HOY que se confirman varios casos de coronavirus en el territorio nacional se encienden las alarmas y chillan las alertas de emergencia. La OMS ya la elevó a categoría de pandemia. El gobierno ha ordenado la suspensión de clases en el sector público y privado. La UNAH se adelantó suspendiendo todas sus actividades trasladándose a la modalidad de clases en línea. No todas las asignaturas pueden impartirse de manera virtual, así que, como es costumbre, los bultos se arreglarán en el camino. Se ignora si todos los centros de enseñanza están adecuadamente preparados para poner en vigencia sistemas sustitutivos. La vaina es que aquí muchos dejan las cosas hasta última hora, cuando hacen crisis, y tienen que improvisar. Los ingresos por las fronteras están siendo monitoreados. Se aplican protocolos que ojalá hayan sido bien estudiados. Igualmente restringieron las reuniones públicas –se presume que también las políticas– y demás actividades grupales como medida preventiva de propagación.
La gente –que se mantuvo a la expectativa por los medios de comunicación y las redes sociales de las noticias alarmantes sobre el contagio en otros países, de lejitos, como si se tratara de algo ajeno– de repente cae en cuenta de su gravedad. Sabiendo de antemano que se trataba de un contagio agresivo que el país no podía capear, entra en pánico. El estrés en su máxima expresión. Multitudes agarraron despavoridas a los supermercados a apertrecharse de provisiones temiendo cuarentenas y aislamiento en sus hogares. Prioritariamente buscan en el comercio, las droguerías y las farmacias artículos que la autoridad sanitaria recomienda para la higiene familiar. En pocas horas –con filas kilométricas de compradores desesperados abarrotando los establecimientos– se agotan las existencias. Muchos supermercados, grandes almacenes y negocios en vez de distribuir limitadas cantidades de lo básico a cada cual, como solidarizarse con sus clientes en la necesidad, con ofertas de otros productos accesorios no indispensables, usufructuaron la calamidad a lo grande. Los coyotes aprovecharon para subir los precios y sin duda hay acaparamiento. Ha sido medida oportuna de la administración arreciar su estrategia comunicacional, incluso ordenando las cadenas nacionales para masificar la información. LA TRIBUNA consciente de su compromiso con la sociedad, siempre a la vanguardia informativa, lanzó su campaña periodística –“Tribunito aconseja”– tanto en el diario escrito como en sus portales digitales.
Aparte de la calamidad humana este golpe va hacer trastabillar la economía nacional. Los empresarios presienten el impacto. Los maquiladores –temerosos de las repercusiones en sus negocios– advierten que “de producirse una histeria o pánico social que genere un bloqueo de las actividades económicas, significaría un doble problema para el país, tanto de salud como financiero”. No dejan de tener razón. Ya días, cuando el gobierno en una ley les concedió canonjías adicionales al sector de la maquila, insinuamos que a cambio debían exigirles el patrocinio de campañas de interés social. Porque si lo dejan a la mentalidad de rastrillo de algunos empresarios, difícil que algo quieran aportar. A tiempo y de buena fe ofrecimos esa sugerencia. Que el sector maquilador –si bien es un factor de desarrollo nacional y de empleo masivo– no debe aislarse como enclave sino proyectarse socialmente a las comunidades. Pues bien, ¿dónde están las campañas informativas auspiciadas por ese sector, ahora que más se ocupa masificar la comunicación –educar, orientar y contribuir a cambiar los malos hábitos– en consideración a que esos centros de trabajo, donde se congregan miles de trabajadores, son los más expuestos al flagelo del coronavirus? Vienen semanas difíciles. Se requiere del mayor espíritu de colaboración y propósito nacional para encarar esta plaga.
