EL CAPITOLIO Y LOS GIGANTES

ZV
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8 de enero de 2021
/
12:36 am
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EL CAPITOLIO Y LOS GIGANTES

NO sabríamos decir qué tan familiarizados estén los ejecutivos de los gigantes tecnológicos con esas pequeñas gotas del saber de la sabiduría popular. Como aquel conocido adagio “Después del trueno, Jesús María”, advirtiendo cautela o precaución, antes que sucedan desgracias; para no librarse de ellas con gestos tardíos, cuando ya son irremediables. ¿Ninguno pudo adivinar el nocivo desenlace de una narrativa engañosa e inflamatoria transmitida repetidamente –día, tarde y noche– desde el púlpito por excelencia, más influyente de la nación? Dicho sea de paso, utilizando los espacios abiertos de las redes sociales. Hasta que oyeron el ruido atronador, se despabilaron. Como el sonido viaja a una velocidad más lenta que la luz, el trueno se escuchó ya cuando había caído el rayo destructor. Como si antes de ello no hubiese habido indicio alguno de lo que pudiera acontecer.

¿Ninguna pista tuvieron que permitiese deducir lo que venía? ¿De un mismo patrón de conducta y de otros hechos anteriores? ¿Solo hasta después de la arenga presidencial, del asalto al Capitolio –en un intento de desmontar la democracia estelar de occidente– cuando los insurrectos rompieron tres cordones de seguridad, quebraron ventanales, treparon con zancadas por las paredes para ingresar a los edificios públicos, irrumpieron en las oficinas de los representantes y las vandalizaron, se sentaron, para retratarse –en captura fotográfica in fraganti de la proeza– en las sillas de los escritorios ajenos y en la butaca presidencial del hemiciclo? ¿Solo después del pánico provocado, del estupor –interno como internacional– que algo así tan escandaloso estuviese escenificándose en la gran democracia norteamericana? Si la única hazaña tercermundista que faltó a la turbamulta fue meterle fuego al Capitolio. Hasta entonces, Twitter, Facebook e Instagram –al bullicio del trueno– anuncian al amable público que quitaron mensajes de sus plataformas o procedieron a bloquear la cuenta presidencial. No descartan –advierten– con desactivar del todo la cuenta que ha sido suspendida por el término de las próximas 12 o 24 horas. YouTube bajó uno de los videos. Las últimas medidas –bien consecuencia de la gravedad de lo ocurrido o como gesto de congraciarse con el nuevo gobierno– contradicen la política de transmisión de contenido que sus propietarios han defendido hasta ahora. Ello es, no responsabilizarse por la publicación de terceros, –sea información falsa, peligrosa a la sociedad o cuestionable– gozando del blindaje que les otorga la ley. Trump intentó –con una colita colgada al proyecto del presupuesto militar– derogar esa legislación del blindaje. (El enojo se produjo cuando uno de los gigantes tecnológicos –Twitter– rotuló con advertencias, varios de sus mensajes). Zuckerberg, el dueño de Facebook, recibió duras críticas por negarse a proceder de la misma manera. Los ejecutivos de estas plataformas han concurrido a audiencias de los Comités del Congreso, sobre el manejo de las redes sociales.

Hay un debate abierto sobre lo que vulnera la libertad de expresión y hasta dónde deben asumir alguna responsabilidad por las transmisiones los que cuelgan información dañina a la sociedad, ofensiva, lesiva al honor y la dignidad personal. El caos en Washington ofrece nuevos elementos a la discusión. Pero no solo por lo que ocurre allá en los Estados Unidos, ya que el uso de esos portales trasciende el escenario de lo local. Esos son vehículos de comunicación que traspasan las fronteras domésticas desde donde operan y se extienden al mundo entero. Muchos países han legislado para regular la explotación que esos portales realizan de sus mercados nacionales. Aquí están en pañales. Estos aspectos de la tecnología digital son novedosos. Cuando se emitieron las leyes vigentes, ni soñaban que existiría Internet o que parte de la comunicación evolucionaría a lo que es hoy en día. No hay duda que los avances tecnológicos en las comunicaciones ofrecen una fuente valiosa para recibir y divulgar información. Y sobre todo de entretenimiento. Sin embargo también es medio para regar odio, propagar basura y lastimar el honor de víctimas inocentes. Sin que nadie sea imputable por la responsabilidad de los daños ocasionados. El asalto al Capitolio es un aldabonazo a la conciencia. Un llamado a la defensa de los valores éticos que han estado bajo intenso ataque.

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