Bukele, mostrando las uñas

OM
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14 de febrero de 2020
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12:56 am
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Bukele, mostrando las uñas

El Tratado de Bogotá

Por Juan Ramón Martínez

Lo que ha hecho Bukele, no debe sorprendernos. En su corta vida política, no se destaca como un leal servidor de la voluntad popular. Ni ha realizado grandes gestas en favor de los que más sufren y desconocemos que haya dado alguna vez, muestras de firme comportamiento democrático. Lo que sorprende es que haya perdido el control tan pronto. Burdamente y sin medir las consecuencias. Como lo hacen los muchachos con debilidades formativas que amenazan, yendo de poco a más, de una fechoría menor a una mayor. Y más escandalosa. Por ello, los centroamericanos y el hermano pueblo de El Salvador, estamos frente a un primer acto –carente de originalidad y antecedentes, como lo demostraremos– de un hombre que confunde la acción de gobernar, caracterizada por el respeto a la ley y a las reglas del buen gobierno, al ejercicio de las bruscas inclinaciones de quien cree que el poder es para exhibirse, amenazar y poner de rodillas a los adversarios, solo para satisfacción personal y cumplimiento de las exigencias de un ego inmanejable.

Su acción irrespetuosa contra la Asamblea Legislativa, debe abochornarnos. Y ponernos en guardia. En Bukele hay un “dictador” arrodillado que, en cualquiera oportunidad, volverá a ponerse de pie, irrespetando las reglas democráticas e incluso, amenazando la paz de El Salvador y de Centroamérica. Cualquiera que lo haya visto entrar, con el brazo extendido, como si fuera un Hitler tropical, usurpando un espacio que el pueblo salvadoreño no le ha otorgado, entenderá que en Bukele hay una amenaza latente para la democracia y la paz centroamericana, incluso para la que obligadamente mantienen los dos pueblos más parecidos de la región: El Salvador y Honduras –a que eventualmente, cuando se lo pidan sus desmesuras dictatoriales, iniciar como en 1969 otra invasión en contra de Honduras. Y que al irrumpir violentamente, apoyado por hombres armados que nunca debieron obedecer y cumplir órdenes en contra de las instituciones, nos está diciendo que cuando ha calificado de dictadores a sus colegas de Honduras y de Nicaragua, no es que quiera que sean diferentes–, sino que desea, cuando sea mayor, ser como lo que él imagina que son.

Y cuando ora, –en forma que no lo hacemos los católicos– y posiblemente a un “dios” colérico y amenazante, quiere indicarnos que no comparte con nosotros el orgullo de los mestizos, sino la obediencia al brazo humeante del caudillo que quiere con el poder, seguir en la batalla permanente para dominar y avasallar a los “infieles” que tiene que arrodillar, ofender y dominar. Sin embargo, cuando declara que su “dios” le ha pedido que sea paciente, rompe con las uñas desmesuradas, con una tradición teológica en que, el Creador no le habla a los hombres, –porque ya lo hizo suficientemente–, sino que lo hace en la voz de su hijo amado, el Jesucristo resucitado que nos orienta a todos los cristianos. Con tal inautenticidad, que escapa a su voluntad, a muchos nos ha hecho pensar que cuando dice “dios”, está en realidad hablando del embajador de los Estados Unidos, al cual, por razones que no vienen al caso, está más obligado a respetar que a las leyes de su país y a las reglas de la democracia.

Bukele, no es original. Lo intentó Serrano en Guatemala. Fujimori en Perú. Aquí Zelaya, encaprichado porque el Congreso no nombraba a su candidata como presidente de la Corte Suprema de Justicia, amenazó a los diputados, reuniendo a los comandantes de fuerza de la institución militar en la sede del entonces Banco Central. Afortunadamente, los diputados, –igual que ahora los salvadoreños–, no se amedrentaron e hicieron lo correcto, cumpliendo las reglas establecidas.

Bukele, como Zelaya, lo intentará de nuevo. Es su visión del mundo y su temperamento anormal. Sabe que cuando quiere algo, lo arrebata. Afortunadamente, le hace caso a “dios” y aunque pone plazos, nadie está obligado a aceptarlos. La sólida institucionalidad salvadoreña, –más fuerte que la hondureña–, lo pondrá en su lugar, cuando vuelva a caer en sus arrebatos histéricos. Y la Fuerza Armada salvadoreña no querrá que su sangre, nuevamente caiga en la tierra generosa del hermano, a quien tanto nos parecemos. Frente a Bukele, solo queda la fortaleza de la Asamblea, la obediencia a la ley, la firmeza democrática. Y la voz de “dios”·

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