Américo Reyes, amigo y hermano

ZV
/
1 de mayo de 2020
/
12:06 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
Américo Reyes, amigo y hermano

Por: Juan Ramón Martínez

A las 9 de la mañana del 21 de abril pasado, Rodrigo Wong Arévalo me informó que en la madrugada había muerto en Miami, –en el Jackson Memorial– Américo Reyes. Aunque sabía que estaba grave, abrigaba la esperanza de su recuperación. Fue un golpe tremendo y no pude controlar que las lágrimas, resbalaran por mi cara sorprendida. Y después, asustada. Porque Américo Reyes, fue en nuestras vidas — hablo de mi familia y por el Consejo Editorial de Canal 10– más que el amigo de las relaciones repetidas, una suerte de hermano que la vida, Dios decimos los católicos, nos da, para enfrentar sus durezas, compartir las alegrías de la existencia y la satisfacción de los buenos momentos. Y el pañuelo blanco para compartir las desgracias de la existencia; los fracasos para los que no estamos preparados, y la sonrisa amable para celebrar, desde la broma consistente, la cita oportuna, o el obsequio de un libro que siempre leía y comentaba conmigo.

Le conocí en el siglo pasado. A él, igual que a otras personas que según Américo Reyes, “éramos prealcohólicos”, los AA de Honduras, nos habían escogido para integrar su junta directiva. Era el presidente. De acuerdo con las reglas de AA, ninguno de sus miembros, puede ejercer la presidencia, la secretaría y la tesorería. Para ello buscan en la comunidad, personas de su respeto y confianza para esos cargos. Durante mucho tiempo, Américo fue su presidente –me retiré algunos años después– y cuando participé, me impresionó su corrección, su eterna sonrisa y su capacidad para manejar las diferencias que, en el interior de las sesiones se producían, como era natural. Después, durante muchos años no le volví a ver. Pero una vez que publiqué en Anales Históricos, un recuento de la oportunidad en que venimos un grupo de jóvenes, en 1960, a participar en un Concurso Nacional de Oratoria, incluí una fotografía en la que había uno de los compañeros fugaces, la mayoría, del que ignoraba su nombre. Se me ocurrió, para resolver el problema, uno al azar. Américo me escribió una carta, diciéndome que el joven se llamaba Joaquín Portillo, compañero suyo del “Juventud Hondureña”, de Ocotepeque. (Joaquín Portillo, murió en San Pedro Sula, la misma semana en que nos dejara Américo Reyes. Cosa que lamento igualmente).

Américo Reyes, amigo y hermano

Posteriormente, lo vi en forma rápida, en la Editorial Universitaria, en donde le editamos uno de sus libros. Después nos integramos en el Consejo Editorial de Canal 10, donde gozaba mucho, con la prudencia de los occidentales, las bromas que intercambiamos con Rodrigo, Armando Euceda –el más listo de todos– y Pedro Guerra. Reía siempre. Contaba algunas historias suyas y comentaba las nuestras. En una de las reuniones en Valle de Ángeles, estuvo silencioso –mientras hablábamos, Armado Euceda, Marco Tulio Medina, Lea Cruz, Rodrigo, Rodrigo Javier y yo, sobre educación, política y antropología– tomando notas. Todos –Armando, Rodrigo Wong Torres y yo– nos preparamos para su intervención, esperando sus comentarios sobre las debilidades de nuestras personalidades y la conveniencia que, le visitáramos en su consultorio psiquiátrico en el Medical Center. Calló. Cuando le preguntamos, dijo con la sonrisa característica suya: “no entendí nada de lo que dijeron”. Con lo que nos señaló por perder el tiempo en discusiones bizantinas. Todos nos echamos a reír. Aliviados.

Cuando en nuestra familia tuvimos problemas de salud, acudimos a su ciencia, y talante humano. Nos ayudó siempre. Por eso nos tratábamos de colegas: el médico; yo paciente, una unidad de lucha, por la recuperación del enfermo, que siempre fui yo.

Su vacío será imposible de llenar. No solo por su capacidad serena para hacernos sentir bien a su lado, sino por la complaciente seguridad de que su sonrisa nos daba confianza que íbamos bien en nuestras discusiones. Siempre sentí que estaba orgulloso de nosotros y en mi caso, entre reproches e inevitables admiraciones, más de alguna vez, me dijo, ¿cómo vos recordás tantas fechas y detalles del pasado? Era su forma de expresar su admiración, por un campo en el que no se sentía muy bien informado. Hablamos telefónicamente, dos días antes de internarse.

Su silla, quedará vacía. Ninguno la ocupará. Nadie como él para ser amigo y hermano. Especialmente mío que, desde el lunes, hasta el final de los días, lo echaré en falta

Noticias Relacionadas: ¿Quién era el doctor Américo Reyes Ticas?

Américo Reyes, amigo y hermano

Más de Columnistas
Lo Más Visto