesándose “a la carrera” entre las aeronaves, y los vecinos que se las ingeniaban para armar puestos de comida “flotantes” cada 100 metros, en donde decenas de aviones, helicópteros y patrullas policiales se las ingeniaban para dejar sus aeronaves en “modo flotante”, estorbando la circulación de los demás, mientras compraban sus “fritangas” a todas horas.

Asimismo, en las colonias más exclusivas, las casas tenían espacio para guardar las aeronaves, pero todos los llenaban de maceteras, quioscos y tonterías; robando el espacio a los niños y estorbando el paso a los demás, porque en algunas casas llegaban a tener hasta siete aeronaves en la calle. El tren de aseo ya no podía circular; y se inventaron tirar la basura en la entrada de cada colonia, normalizando como “decoración callejera” los enormes montículos de desperdicios fétidos e infecciosos, que además eran desperdigados a toda hora por los animales callejeros.

Nadie reparaba en lo repugnante que sus barrios y colonias se habían convertido al llenarlas de aeronaves baratas, defectuosas; y, en muchos casos, chatarra. Nadie se daba cuenta que más de la mitad de la población no había nacido para ser piloto, ¡eran inútiles; y además peligrosísimos volando! Nadie percibía lo asfixiante que resultaba invertir hasta dos horas por la mañana y dos horas por la tarde sentados en su cacharro en fila para despegar y aterrizar; ¡se les había olvidado que antes llegaban en diez minutos a todos lados!

Pero, sobre todo, nadie se daba cuenta de lo estúpido que resultaba haberse vuelto esclavos de cualquier tipo de empleo explotador por décadas, solo para poder costearse el “estatus” (que nadie sabía quién diablos se había inventado) de tener un avión; en lugar de haber invertido todo ese dinero en cisternas, calentadores de agua, sistemas de ventilación y demás instalaciones y servicios domésticos, que seguramente hubieran elevado su calidad de vida y su nivel de felicidad.

*Consultor Educativo y Catedrático UPNFM.