Debemos cuidar nuestro idioma

ZV/23 de February de 2020/12:05 a. m.

Por: Dagoberto Espinoza Murra

En LA TRIBUNA del jueves 18 de febrero (Pag.23), aparece una interesante noticia sobre nuestro idioma, titulada “El director de la Real Academia Española (RAE), Santiago Muñoz Machado, abogó, en reunión celebrada en La Habana, Cuba, por mantener la unidad del idioma español sin perjuicio de las particularidades de cada país”. De la noticia me llamaron la atención dos cosas: el interés por mantener la unidad del idioma español en estos tiempos en que la tecnología introduce términos que terminan por quedarse en casa y, la otra, el nombre del director de la RAE; Santiago Muñoz, pues ese era el nombre de un compañero normalista, fallecido hace un par de años. Santiago, mi compañero, era de Yoro y, por su carácter afable y su inteligencia despejada, sus profesores y compañeros le teníamos una alta estimación.

En una reunión de compañeros egresados a mediados de la década de 1950, realizada en la residencia del otoreño, general R. y abogado, Wilfredo Sánchez, le pedimos a Santiago una explicación de la desafortunada expresión de su tío, don Plutarco Muñoz. Su versión fue la siguiente: cuando, siendo presidente del Congreso, dijo: “la Constitución es pura babosada”. En el Congreso se aprobó una ley, que requería ser sancionada por el presidente de la República, general Tiburcio Carías Andino, pero este se negó a sancionarla; entonces el Congreso, como lo mandaba la Constitución de aquellos años, lo aprobó con dos tercios de sus miembros y lo envió nuevamente al Ejecutivo, pero don Tiburcio, posiblemente mal aconsejado, rehusó a estampar su firma y lo devolvió al Congreso. Fue entonces cuando don Plutarco tomó los papeles y, con muestras de enojo, dijo la frase que ahora todo mundo repite, sin saber su origen. Todos lo aplaudimos por la forma convincente con que defendió a su tío don Plutarco Muñoz. Santiago era amigo de hablar el idioma con corrección. Y mucho le habría gustado leer esta, donde aparece el nombre de su tocayo.

Algo que nunca podré olvidar es el encanto que produce la pronunciación de nuestro idioma por diferentes habitantes de las antiguas colonias españolas: durante mi permanencia en Madrid, asistiendo a la escuela oficial de psiquiatría, del Hospital San Carlos en la Moncloa. Ahí nos congregábamos médicos de diferentes nacionalidades: el mayor número estaba constituido por dominicanos; luego dos argentinos; un brasileño y el autor de este artículo como hondureño. Daba gusto escuchar en el auditorio cuando un compañero daba comienzo a la lectura de la historia clínica; le seguía otro y así sucesivamente hasta llegar al diagnóstico. Era llamativo el dulce acento caribeño de los dominicanos; la diferencia de entonación del argentino y suavidad del brasileño.

Un estudiante que no tenía simpatías para el profesor Juan José López Ibor, decía que el profesor nos ponía a leer en voz alta la historia clínica de algún paciente para que los universitarios se dieran cuenta de la afluencia a su cátedra de extranjeros por el prestigio de que gozaba.

López Ibor, en esos años era presidente de la Asociación Mundial de Psiquiatría, puesto que también llegó a ocupar su hijo, Juan José López-Ibor Aliño. Ambos famosos en el mundo por sus estudios sobre la depresión. El padre es autor de una obra titulada “La Angustia Vital” y el segundo tiene una obra no menos famosa denominada “Equivalentes Timopáticos”. Timus es ánimo. Como decía antes, ahí percibí el sonido melodioso de nuestro idioma cual si fuera una orquesta que con sus diferentes instrumentos nos da los altos y los bajos de una sinfonía.