Oficio de escritor (1/3)

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22 de abril de 2022
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12:03 am
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Oficio de escritor (1/3)

CONTRACORRIENTE
Por: Juan Ramón Martínez

En 1955, porque no pude estudiar por dificultades económicas de mis padres, hice sin darme cuenta, el curso fundamental de mi formación. Semanalmente, doña Mencha, me mandaba a comprar “Bohemia”, la mejor revista que he leído. Allí empecé a conocer los laberintos de los hechos, las justificaciones y los engaños, la disposición de los más agresivos para dar la vida por el poder. Y, además, me adentré al desconocido; pero extraordinario mundo de la literatura y la historia. Leí a los mejores escritores de Cuba y el Caribe; supe de Sartre, Picasso, Camus, Dumas -padre e hijo- Cervantes, Marx, Neruda, Paz, Einstein, Freud, Aleixandre y Juan Ramón Jiménez, entre otros. Descubrí, el valor de la palabra, la belleza del lenguaje y su importancia para crear mundos nuevos. En 1956, pude ingresar al Francisco J. Mejía, en el ánimo de aplicar los conocimientos adquiridos en mis lecturas solitarias y en las enseñanzas de nuestro padre que, sin saber leer y escritura, nos enseñó a diferenciar los verbos ser y estar, explicándonos la precariedad económica que vivíamos. Un día dijo: estamos pobres, (situación temporal); pero no somos pobres, condición existencial, paralizante y negativa. De allí que concluí, una vez en el Mejía, que no era inferior a nadie; y lo más importante que, no tenía por qué cultivar la amargura, para abrirme paso en la vida. Otros compañeros, impulsados por tal razón o por conflictos con sus padres, se hicieron marxistas. En cambio, yo, me hice liberal como doña Mencha. Muchos años después, Juan Martínez, me dijo que, había sido el mayor error de mi vida. Y, además, decidí que el horizonte de mi vida, se orientaría hacia la búsqueda de influencia, para orientar al país y contribuir con su desarrollo.

Con Darío Turcios hice los primeros periódicos murales. Su madre tenía una máquina de escribir, en la que, con dos dedos, como hasta ahora, empecé a escribir pequeñas crónicas, críticas, que una vez estimularon a un compañero iracundo, a romper y quitar de la pared, una de ellas. Turcios tenía el suyo y yo el mío. Quise ser poeta; pronto descubrí que no podía frenar y sintetizar mis emociones en la cárcel de los versos y sus medidas obligaciones; y opté por la prosa. Ya en Tegucigalpa, después de la experiencia de la Escuela Superior que, es lo mejor que me ha ocurrido y, después de los servicios como educador en Langue, Valle y la Colmena en Choluteca; una vez fundada LA TRIBUNA, empecé la actividad pública fundamental: analista político. En una ocasión, doña Mencha leyó un artículo, donde criticaba al gobierno, cosa inadmisible para su formación y carácter, ¿quién te ha enseñado a irrespetar a los gobernantes, criticándoles y dándoles recomendaciones? Riéndome le dije que, Óscar Flores y Adán Elvir. No dijo más; pero sentí que había escogido el camino correcto y logrado lo que había sido mi sueño: formándome, imitando a mis ídolos nacionales -Paulino Valladares, Medardo Mejía, Óscar Flores, Alejandro Valladares, Ventura Ramos, Dionicio Romero Narváez, Ramón Amaya Amador, Lisandro Quesada, Miguel R. Ortega, Rafael Leiva Vivas, Amílcar Santamaría y Gerardo Alfredo Medrano, entre otros -e influir en la marcha del país, participando, por medio de mis opiniones, en la discusión sobre lo que se hacía mal o bien.

Tuve suerte de haber vivido, dos de los tres acontecimientos más importantes de la vida nacional: la gran huelga de 1954 y la guerra con El Salvador. Participar, en la formación de un partido político, sufrir los miedos normales de la guerra fría, como víctima, o actor en la búsqueda de la paz de Centroamérica y luchar, para evitar la guerra civil, después de 2009. Y conocer en Europa y Estados Unidos, políticos y escritores influyentes.

Se me ocurre este recuento, que los jóvenes no conocen, después de oír a Lilian Ordoñez, juzgar al Cardenal Rodríguez. Sentí compasión por ambos. Pero, me pregunté qué dirán de mí, cómo me juzgarán. Tengo que rendir cuentas, una vez que muera. Pero me estremece la duda cómo lo harán. Acostumbrado a pensar lo peor, sé que mis “amigos” callarán y que los “enemigos”, se lanzarán sobre mis despojos. Hambrientos y vengativos, diciendo lo que ya no podré contestar. No me asusta. Es el precio de participar como actor en esta República convulsa e imposible, llamada Honduras.

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