“OYE BARTOLA”…

ZV/15 de February de 2021/12:18 a. m.

LOS políticos quieren traje nuevo que luzca elegante, pero de un remiendo de tela carcomida de polilla de la mudada vieja. Elecciones distintas, pero herrumbrados de los mismos feos resabios de antes. Cambiaron la cúpula de los órganos electorales, pero jamás les dieron los recursos para reestructurar la armazón de la vieja estructura. Esta quedó intacta como legado intocable del cuestionado TSE. Retoques cosméticos. Como quien echa gotas de agua encima para limpiar la cáscara de una fruta podrida por dentro. Para mantener los mismos aparatos que obedecen a sus antiguos jefes. Los nuevos consejeros pidieron recursos para cumplir con la tarea encomendada. Mientras trabajan, a contrarreloj, por salir airosos con un apretado calendario electoral. De allá, a las cansadas, después de meses de implorar, no recibieron el presupuesto solicitado. Terminaron dándoles apenas un anticipo. Sin local para trabajar. Les quitaron el Infop –para usarlo de triaje– que utilizaban como centro de operaciones. No fue sino hasta hace unos días, después de mucho rogar, que lo devolvieron.

A los mortales que colocaron a dirigir los órganos electorales, les exigen resultados eficientes, diligentes e impecables. Pero mezquinándoles los recursos y negándoles las herramientas para poder producirlos. Parecido a la popular tonadita de Pedro Infante, del marido tacaño que le da una miseria a la mujer, pero le exige: “Oye Bartola, allí te dejo estos dos pesos; pagas la renta, el teléfono y la luz. De lo que sobre, coge de ahí para tu gasto, guárdame el resto pa´ comprarme mi alicur”. Los entes electorales esperaban una nueva ley. No hubo marco jurídico completo y terminado para aplicar. Los diputados –no culpa de nadie en particular sino del bulto– jamás se pusieron de acuerdo. Pero esa falta no la asumen como responsabilidad propia. Cómodamente endosan toda la carga a los operadores para que rindan resultados en el limbo. Tienen –bajo amenazas– que adivinar y deducir de lo impreciso. Obligados a acoplarse a pedazos de la ley y a decretos de emergencia sacados a retazos. El último, chinearon semanas la promulgación, hasta que, con el tiempo apretado encima para emprender diligencias y tomar medidas, ya era inservible. Los políticos aspiran estrenar un novedoso sistema más confiable –base registral totalmente depurada, censo electoral impoluto– pero anclados a las mañas del pasado. Aplicando el tuco de la ley vieja que sigue vigente. Llenando de activistas de los partidos –muchos que no cumplían ni mínimos requisitos– las plazas de enroladores.

Apurando a los comisionados a que –en medio de una pandemia– emitan tarjetas nuevas de identidad. Se los comió el tiempo. Votarán con viejas y nuevas. ¿Y qué hay de los que no se enrolaron? ¿Van a permitir que voten todos lo cual es su derecho ciudadano o quedarán privados del derecho que constitucionalmente les asiste? Los políticos quieren cómputo de voto fiable, pero con credenciales en blanco de las MER para negociarlas y repartirlas a la garduña. Los políticos, pese a la pobre contribución que aportan para que funcionen bien las cosas, tienen prisa. Sacándole carrera a los consejeros a elaborar un censo electoral cristalino y entregar a tiempo listados a los partidos. Que vean cómo se las arreglan. Cómo cumplen –haciendo brujería– con los plazos legales, lidiando con una base registral incompleta, defectuosa y entregada tardíamente. Hay que aclarar que por atrasos provocados por la pandemia. Los políticos ignoran que hay pandemia. Que es distinto cumplir tiempos en la normalidad que cuando se trabaja –entre siniestros naturales– con todos los elementos desplomados. Los políticos reclaman transmisión inmediata del resultado de las votaciones. Exigiendo que los comisionados se echen el trompo a la uña de contrataciones directas amañadas a compañías descalificadas. Pese a que fueron esos sistemas corrompidos y manipulables los que provocaron el desparpajo del fraude la vez pasada. Los políticos reclaman un proceso confiable, pero que a cada bando se le complazca su capricho. Los políticos quieren, sin confesarse, absolución de sus pecados. Que caigan del cielo milagros y soluciones milagrosas. Pero, varios de ellos, conspirando contra el proceso para ensuciarlo, torpedearlo y, de ser posible, desmontarlo. La confianza se alcanza en base a consensos, hasta donde haya voluntad de armonizar. No cuando cualquier ánimo mediador se enfrenta al torbellino indomable de cerriles desencuentros. Concluimos –de momento– con el exordio de un escrito anterior. “Ajá y qué es lo que quieren esos pícaros”, narra la historia que pregunta el dictador al emisario que envía a indagar los términos demandados por la ciudadanía. “Pues, mire jefe, –responde el mandadero– el cinismo de esos bandidos”. “Dicen –prosigue– que quieren elecciones; pero eso no es toda la desfachatez, es que también dicen que las quieren limpias”. Pareciera, a veces, que nada cambia. Y como nada leen, tampoco aprenden. (Corríjanse. Solo hay una única salida a la crisis).