China, la gran incógnita

OM
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13 de febrero de 2020
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12:37 am
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China, la gran incógnita

Estelas del saqueo en las Ruinas de Copán

Por Óscar Armando Valladares

El texto del autor de las tres “erres”, Rodil Rivera Rodil, sobre la inmensa China y su modelo económico -cuya entrega obsequiosa agradezco al amigo-, me ha retrotraído a los dorados días del “Central” y a los compendios de Historia, impresos con lustrosos grabados que movían tanto al grato deseo de leer como a idealizar los tiempos pretéritos, primordialmente el renacentista.

Historiógrafos del talante de César Cantú, Alberto Malet, Lucas Gibbes y Santiago Hernández Ruiz, nos familiarizaban con Lao-Tse y Confucio, la Gran Muralla, los viajes del veneciano Marco Polo, comerciante en Catay y Cambalá, nombres atribuidos a China y Pekín. Leíamos, además, que la antigüedad del Celeste Imperio resultaba incalculable, aunque solía dividírsela en dos largos períodos: fabulosos unos, históricos otros, comenzando estos últimos 3,000 años antes de J.C. Indagábamos también en las lecturas, que el carácter más determinante de aquella cultura es su espíritu conservador, reparando no obstante que China había tenido cambios revolucionarios y notables progresos en las ciencias, las artes y las letras. Por otra parte, se aducía que su espíritu conservador se fundamentaba en el sentimiento de superioridad sobre los demás pueblos y en la fuerza de sus instituciones, evidenciados en el hecho de que ninguna nación del mundo ha mostrado tan largo poder de pervivencia.

“En 1713 -escribió Cantú (en relectura que hacemos)- fue recibida en la corte china, la primera embajada inglesa; en 1795, la de la compañía holandesa de las Indias. Hasta 1792, solo doce comerciantes europeos, aumentados luego a diez y ocho, podían negociar en Cantón, mientras que los chinos se extendían comerciando por todos los mares orientales, en Malasia y en la India transgangénica… Finalmente, las guerras rasgaron el velo que aún cubría a aquella nación”. De su lado, Tchen-Soh recalcaba en París -en donde residía a título de ministro-: “Ya ha pasado el tiempo en que la China era considerada como un país peligroso, su pueblo como seres impenetrables y su lengua como una cosa imposible de comprender”.

Verdaderamente, no había sido fácil vencer el aislamiento chino. Pretendida e invadida por Portugal, Inglaterra, Francia, Rusia, Japón, Estados Unidos, la gente acusó prolongado rencor y desconfianza por lo de afuera y los “diablos extranjeros”, actitud arraigada y tenaz que Rodil la estima como “un elemento de revancha” en la estrategia china “para competir, o más bien superar a Occidente”.

Ni duda cabe que la China de hoy (investigada y documentada por el abogado Rivera), congruente con su tesón milenario, denota en casi todos los campos su condición de potencia superior, con un modelo sui géneris: socialista en lo político y relaciones de esencia capitalista en lo económico.

Ni duda cabe, igualmente, que la República Popular que con tan recio empuje se proyecta de Asia hacia todos los rumbos planetarios -sin omitir ni menos demeritar la presencia de, por caso, Rusia e India-, rebasará, inclusive en las incursiones espaciales, a los Estados Unidos, pese a lo que se diga y maldiga en contrario.

La cuestión que al Tercer Mundo incumbe es la que Rodil deja en vilo: el modelo chino, ¿futuro de la humanidad?, cosa que me permito presentar de esta guisa: a diferencia del imperio, que expolia y empobrece, ¿contribuirá el modelo -en vertical dominio- a mejorar en mucho o en “algo” la suerte adversa de nuestros pueblos? Un fácil sí viene a la mente. Empero, la invasiva marea de familias orientales, por lo común desafectas con el medio en que se plantan, ¿prefigura esperanzas y confianzas pasajeras? He aquí la oblicua incógnita china. Al cabo, sea lo que fuere, palmario es el esfuerzo del autor del libro, a quien le viene de la sangre su filón de ensayista y, de sí propio, la habilidad argumentativa sobradamente apreciada en la que constituye su más fresca producción.

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