Cada vida cuenta

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10 de junio de 2020
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12:31 am
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Cada vida cuenta

Rafael Jerez Moreno – Abogado
Twitter: @RafaJerezHn

Cuando el virus comenzó a propagarse a nivel mundial, todos estábamos conscientes de los estragos que causaría al llegar al país. Con más de seis mil casos de infección confirmados y doscientos cincuenta fallecidos a causa de COVID-19 en Honduras, más que números, han sido seres humanos, hondureños que perdieron la vida, y que no debemos olvidar.

Con la recurrencia de muertes violentas en el país, hemos perdido el asombro ante los homicidios y asesinatos. Para todos, se ha vuelto normal ver un cadáver en el asfalto, un cuerpo envuelto en una bolsa plástica o escuchar disparos en las inmediaciones de los hogares o centros de trabajo. La muerte se volvió parte de nuestra vida. Cuando el COVID-19 tocó las puertas de nuestras fronteras, lo único que queríamos era no ser parte de la cifra, con el tradicional “mientras no me afecte a mí, no hay problema”. Para muchos, el confinamiento agudizó ese individualismo, pero en realidad, demostró lo que Aristóteles bien dijo con su teoría del hombre como un animal político, capaz de alcanzar la felicidad únicamente a través de su participación en una comunidad.

Lo común, lo público. De las vidas que se han perdido debemos aprender muchas cosas. La primera es comprender que somos parte de una sociedad, y que, como tal, el bien del otro es el mío también. Por ello, los fallecimientos, son una pérdida para los familiares, y para la sociedad. Cada luz que se apaga son sueños y metas que llegaron a su fin, con familias que pierden a un ser querido que cumplía diferentes roles personales y profesionales. Mal haríamos al continuar con nuestras vidas, si replicamos nuestro acostumbrado comportamiento de agitación social e indignación pasajera, y posterior entrada a la amnesia colectiva que nos hace creer que, al no ser parte del problema, no debemos ser obreros en la construcción de la solución.

La crisis ha puesto al descubierto muchas cosas que ya las teníamos de frente, algunos ya las miraban y a otros la realidad les ha quitado la ceguera. Volvemos a las calles con una apertura inteligente decretada por autoridades incompetentes. Un Estado golpeado por la corrupción y la impunidad que fue incapaz de responderle a sus ciudadanos cuando la necesidad llegó al límite. En momentos de crisis es cuando se desvelan los verdaderos liderazgos. “Su salud y la de su familia es responsabilidad suya”, las palabras de un ciudadano que ejerce la titularidad del Poder Ejecutivo que demuestran que, por ostentar un cargo, una persona no se convierte automáticamente en un líder. Le quedó grande la constitución y la banda…

La apertura económica no debe ser motivo de olvido del derecho a la verdad que tenemos como sociedad de conocer qué fue lo que ocurrió con el dinero que se invirtió en la compra de bienes y servicios para enfrentar la pandemia. Si hubo corrupción debe haber responsables. Y si alguno continúa sosteniendo que “nadie en el mundo estaba preparado”, que den un paso al costado y se prepare para enfrentar la justicia. La negligencia de unos, fue la falta de acceso a servicios de salud de calidad para otros.

Aunque un grupo se sienta cómodos detrás de la mascarilla del autoritarismo, nuestro deber sigue siendo alzar la voz y participar activamente en la dirección de los asuntos públicos. Que la memoria de los que se han ido sea el combustible que nos empuje a no desistir en la reconstrucción del sistema democrático, en el que cada opinión vale, y cada vida cuenta.

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